No te conformes con decir “no sé”

ANA ÁVILA
Coalición por el Evangelio
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Todos los derechos reservados-Publicado con permiso


Cuando alguien me pregunta qué postura escatológica sostengo (qué creo sobre la doctrina bíblica acerca de los últimos tiempos), mi respuesta automática es «Cristo viene». Luego me río, porque sé que esa no es la respuesta que mi interlocutor está esperando. No es una mentira —¡de hecho, es una verdad maravillosa que expresa de forma breve nuestra esperanza futura!— pero debo admitir que también es mi estrategia de escape. 

La respuesta más honesta sería «no sé».

Algunos de nosotros subestimamos la importancia de reconocer nuestra ignorancia. No nos gusta no saber, pero no nos damos cuenta de que el primer paso para aprender es reconocer que no sabemos. Otras personas, sin embargo, son rápidas para decir «no sé» y quedarse ahí… a veces, sin darse cuenta de su actitud displicente.

¿Por cuál partido político debería votar?
«Ay, todos son iguales» = «No sé y qué flojera averiguarlo».

¿Será que la Biblia permite que una mujer sea pastora?
«Unos dicen sí, otros dicen no» = «No sé y no quiero saber».

¿Qué postura escatológica sostienes?
«Cristo viene» = «No sé y no me importa».

Pero un buen «no sé» no se disfraza ni va seguido de un punto final. Un buen «no sé» es más bien un punto de partida para crecer en el conocimiento de Dios y el mundo que Él ha creado.

Un buen «no sé» es un punto de partida para crecer en el conocimiento de Dios y el mundo que Él ha creado

Si te has quedado estancado en el «no sé» más veces de las que te gustaría admitir, examina tu corazón. ¿Qué está pasando en él?

Pereza: “No sé y qué flojera averiguarlo”

Investigar un tema complejo y llegar a una conclusión al respecto no es cosa fácil. Requiere tiempo y esfuerzo; requiere hacer preguntas y luchar por encontrar respuestas… que a veces son incompletas o insatisfactorias. Requiere ponerle pausa al entretenimiento y sumergirnos en las páginas de un libro o en una larga conversación en la que nos toque escuchar mucho más de lo que hablamos. Requiere encontrarnos con palabras nuevas y leer tres veces la definición antes de empezar a comprenderla. Requiere humillarse, una y otra vez.

Miedo: “No sé y no quiero saber”

Algunos de nosotros no vamos más allá en la búsqueda de la verdad porque nos aterra pensar lo que podríamos encontrar del otro lado. ¿Qué pasaría si exploro la literatura científica sobre  la edad de la Tierra y no puedo sostener lo que siempre he creído? ¿Me meterá en problemas con la iglesia el considerar las propuestas de un partido político al que nadie más sigue? ¿Será que mi hijo está teniendo preguntas sobre temas de ideología de género que me incomoda sobremanera escuchar?

Apatía: “No sé y no me importa”

Seré la primera en admitirlo: hay cosas que no vale la pena saber. Hay cosas que no nos debería importar saber. Pero sospecho que la mayor parte del tiempo nuestras prioridades están desordenadas.

Estamos pendientes del último escándalo en Twitter, siguiendo los detalles hasta la madrugada, pero no nos hemos detenido a reflexionar en cómo la falta de sueño está afectándonos física y espiritualmente. Queremos saber el día y la hora exacta del regreso de Jesús en lugar de escudriñar la Biblia para saber cómo prepararnos para Su venida. Las redes sociales nos muestran lo que la compañera del colegio (que no hemos visto en diecisiete años) compró para su almuerzo, mientras ignoramos que nuestro vecino de al lado tiene dos días sin comer.

Aprovecha bien tu mente

Dios nos dio una mente para Su gloria. Adorarle con tu mente no significa intentar volverte un experto sobre cualquier interrogante que viene a tu cabeza (no podrías por mucho que lo intentaras). Tampoco trata de estar igual de interesado en toda área del conocimiento (Dios nos ha dado dones distintos a cada uno).

Adorar a Dios con tu mente es poseer una actitud de humildad diligente: ser conscientes de nuestras limitaciones y deseosos de crecer conforme Dios lo permita

Adorar a Dios con tu mente es anhelar conocer al Creador y Su creación más y más, de acuerdo a tu capacidad, utilizando tu inteligencia para ser buen administrador de los recursos que Él ha puesto en tus manos. Es poseer una actitud de humildad diligente: ser conscientes de nuestras limitaciones y deseosos de crecer conforme Dios lo permita.

La pereza, el miedo y la apatía nos privan de utilizar nuestra mente para meditar en «todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable» (Fil 4:8). Por el contrario: nos llevan a saturar nuestros pensamientos de entretenimiento barato, conceptos superficiales e ideas cómodas que muchas veces son leña para el fuego de nuestro pecado. Nos llevan a conformarnos con la ignorancia que, sin darnos cuenta, nos aleja de Dios y de nuestros hermanos.

Si soy honesta, mi «no sé» escatológico no ha sido un buen «no sé». Ha sido un «no sé» perezoso y apático. Gracias a Dios por Cristo, quien redime nuestro pecado y nos llena con su Espíritu Santo, quien nos guía a toda verdad… ