EL PILOTO
Por: Luis Caccia Guerra
Por ahí leí un sticker en el parabrisas de un auto que decía: “Dios es mi copiloto”. Me recuerda a la labor del copiloto, cuando vemos esos rallys de miles de kilómetros que se lo pasan una semana corriendo a bordo de sus vehículos por caminos sinuosos, de montaña, desiertos; vadeando ríos y situaciones peligrosas… la labor del copiloto es esencial. Él tiene que conocer el camino como la palma de su mano, estar pendiente de todo y guiar al conductor no solo en la ruta a seguir, sino también anticipándole al piloto cada detalle del camino, exactamente por dónde debe pasar. Un mínimo error puede hacer que el auto derrape a gran velocidad y vuelque, choque, se lleve puestos a espectadores a la vera del camino, e inclusive, que alguno de los ocupantes del vehículo pierda la vida.
Pero, volviendo al calco del parabrisas de aquél auto, no me pareció del todo bien la idea de que Dios sea mi COPILOTO. Eso deja en mis manos una gran cantidad de decisiones, a pesar de lo que me indique el copiloto. Y cuando eso ocurre, por lo general la cosa no termina bien. Por ello, lo que en verdad necesito, es que Dios sea EL PILOTO de mi vida. Que Él tenga el control total.
Me recuerda otra historia que anda dando vueltas por las redes. Una niña pequeña abordó el avión junto a otros pasajeros. Buscó su asiento y se ubicó en él. A pesar de su corta edad, no parecía ansiosa, asustada, ni nerviosa. Y por lo visto, viajaba sola, ya que aparentemente, excepto las azafatas, no se veía ningún adulto cercano pendiente de ella.
El vuelo estuvo terrible. Tormenta y mucha turbulencia. De repente, una fuerte sacudida y todos los pasajeros muy inquietos y asustados. Pero la niña, en calma y serenidad como si no pasara nada.
¿Cómo lo hacía??? Hasta que alguien, al borde de una crisis de nervios, le preguntó:
-Nena: ¿no tenés miedo?
-No; contestó la chiquilla con
mucha naturalidad.
-¡Mi papá es el piloto!
Es así como en la vida nos encontramos muchas veces con circunstancias que nos sacuden como la turbulencia del avión. Habrá situaciones en las que no tendremos terreno sólido y seguro por el que transitar y no encontraremos asidero seguro de dónde aferrarnos. Derrapamos y las cosas se ponen feas.
En esos momentos es cuando debemos recordar –y nos conviene que así sea– que NUESTRO PADRE ES EL PILOTO.
A pesar de las circunstancias, nuestras vidas están puestas en las manos del Señor. Cuando pases por una tormenta en tu vida, sin importar la turbulencia alza tu mirada al cielo, y tan confiado como la nena, dí:
¡Mi PAPÁ es el piloto!
Estas cosas
os he hablado para que en mí tengáis paz. En el
mundo tendréis aflicción; pero
confiad, yo he vencido al mundo.
(Juan 16:33 RV60)
Una gran verdad, querido hermano. Suena a mucha arrogancia bajarlo a Dios al cargo de copiloto. Sería igual a declararlo como : mi guardaespaldas, mi asistente, mi escudero... Con ello estaría intentando arrebatarle la gloria que solo a Él le pertenece. En suma : Él es mi pastor; yo una simple oveja. Él es mi alfarero; yo una amorfa porción de barro. Bendiciones.
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