CÓMO CONTROLAR EL ENOJO [Efesios 4:31]
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¿Qué te hace enojar? ¿Cómo lidias tú con el enojo?
A veces, nos hacen enojar cosas pequeñas: los embotellamientos, la fila en el supermercado, no poder encontrar un zapato, el error de un camarero o la falta de atención de un amigo. Pero otras veces, nos hacen enojar cosas importantes: la traición, la injusticia, la maldad, la violencia, la opresión, el egoísmo y la mentira. Cuando vemos y experimentamos estas cosas nosotros mismos, nos enojamos.
¿Cómo lidias tú con el enojo? ¿Explotas? ¿Se enteran todos los que te rodean cuándo estás enojado y por qué? ¿O eres más disimulado? ¿Te irritas y eres áspero con los que te rodean? ¿Murmuras y te quejas de tu cónyuge, tus hijos, tus compañeros de trabajo y tus amigos? O quizá solo escondes tu ira y te vuelvas deprimido y amargado.
Posiblemente, te has dado cuenta de que no puedes evitar lidiar con tu enojo. El enojo es una reacción inevitable porque vivimos en un mundo turbado donde las cosas pueden ir mal; y, de hecho, es así todo el tiempo. A Dios le interesan las cosas que te hacen enojar, pero también le importa cómo manejas tu ira. Si no aprendes a controlar tu enojo, te volverás un amargado y te alejarás de Dios y de las personas.
¿CÓMO CONTROLAR EL ENOJO?
¿Desahogarse? ¿Calmarse? ¿O el Método de Dios?
Algunos consejeros han notado que cuando las personas se guardan el enojo, quedan con ataduras internas. Te dirían que debes lidiar con tu ira entrando en contacto con tus sentimientos y expresándolos. “Desahógate. Di exactamente lo que piensas. Cántales las cuarenta”.
Otros consejeros han notado cuán destructivas se vuelven las personas cuando expresan su ira. Estos te aconsejarían controlarla. La psicoterapia, los medicamentos, el ejercicio y la meditación son algunas de las maneras que recomiendan para apaciguar el enojo y calmarte.
Al mismo tiempo, Dios sabe que desahogarse es destructivo. La ira debe ser expresada de manera constructiva. En lugar de expresar tu enojo de forma destructiva, el método de Dios es que lo hagas de una manera que restaure las relaciones y solucione las situaciones difíciles. ¿Cómo sucede esto? Comienza cuando comprendemos qué es el enojo, de dónde viene, y cómo una relación correcta con Dios cambiará en verdad la manera en que ves y expresas tu ira.
¿Qué Es la Ira?
El enojo o la ira siempre expresan dos cosas: Identifica algo de tu mundo, que es importante para ti, e indica que crees que algo está mal. Esto puede ser algo tan pequeño como que te sirvan una taza de café frío en un restaurante o tan importante como que tu esposa se vaya con tu mejor amigo. El enojo es la capacidad dada por Dios para responder ante un mal que nos parece importante.
Dios también se disgusta frente a las cosas que están mal en este mundo. Tu capacidad de enojarte es una expresión de que eres creado a su imagen. Por lo tanto, cuando sientes ira, no necesariamente estás equivocado. Pero muchas veces, nuestro enojo traspasa los límites. ¿Cómo podemos llegar a equivocarnos?
Formas en que la Ira Puede Ser Incorrecta
Nuestra ira es incorrecta cuando nos enojamos por cosas que no importan.
La ira de Dios siempre es santa y pura porque cuando él dice que algo está mal, está mal, y cuando dice que algo importa, importa. A Dios le desagrada —como es correcto— cuando las personas hieren y perjudican a los demás. “El amor no hace mal al prójimo” (Romanos 13:10). Dios dice: “No paguéis a nadie mal por mal” (Romanos 12:17). Dos errores nunca suman un acierto, y nuestra ira muchas veces duplica el error. Pero la ira de Dios corrige lo errado (Romanos 12:19).
Una de las diferencias entre nuestra ira y la de Dios es que como nosotros no somos santos y puros, muchas veces nos enojamos por cosas que no son verdaderamente malas o que son importantes para nosotros y nadie más. Si haces un escándalo cuando te sirven un café frío en un restaurante, o dices malas palabras cuando estás atascado en el tránsito, o _________ (llena el espacio con lo que más te provoca), estas cosas no son importantes en el ámbito de Dios.
