4 consejos para ser un buen mayordomo de tu atención

Ana Ávila
Coalición por el Evangelio
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Los cristianos somos mayordomos. Tenemos, pero sabemos que lo que tenemos no nos pertenece. Administramos nuestros recursos en nombre de Aquel que es dueño de todo. Y cuando decimos todo, nos referimos a todo. Aunque las finanzas suelen ser lo primero que pensamos cuando hablamos de mayordomía, el dinero no es lo único que debemos emplear con reverencia, reconociendo que no es nuestro. Nuestra vida entera es del Señor: 

¿O no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en ustedes, el cual tienen de Dios, y que ustedes no se pertenecen a sí mismos? Porque han sido comprados por un precio. Por tanto, glorifiquen a Dios en su cuerpo y en su espíritu, los cuales son de Dios (1 Co 6:19, énfasis añadido).

Nuestro ser interior (espíritu) y nuestro ser exterior (cuerpo) le pertenecen al Señor. Todo lo que somos es de Dios y para Dios; amarle con cada aspecto de lo que nos hace humanos es el mandamiento más importante de todos (Mr 12:28-30). Eso, por supuesto, incluye glorificar al Señor con el buen uso de uno de los elementos más cruciales de nuestra mente: la atención.

La atención es tan central para nuestra cognición que es difícil separarla de otros procesos como la percepción o la memoria. Aunque todos entendemos el concepto de manera intuitiva —sabemos qué hacer cuando nos dicen «¡pon atención!»— articularlo no es tan sencillo como parece. Podríamos decir que la atención es como la luz en el escenario de nuestra mente. Nuestra consciencia (el escenario) está llena de lo que percibimos con nuestros sentidos y de los pensamientos que surgen de manera espontánea. La atención nos lleva a experimentar esos elementos conscientes en mayor o menor medida: a veces está concentrada en un solo lugar (como el brillo de un potente reflector) y a veces está más dispersa o navegando de un lugar a otro, permitiéndonos observar más de lo que está sucediendo, pero con menos detalle.

La atención, en gran parte, nos hace lo que somos. Las cosas que contemplamos una y otra vez nos transforman. Son las que nos proveen la información que utilizamos para interpretar el mundo; son las que crean patrones de comportamiento que se vuelven hábitos. Es vital, entonces, que pongamos atención a lo que ponemos atención. Es vital que seamos buenos mayordomos de nuestro enfoque.

¿Cómo? Aquí te comparto cuatro consejos para ser un buen mayordomo de tu atención.

1) No regales tu atención, sino inviértela

Siempre estamos poniendo atención a algo, pero la mayoría del tiempo no decidimos a qué. Simplemente permitimos que nuestro enfoque sea arrastrado de un lado a otro sin prestarle demasiado cuidado.

No siempre podemos elegir a dónde se dirige nuestra atención. Por ejemplo, si suena tu teléfono, tu enfoque automáticamente se dirigirá a él. Aunque no contestes la llamada, tardarás unos momentos en volverte a concentrar de lleno en la actividad que estabas realizando. Con todo, lo que sí podemos elegir es hacer pequeños ajustes que nos favorezcan para colocar nuestra atención en aquello que realmente vale la pena.

Si tienes un teléfono lleno de entretenimiento barato para aliviar tu aburrimiento antes del servicio dominical, que no te sorprenda jamás notar al viudo que siempre se sienta solo. Si tienes el correo electrónico y tres aplicaciones de mensajería abiertas en el computador, que no te sorprenda tu lentísimo avance en la lectura que debes completar para tu clase.

Esas millones de distracciones son momentos que no volverán. Parecen instantes insignificantes, pero, cuando menos lo esperas, se convierten en gran parte de lo que forma tu vida.

2) Coloca tu atención en las cosas valiosas

Antes de continuar, permíteme agradecerte por estar aquí. Decir «sí» a la lectura de este artículo —poner tu atención en estas palabras— significa que ahora mismo estás diciendo «no» a una infinidad de otras actividades. Significa que has considerado este argumento como algo valioso, al menos más valioso que mucho de lo que estás ignorando ahora mismo.

