No existe cristiano perfecto, pero POCO SE HABLA DE LAS IMPERFECCIONES

Alex López
La Catapulta
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Todos los derechos reservados-Publicado con permiso


Recuerdo esa reunión con este amigo. Me dijo: “Soy cristiano, pero quisiera decir que tengo ciertos sentimientos o ciertos problemas y muchas veces, no se habla sobre estos temas”.

Sentía que existe una regla implícita, que el cristiano vive en victoria y que, por lo tanto, cuesta encontrar un espacio para hablar de sentimientos o de problemas que se enfrentan en este mundo, incluso entre los creyentes. Y que, aunque la iglesia provee una comunidad, los temas que se hablan en las conversaciones, suelen ser superficiales y no se expresan estas situaciones difíciles que se enfrentan.

Hablaba que en la iglesia, como que no existe la verdadera libertad de expresar con libertad sentimientos como: “Me siento cansado”, “Me siento triste”, “Me siento confundido”, “Siento que no puedo cambiar”, o poder expresar problemas personales de todo tipo como: “Tengo una adicción”, “No consigo trabajo y estoy perdiendo las fuerzas”, “Mi carácter es destructivo”, “No sé cómo conectar con mi pareja”, “Mis hormonas dominan mi actuar”, “Soy muy indisciplinado…”, “No sé cómo conectar con mis hijos”.

Cuando le conté que el cristiano batalla constantemente con tanta tentación, muchas veces vence y otras es vencido, y que, apoyarnos unos a otros a vivir nuestra fe, es nuestro llamado. Además, que, hay cosas que se pueden hablar abiertamente en una reunión de creyentes y que hay otras que se deben hablar en privado con un confidente.

Su pregunta fue ¿De verdad existe un lugar en donde la gente hable así abiertamente de sus sentimientos y problemas? A lo que no sólo le afirmé que sí. Ese lugar debe ser la iglesia, ese lugar debe ser cada grupo pequeño que se reúne por las casas, ese lugar debe ser cada interacción con cristianos maduros, que viajan en el mismo trayecto que nosotros. Pecadores arrepentidos, compartiendo junto con pecadores arrepentidos, que buscan amar a Dios con todo y a su prójimo como a sí mismo.

Pero para que esto se dé, debe haber un pleno entendimiento del evangelio. Merecíamos muerte. En Jesús, Dios nos dio vida. Merecíamos humillación. En Jesús, Dios cubrió nuestra vergüenza. Hemos recibido perdón de pecados, nueva vida y vida eterna, pero a pesar de esto, pecamos porque somos pecadores, pero no somos llamados a vivir como pecadores, sino como hijos obedientes que viven en la luz. El evangelio no es para destrucción, es para salvación. Y los salvos vivimos en modo de luz, para que otras también, crean y sean salvos.

La iglesia no tiene miembros perfectos. El único perfecto fue Cristo, crucificado y resucitado al tercer día por el Padre. Jesús es el justo que tomó el lugar que nos correspondía a nosotros los injustos. Y por amor a nosotros, y en obediencia al Padre, tomó nuestro castigo y su muerte, es nuestra paz y reconciliación con Dios. El justo, murió por nosotros los injustos.

Si no existen cristianos perfectos, no hablemos como si lo fuéramos. Somos pecadores arrepentidos, que seguimos pecando, pero no somos llamados a vivir en el pecado. Porque Cristo nos liberó del poder del mismo. Si pecamos, no es porque estamos atados al mismo, es porque escogemos pecar.

Que nuestras conversaciones pasen de la superficie del agua, a la profundidad de la necesidad de consejo, enseñanza, reprensión y oración, para apoyarnos unos a otros a vivir en el camino de Dios y su gracia.

Termino con un peligro que veo. Aquellos que hablan abiertamente de que no son perfectos, pero como una excusa, para acallar su conciencia y seguir viviendo en pecado. No somos perfectos, pero somos llamados a ser santos, porque nuestro Dios es santo. Y esta es una batalla diaria, de cada segundo, de cada pensamiento, de cada acción y de cada reacción.

Si perdemos una batalla, inmediatamente arrepintámonos, abracemos la gracia, busquemos la santidad sin la cual nadie verá al Señor y, que el silencio de los sentimientos y lo problemas que nos aquejan, sea sustituido por el de la confesión y el apoyo de creyentes maduros y amorosos, que mutuamente, nos ayudaremos a vivir nuestra fe para la gloria de Dios.

“Este es el mensaje que hemos oído de él y que les anunciamos: Dios es luz y en él no hay ninguna oscuridad. Si afirmamos que tenemos comunión con él, pero vivimos en la oscuridad, mentimos y no ponemos en práctica la verdad. Pero, si vivimos en la luz, así como él está en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesucristo nos limpia de todo pecado. Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no tenemos la verdad. Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad. Si afirmamos que no hemos pecado, lo hacemos pasar por mentiroso y su palabra no habita en nosotros.” La Biblia en 1 de Juan 1:5-10

“Mis queridos hijos, les escribo estas cosas para que no pequen. Pero, si alguno peca, tenemos ante el Padre a un intercesor, a Jesucristo, el Justo. Él es el sacrificio por el perdón de nuestros pecados, y no solo por los nuestros, sino por los de todo el mundo. ¿Cómo sabemos si hemos llegado a conocer a Dios? Si obedecemos sus mandamientos. El que afirma: «Lo conozco», pero no obedece sus mandamientos, es un mentiroso y no tiene la verdad. En cambio, el amor de Dios se manifiesta plenamente en la vida del que obedece su palabra. De este modo sabemos que estamos unidos a él: el que afirma que permanece en él debe vivir como él vivió.” 1 de Juan 2:1-6


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