En la Biblia, Dios nos explica por qué nos enojamos por las cosas que solo nos importan a nosotros. El apóstol Pablo usa la frase “el deseo de la carne” (Gálatas 5:16–17) para describir de dónde surge nuestra ira incorrecta. Tú y yo nos enojamos por aquello que deseamos (lo que esperamos, queremos y creemos que necesitamos) que suceda en una determinada situación o relación interpersonal.
Piensa sobre la última vez que te enojaste. Detrás de tus sentimientos, palabras y acciones llenos de ira, estaba lo que querías, pero no conseguiste. Respeto, aliento, poder, conveniencia, placer, identidad, seguridad… ¿qué es lo que quieres? ¿Y cómo reaccionas cuando no lo consigues? La ira incorrecta le dice al mundo en voz alta: “¡Quiero las cosas a mi manera! ¡Qué se haga mi voluntad!”.
Nuestra ira es incorrecta cuando algo bueno nos importa más que Dios.
A veces, queremos cosas buenas. No está mal querer que tu marido te ame y te escuche. No está mal querer que tus hijos te respeten y obedezcan. No está mal querer que tu jefe sea honesto contigo. No está mal querer un plato de comida y una taza de café calientes, o llegar a tiempo a un compromiso en lugar de estar atascado en el tránsito. Pero cuando cumplir tus deseos —aun cuando se trata de algo bueno— llega a ser más importante que cualquier otra cosa, es allí donde tu anhelo cambia y se torna un “deseo de la carne”. Lo quieres en demasía. Cuando no consigues lo que quieres, exiges, crees que necesitas y piensas que mereces, es entonces que tu ira estalla.
Santiago, en la carta que le escribió a la iglesia primitiva, dijo lo siguiente sobre el origen de nuestra ira: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis…” (Santiago 4:1–2). Cuando desees algo —aunque sea bueno— más que a Dios, te enojarás si no lo consigues o si te lo arrebatan.
Nuestra ira es incorrecta cuando reaccionamos mal ante algo que está realmente mal.
En algunas ocasiones, tenemos razón en enojarnos, porque estamos experimentando un verdadero mal. En este caso, el problema no es el enojo, sino la forma en que expresamos nuestra ira. No está bien que alguien conduzca demasiado cerca de tu vehículo, de manera irresponsable y agresiva, poniendo en riesgo a tu familia. No está bien que tu cónyuge sea indiferente o desconsiderado. No está bien que tu jefe sea injusto en su trato o que tus hijos se nieguen a obedecerte. No está bien que te maltraten o te ataquen.
Dios nos dio el enojo para que pudiéramos decir: “Eso no está bien y es importante”. En nuestro mundo quebrantado, tendrás muchas buenas razones para enojarte. Pero como somos parte de este mundo imperfecto, expresamos de manera equivocada nuestra ira contra lo que en verdad está mal. Explotamos. Nos irritamos. Murmuramos. Nos quejamos. Guardamos rencor. Rechazamos a las personas. Nos vengamos. Nos volvemos amargados, cínicos y hostiles. Algo verdaderamente malo sucedió… y nosotros reaccionamos verdaderamente mal.
¿Cómo podemos aprender a solucionar todo esto? ¿Cómo podemos cambiar?
El Cambio Comienza con Tu Relación con Dios
¿Qué hay detrás de tu ira incorrecta?
Cuando te enojas, ¿no estás tomando el lugar de Dios y juzgando a otros, inclusive a Dios mismo? Ya sea que estés enojado por algo trivial o serio, tu reacción incorrecta revela que estás viviendo como si tú estuvieras a cargo del mundo. Crees que tú tienes el derecho de juzgar a las personas que te rodean y la manera en que Dios dirige el mundo.
Cuando Santiago habla sobre la ira, explica por qué es un error juzgar y criticar a los demás: “Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder; pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro?” (Santiago 4:12). Solo Dios tiene el derecho de juzgar irrevocablemente. Piensa en los momentos cuando te enojas. ¿No estás diciendo: “Hágase mi voluntad; venga mi reino”? Y cuando las cosas no salen como tú quieres, ¿no juzgas a quienes no hacen lo que tú quieres (inclusive a Dios), como si fueras Dios? No eres Dios, pero cuando te enojas, muchas veces, actúas como si lo fueras.
Dado que tu ira incorrecta tiene que ver con tu relación con Dios, no puedes solucionarla aprendiendo algunas estrategias o técnicas. La ira pecaminosa crea un gran problema entre Dios y tú. Al Señor no le agradan los presumidos que quieren hacerse cargo de su universo. Tu enojo no se trata solo de ti y de las cosas frustrantes que te suceden. No se trata solo de ti y de tu personalidad irritable y opositora. Y no se trata solo de ti y de las personas irracionales que te rodean. Se trata de ti, de esas circunstancias frustrantes, de todas esas personas irrazonables… y del Dios vivo. Se trata de que estás actuando como si estuvieras a cargo del mundo de Dios y de las otras personas. Pero quien está a cargo es Dios.
Actuar como si fueras Dios (orgullo) es la esencia de lo que significa ser pecador. Comprender la ira de este modo es inmensamente liberador y muy esclarecedor. La ira pecaminosa es un testimonio de tu orgullo. Cuando te veas como pecador, en vez de enfocarte en los errores de todas las personas que te rodean, la gracia y la misericordia de Dios estarán a tu disposición. La misericordia de Dios es para aquellos que, con sinceridad, le confiesan su pecado y le piden la gracia para cambiar. Santiago también declara: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6; ver 4:7–10 para detalles sobre lo que implica recurrir a Dios).
La ira no tiene misericordia. La ira ve, castiga y se deshace de los ofensores. Pero Dios ha elegido ser misericordioso para con los transgresores; inclusive con alguien como tú que luchas por querer ocupar el lugar de Dios en el mundo (Efesios 2:1–5). La misericordia de Dios te da vida. Si tienes amargura, si te quejas, si gritas y discutes, necesitas la misericordia de Dios. Recibirás misericordia y ayuda cuando le confieses al Señor tu lucha por tener el control de todo, por querer ser Dios y por juzgar a quienes te rodean. La ira justa de Dios hacia los pecadores como tú fue derramada sobre su Hijo en la cruz. Por la muerte de Jesús, puedes recibir perdón y tener una nueva vida.
Cuando le confieses a Dios tu pecado con sinceridad y le pidas que te perdone en el nombre de Jesús, recibirás el perdón y el don del Espíritu de Dios. Su Espíritu te dará el poder para expresar tu enojo, pero no a tu manera, sino a la manera de Dios.
La Ira de Dios es Redentora; la Tuya También Puede Serlo
¿Cómo responde Dios cuando algo importante está mal en su mundo? Responde de manera redentora. ¿Se ofende el Señor cuando las personas actúan como si fueran su propio dios, cuando son falsos para con él y se causan dolor a ellas mismas y a los demás? Sí. Pero ¿cómo expresó su ira? Envió a su propio Hijo a este mundo quebrantado a fin de que fuera quebrantado en la cruz. Sacrificó a su Hijo para perdonar, transformar y restaurar a su pueblo con el fin de que tuvieran una relación correcta con él y con los demás.
Tu ira también puede resultar en redención. Cuando acudas a Dios y encuentres perdón en el nombre de Jesús, serás lleno de su Espíritu. Y cuando estés lleno de su Espíritu, también te será posible responder de manera redentora cuando te enojes. Podrás aprender a decir: “Eso está mal”, sin despotricar, exagerar, decir palabrotas, gritar o insultar.
Lo que Le Importa a Dios Te Importará a Ti
Estar lleno del Espíritu significa que todo tu ser comenzará a parecerse a Dios. En lugar de responder con ira pecaminosa frente a cosas sin importancia, empezarás a ver tu vida desde la perspectiva de Dios. Comenzarás a preocuparte por las cosas que realmente importan, en vez de exagerar ante cosas relativamente sin importancia.
Cuando Jesús estaba en la tierra, no era estoico. Las cosas que estaban mal en este mundo le importaban a él más que a nadie. Estaba tan interesado que dio su vida para corregir esos errores. Pero lo que impulsaba su enojo eran la fe y el amor, no el egoísmo, la hostilidad y la agresión. Ser más como Dios significa que te preocuparán las cosas que le interesan al Señor Jesús, las cosas que realmente importan en el mundo de Dios.
Reacciona de Manera Constructiva ante un Verdadero Mal
Parecerse a Dios significa que cuando veas un verdadero mal, aprenderás a reaccionar como Dios lo hace. Cuando Dios ve un error, responde de manera constructiva. Él ha hecho esto con nosotros, al llamar nuestros errores claramente por su nombre, y después, al ofrecernos la misericordia y la gracia que no merecemos.
¿Cómo responde dios ante un verdadero mal?
Veamos cómo responde Dios de manera constructiva ante un verdadero mal:
Dios es paciente.
Ser paciente significa literalmente ser lento para la ira. Dios se describe en la Biblia como “tardo para la ira” (Éxodo 34:6). Aprender a ser “tardo para la ira” significa vivir en un mundo en el cual hay cosas que están mal —un cónyuge indiferente, un jefe injusto, un adolescente irrespetuoso— y, aun así, estar dispuesto a permanecer en situaciones y relaciones interpersonales difíciles a largo plazo. ¿Por qué? Porque te das cuenta de que vives en el mundo de Dios, no en el tuyo; y aunque es necesario abordar este mal, el llamado de Dios para ti es que continúes tratándolo de manera constructiva, paciente y amable.
Dios es misericordioso.
La misericordia es poder ver algo que está mal y decir: “Voy a enfrentar esto con el propósito de mejorar las cosas”. La misericordia de Dios es un desagrado constructivo. El Señor podría responder con ira, pero en vez de hacerlo, se propone corregir lo que está mal. Porque es misericordioso, Dios envió a Jesús para morir en la cruz por ti. Su ira justa fue derramada sobre Jesús. La misericordia de Dios significa que eres salvo de las consecuencias de tu rebelión contra él. A medida que experimentes la misericordia de Dios, aprenderás a ser misericordioso. En vez de juzgar a otros con enojo, te arremangarás y ayudarás a corregir los errores que veas.
Dios es clemente.
El perdón de Dios no hace que lo errado esté bien. El Señor llama por su nombre lo que está mal (¡aun la ira pecaminosa!) y trata con los errores pagando él mismo el precio. Perdonar es una forma de estar disgustado de manera constructiva. En vez de insistir con la justicia inmediata, el perdón reconoce el mal y lo olvida. Cuando amas a tu enemigo y lo tratas con amabilidad, estás venciendo el mal con el bien. Amar a alguien que ha hecho algo malo es un modo de vencer ese error.
Dios confronta en amor.
Hay lugar para el tipo de ira correcto cuyo propósito es el amor. Tal como Dios confronta de manera amorosa, tú también puedes hacerlo. Por ejemplo, los agresores y los que les hacen mal a otros deben ser llevados ante la justicia. Es constructivo y está fundado en el amor que los malhechores enfrenten las consecuencias de sus errores. Si tu hijo es irrespetuoso, debes enojarte, y tiene que haber consecuencias. Pero ¿qué haces con ese enojo? ¿Perder el control y exagerar? ¿Ser violento físicamente? No, puedes expresar tu enojo de manera constructiva con una reprimenda clara y consecuencias justas. Permanece firme, pero tu amor por tu hijo es lo que motiva tu firmeza.
Lo Opuesto a la Ira Pecaminosa
Lo opuesto a la ira pecaminosa no es ignorar lo que realmente está mal en este mundo. La ira piadosa enfrenta constructivamente lo que está mal, de una manera paciente, misericordiosa, clemente y sincera, haciéndole frente a lo que es necesario enfrentar. Nuestra ira pecaminosa produce dolor, destrucción y soledad. La ira piadosa se convierte en un instrumento en las manos de Dios para mejorar este mundo perverso.
Estrategias Prácticas para el Cambio
Dios trata con lo que está mal en este mundo de un modo maravilloso y sorprendente, pues combina la firmeza con la mansedumbre, y la honestidad con el perdón. Pero ¿cómo puedes ponerlo en práctica? ¿Cómo puedes aprender a abandonar tu enojo pecaminoso y expresar ira justa de manera constructiva? En su carta a los efesios, Pablo te ofrece ayuda práctica. Esto es lo que afirma sobre la forma de manejar la ira:
Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante (Efesios 4:29–5:2).
Pablo comienza diciéndonos cómo no debemos expresar nuestra ira. En primer lugar, explica que no tenemos que aislarnos y pensar demasiado (“amargura”). Segundo, dice que no debemos ir a la otra persona y volcar toda nuestra ira (“enojo y gritería”). Por último, no debemos ir a personas que no están envueltas en el asunto y murmurar (“maledicencia”). Por lo tanto, si no puedes guardarte la ira, ni explotar ni murmurar, ¡¿qué más te queda por hacer?!