Hemos dicho que nuestra atención es atraída en cientos de direcciones a cada momento. Siempre hay algo que demanda nuestro interés: un mensaje, una serie de televisión, una llamada, una notificación, una conversación, una canción, un reporte de trabajo, un pensamiento. Pero ¿cuántas veces nos hemos detenido a considerar el valor de aquello que demanda nuestra mirada? ¿Es algo de valor cuestionable o nulo? ¿Quizá es algo dañino para nosotros, llevándonos a pecar aunque sea de manera sutil? 

¿Favorezco lo verdadero o lo inmediato? ¿Lo digno o lo fácil? ¿Lo justo o lo que quiero escuchar? ¿Lo puro o lo atractivo? ¿Lo honorable o lo viral?

En la Escritura encontramos un resumen muy útil de las características de aquello que deberíamos atender: «Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto mediten» (Fil 4:8).

Ciertamente hay cientos de demandas para nuestra atención a cada instante. ¿Cuántas, sin embargo, cumplen con estas características? ¿Estamos favoreciendo lo verdadero o lo inmediato? ¿Lo digno o lo fácil? ¿Lo justo o lo que quiero escuchar? ¿Lo puro o lo atractivo? ¿Lo amable o lo entretenido? ¿Lo honorable o lo viral?

3) Olvídate del multitarea

Que puedas hacer algún par de cosas a la vez no significa que puedas hacer cualquier par de cosas a la vez. Sí, puedes caminar y sostener una conversación al mismo tiempo; no, no puedes leer un libro y sostener una conversación al mismo tiempo. Suena absurdo siquiera intentar algo como eso, pero todos lo hacemos:

  • ¿Por qué insistimos en estudiar con una serie de televisión en el fondo? No nos ayuda a concentrarnos, sino que nos ofrece un lugar hacia dónde escapar cuando las matemáticas resultan demasiado complicadas. 
  • ¿Por qué tratamos de responder mensajes de WhatsApp mientras contamos una historia a nuestros hijos? Nunca es «tan rápido que nadie se da cuenta». 
  • ¿Por qué intento escribir un artículo mientras me pongo de acuerdo con un compañero de trabajo sobre un proyecto en el que estamos trabajando? No es más eficiente. 

Existen ciertas actividades —como caminar, lavar los platos o conducir un vehículo en una calle tranquila— que hemos realizado con tanta frecuencia que ya no requieren nuestra atención. Las hacemos «en automático». Por eso podemos hacer otras actividades que sí requieren nuestra atención mientras las realizamos, como platicar o escuchar un libro. Pero no puedes hacer dos actividades que requieran tu atención al mismo tiempo. Intentarlo es solo saltar de una cosa a otra, lo que toma más tiempo y energía. Es un desperdicio de atención.

4) No descuides tu reposo

Nadie espera correr ocho horas seguidas. Yo, sin embargo, suelo convencerme de que si organizo bien mi día podré trabajar leyendo y escribiendo de 8:00 a. m. a 4:00 p. m., con una hora para el almuerzo. ¿Cuántas veces lo he logrado? Ninguna, por supuesto.

Sostener la atención en tareas complejas demanda muchos recursos cognitivos. Nuestra mente se cansa. Al cabo de unas horas de alto enfoque, nos es cada vez más difícil evitar las distracciones externas e internas. Necesitamos descansar. Hay muchas maneras de reabastecer nuestra energía mental: dormir de manera adecuada, pintar o armar rompecabezas, jugar y reír con los que amamos, hacer actividades físicas como correr o arreglar el jardín. Encuentra las actividades que verdaderamente favorecen tu reposo y disfrútalas en el Señor. Después de todo, para trabajar y enfocarse bien, hay que descansar y relajarse bien. 

Después de todo, para trabajar y enfocarse bien, hay que descansar y relajarse bien

Mientras todavía tengo tu atención, déjame recordarte: Jesús nos ha dado una misión (Mt 28:18-20). Es preciso que aprendamos a ser buenos mayordomos de los recursos que Él nos ha dado para cumplirla, incluyendo tu enfoque. Es hora de llevarlo de este artículo al resto de tu día, sabiendo que Aquel que empezó la buena obra en ti la completará (Fil 1:6) y puede fortalecerte para llenar tu mente de todo lo que es verdadero, digno, justo, puro, amable y honorable (Fil 4:8). A esto presta atención.

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