Limitar mi teléfono amplió mi visión de Dios

Kathryn Misenheimer
Coalición por el Evangelio
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Todos los derechos reservados-Publicado con permiso

Siempre recordaré el verano de 2024 como el primer «verano del mundo real» de mi vida adulta: el verano en el que cambié radicalmente mi forma de interactuar con el teléfono inteligente. Dejé las redes sociales en 2022, pero según mis informes de tiempo en la pantalla, seguía pasando unas dos horas al día con el teléfono. Dos horas. Tengo un trabajo a tiempo completo y dos hijos. Seguramente podría haber estado haciendo algo más con todo ese tiempo.

Como madre de niños pequeños y profesora de secundaria, siempre he prestado atención a las investigaciones que sugieren que las pantallas, los teléfonos inteligentes y las redes sociales afectan negativamente al desarrollo de los niños. Los anuncios dirigidos, los algoritmos y los contenidos infinitos siempre me han preocupado. Este verano, la advertencia del cirujano general de los Estados Unidos sobre el uso de las redes sociales en los niños me dio la esperanza de que mis hijos pudieran tener un futuro mejor con la tecnología. Pero me preguntaba por mí misma. ¿Cómo estaba afectando mi teléfono inteligente mi vida; en particular, mi relación con el Señor?

En junio me hice dos preguntas sencillas: ¿Hasta qué punto podría hacer que mi teléfono inteligente fuera «poco inteligente»? Y ¿cómo me cambiaría depender menos de mi teléfono?

El teléfono como navaja suiza

Cuando era adolescente, tenía una pequeña navaja suiza rosa, una colección de herramientas que incluía pinzas en miniatura y esas tijeritas elásticas que aún puedo imaginar apretando entre el pulgar y el índice. Me preguntaba si podría convertir mi teléfono inteligente en una especie de navaja suiza: una herramienta sencilla en lugar de la fuerza magnética que consume energía y hace perder el tiempo en la que se ha convertido.

Fue difícil, pero fui reduciendo mis aplicaciones. Cualquier cosa con un contenido sin fondo, que me mantuviera desplazándome, tenía que desaparecer. Todavía tenía mi portátil, así que si podía convertir algo en una tarea exclusiva para el ordenador, designada para momentos limitados del día, lo hacía. Las redes sociales ya habían desaparecido, pero el correo electrónico, el navegador de internet (sí, se acabó Google en mi teléfono) y las aplicaciones de compra en línea, incluida mi querida Amazon, no pasaron la selección. Solo conservé aplicaciones utilitarias como la previsión meteorológica, las operaciones bancarias y los mapas, que me servían como las herramientas básicas de mi moderna navaja suiza.

También tuve que desvincularme del teléfono de otras maneras. Apagué todas las notificaciones excepto los mensajes de texto, puse el teléfono en escala de grises y empecé a utilizar la opción «No molestar». Me compré un atril para colocar el teléfono en la entrada de la casa, lo que me ayudó a tratar mi teléfono inteligente como si fuera un teléfono fijo y no un apéndice más que me sigue de una habitación a otra. Compré un despertador para mi mesita de noche y enchufé el teléfono al otro lado de la habitación por la noche. Ya no tengo que mirar la pantalla antes de acostarme o a primera hora de la mañana.

De vuelta al mundo real

Tardé unas semanas en acostumbrarme a mi nueva vida en el mundo real, sobre todo a mi vida sin todo el internet en el bolsillo. Pero a medida que pasaba el tiempo, me fui desvinculando cada vez más del mundo online y haciéndome más presente en el mundo real.

A medida que disminuía el tiempo que pasaba frente a una pantalla, mi capacidad de atención se alargaba, especialmente para hábitos espirituales como la oración y el estudio de la Palabra de Dios. Disfrutaba de momentos de verdadero silencio. Mi memoria mejoró. Me aburría y tenía que lidiar con mi aburrimiento sin la ayuda de mi teléfono. Los persistentes sentimientos de ansiedad y depresión de bajo nivel que había sentido durante años disminuyeron significativamente. Dormí mejor que en toda mi vida adulta.

Había sentido una diferencia en todas estas áreas cuando dejé las redes sociales, pero el cambio fue aún mayor ahora que había bajado todo mi teléfono inteligente de categoría. Aún así, la mejor parte de mi «verano del mundo real» fue cómo cambió mi relación con Jesús.

Enfocándonos en Jesús

El primer y más importante cambio que observé, cuando por fin me liberé del teléfono, fue la mejora de mi capacidad para escuchar la voz del Espíritu Santo. Por mucho que lo intentemos, los seres humanos no podemos hacer dos cosas a la vez. Si mi mente está constantemente distraída por la pantalla que tengo delante, no está centrada en escuchar al Espíritu, que me guía hacia la rica relación que Dios desea tener conmigo. Apagar el estruendoso volumen del mundo entero que llega a través de mi teléfono me ha permitido escuchar con más claridad la más preciosa y más importante voz, la de mi Salvador.

Apagar el estruendoso volumen del mundo entero que llega a través de mi teléfono me ha permitido escuchar con más claridad la más preciosa y más importante voz, la de mi Salvador

El segundo es que soy profundamente consciente de que Dios es el Creador del mundo y yo soy Su criatura. Él es omnisciente, pero mi conocimiento debe tener y tiene límites. Salir de casa cada día sin la posibilidad de buscar en Google la respuesta a cada pregunta que se me ocurre me ha recordado mi dependencia de mi omnisciente Creador. Los diecisiete años que pasé en las redes sociales me dieron la ilusión de que podía estar al día con cientos de amigos si seguía navegando, cuando en realidad mi capacidad para relacionarme es limitada y debería reservarla para las personas que Dios ha colocado en mis círculos personales de la «vida real».

En tercer lugar, he meditado mucho más en 1 Tesalonicenses 4:11: «Tengan por su ambición el llevar una vida tranquila». Una vida tranquila. Una vida que no sea para los seguidores, ni para los «me gusta», ni para la inyección de dopamina que viene con una publicación exitosa. Es una vida en la que Google no es el ser omnisciente que puede responder a todas mis preguntas, sino Dios. Es redescubrir la majestuosidad de mi Creador contemplando la belleza del mundo real que me rodea, no las imágenes que veo en una pantalla. Es prestar a mis seres queridos, especialmente a mi esposo y a mis hijos, toda la atención que necesitan y merecen, y permitir que mi mente se restablezca después de años de recableado inducido por los teléfonos inteligentes.

Un estándar diferente

Romanos 12 dice a los cristianos que están en el mundo que no se conformen a él. En un mundo donde la dependencia de los teléfonos inteligentes es el estándar de oro, los creyentes tienen una oportunidad única de ser diferentes.

Tenemos la oportunidad de elegir menos conexión en línea a cambio de más conexión en persona. Podemos preguntarnos, reflexionar y esperar mientras apartamos la mirada de las pantallas brillantes y la dirigimos hacia la verdadera luz de Cristo, estando presente con Su pueblo y haciendo el trabajo humilde que tiene para nosotros en persona cada día.

Estoy agradecida por mi viaje de vuelta al mundo real, de vuelta a una relación más plena y rica con el Rey de todo el universo. Él estuvo ahí todo el tiempo, incluso cuando yo estaba demasiado distraída para oír Su voz. Lo único que lamento después de mi «verano del mundo real» es haber tardado trece años en hacerlo.


Publicado originalmente en The Gospel CoalitionTraducido por Eduardo Fergusson.

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