Acude a Dios
Debes ir a Dios para pedirle ayuda. Al ir a él, aprenderás a examinar tus malas reacciones, cómo acercarte a otros con el propósito de pedir ayuda y cómo ir a la persona en cuestión de manera constructiva. Tu enojo será transformado cuando comprendas en lo más profundo de tu corazón cómo te trata Dios en Cristo. La paciencia, la misericordia, el perdón y la confrontación amorosa del Señor solamente serán una realidad en tu vida a medida que tu relación con él crezca. Comienza con una reunión sincera con Dios.
Cuatro preguntas que puedes hacerte
Aquí hay cuatro preguntas que puedes hacerte, y luego, un paso que debes tomar, lo cual orientará tu encuentro sincero con Dios.
- ¿Qué pasa a mi alrededor cuando me enojo? ¿Qué te lleva al límite?
Piensa en ocasiones específicas en las que te enojas. Haz una lista de las últimas cinco veces que te enojaste, o registra las próximas cinco. Describe lo que estaba sucediendo a tu alrededor. Piensa cómo tu ira pasó los límites. Clasifica tu lista, explicando si tu ira fue correcta o incorrecta.
- ¿Cuándo te enojaste por algo que no tiene importancia en el mundo de Dios?
- ¿Cuándo te enojaste porque le diste a algo bueno más importancia que a Dios?
- ¿Cuándo te enojaste porque realmente sufriste una injusticia
- ¿Cómo actúo cuando me enojo?
Observa tu lista y escribe lo que haces cuando tu ira es pecaminosa. ¿Expresas tu ira con amargura (guardando tu ira)? ¿Discutiendo (expresando tu ira sin freno con quienes te rodean)? ¿Hablando mal (murmurando y hablando sobre los que te hicieron daño)? ¿O con una combinación de los tres? Sé detallado al describir cómo expresas tu ira pecaminosa. ¿En alguna oportunidad fue la ira una expresión de amor —no de odio— y la expresaste de manera constructiva?
¿Cuáles eran mis expectativas (qué quería, necesitaba, exigía) cuando me enojé?
Esta pregunta sobre la motivación introduce a Dios en la conversación, porque revela qué usurpó el lugar del Señor en tu corazón. Tu respuesta mostrará en qué área necesitas más la ayuda de Dios. Quitará tu enfoque de las circunstancias que le dieron ocasión a tu ira y te ayudará a pensar sobre el motivo por el que pensabas que tenías el derecho de enojarte y expresar tu ira de la manera en que lo hiciste.
¿Qué mensaje tiene Dios en su Palabra dirigido a mi ira?
Vuelve a pensar en lo que Santiago dice sobre la causa de la ira. Nos enojamos de manera pecaminosa cuando nos olvidamos de que Dios, no nosotros, está a cargo del mundo. Recordar que este es el reino de Dios y no el tuyo afectará en gran medida cómo lidiarás con tu ira. Cuando a esto le agregues una verdadera compresión de todo tu pecado, también verás que Dios, en Cristo, es compasivo y clemente para contigo. Tu ira será transformada. Recordar la altura, la profundidad, la anchura y la longitud del amor y la misericordia de Dios hacia ti colocará las circunstancias y tu reacción iracunda en la perspectiva correcta (Efesios 3:14–19). Meditar sobre tu necesidad de misericordia y del perdón de Dios te recordará que no importa qué te haga enojar, pues es mucho menos de lo que Dios te ha dado en Cristo.
- Pídele ayuda a Dios. Para que se produzca un cambio en los patrones de tu ira, debes acudir a Dios para pedirle ayuda. Ve a él quien te ama y dile todo lo que te hace enojar. Menciona tu sufrimiento, tus expectativas, tus deseos, tu pecado y toda la maldad que ves y haces, y acércate a Aquel que sufrió y murió por ti.
En esta conversación sincera con Dios, usa los Salmos. Dios nos los ha dado para que tengamos muchas maneras diferentes de hablar con él sobre las cosas que realmente nos importan. Algunos Salmos le hablan a Dios sobre nuestro pecado (p. ej.: Salmos 32 y 51). Otros hablan sobre sufrir injusticias a mano de otras personas (p. ej.: Salmos 10 y 31). Y muchos hablan de ambas cosas (p. ej.: Salmos 25 y 119). Todos los Salmos hablan de Dios y revelan cómo es él, lo que necesitamos de él y cómo podemos expresar nuestro amor por él. Los Salmos son poéticos, pero no son poesía; son ejemplos vivos que nos fueron dados para enseñarnos a hablar con Dios con sinceridad sobre las cosas que importan. Tu relación personal con alguien vivo es lo que separa el enfoque bíblico de los libros de autoayuda, los medicamentos y el control mental. Tener una relación personal con el Dios vivo es lo que cambiará gradualmente tu enojo de destructivo a constructivo.
¿Para Qué Soy Llamado?
Tu relación con Dios siempre impactará tus relaciones interpersonales. Si has pasado por todas estas preguntas, no necesitas una receta que diga: “Haz A, B y C”. Dado que tienes una relación personal con un Dios vivo, tu sabiduría tendrá calidad de viviente. Quizá cuando comiences a quejarte por la camarera y el café frío, te des cuenta de esto: ¿Sabes una cosa? Fui tan egoísta. Señor, ten misericordia de mí. Y después, puede ser que te vuelvas a las personas con las que estás comiendo y digas: “Acabo de tener una muy mala actitud y les pido disculpas”. Y sería correcto que también te disculpes con la camarera. Imagina qué diferencia haría esto en su día: que un cliente esté dispuesto a tratarla como una verdadera persona, en vez de chillar reclamando sus derechos y sintiéndose superior. Luego podrías abordar el tema del café de manera razonable.
Todos se enojan, pero algunas personas se irritan más fácilmente que otras. ¿Puede también una persona malhumorada aprender a lidiar con su ira a la manera de Dios? Una de las cosas maravillosas del Señor es que nuestras luchas características no son una novedad para él. Hay personas que son más peleadoras e irritables que otras. Cada uno de nosotros tiene una o dos áreas en las que es más probable que luche. Para algunas personas, es el área de la ira. Otros pueden luchar con el miedo, la incomodidad, la lujuria o las preocupaciones por el dinero.
Tu meta no debe ser encontrar la respuesta para tu lucha, como si tú fueras capaz de solucionar el problema de la ira de una vez por todas. Al contrario, tu lucha con la ira resultará ser la puerta a través de la cual aprenderás a depender de Dios. Tu irritabilidad te muestra cuánto necesitas del Señor. Es por ella que puedes ver tu necesidad de su misericordia, su perdón y su ayuda todos los días. Otras personas que luchan con el miedo aprenden lo mismo cuando sus temores las llevan a ver su necesidad de pedir la ayuda de Dios.
Todos nuestros pecados expresan que algo potencialmente bueno se ha vuelto malo. Hemos mencionado que aun la ira puede ser algo correcto y constructivo. Lo bueno de tu lucha con la ira pecaminosa es que probablemente se te ha concedido un fuerte sentido de justicia y honestidad. A medida que crezcas en sabiduría y dominio propio, tu deseo de justicia no se expresará irritándote con quienes están a tu alrededor, sino trabajando con disposición con ellos para corregir las injusticias que veas. Quizá sin darte cuenta por completo, llegues a ser parte de una solución constructiva en vez de una fuerza destructiva que empeore las cosas.
Jesús dijo: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9). Dios usa su sentido de justicia y equidad para ocuparse de hacer la paz con nosotros, y para después enseñarnos a hacer la paz los unos con los otros. Sus hijos se vuelven como él.
Nadie puede escribirte un guion sobre cómo manejar tu ira. Pero cada vez que te des cuenta de que estás enojado, repasa las cinco preguntas. Entonces, recuerda el mensaje de amor y misericordia de Dios para contigo. A medida que sigas presentándole a Jesús todo lo que hay en tu corazón, te darás cuenta de que, paso a pasito, estarán sucediendo cambios verdaderos.
Tu disposición para someterte a Jesús y para asegurarte de que seguirlo sea tu prioridad te permitirá imitarlo al expresar tu ira de manera redentora. Entonces, tus conflictos no terminarán con portazos, silencios dolorosos y compartiendo el pecado de los demás. Al contrario, habrá un ida y vuelta constructivo, matizado por la misericordia y el deseo de que cada uno crezca a la imagen de Dios. Tu relación real y viva con el Dios que te ama sin límites te permitirá crecer para tener verdaderas relaciones interpersonales en las que el conflicto que tengas se convertirá en una oportunidad para el crecimiento, la comprensión y la manifestación del fruto del Espíritu.
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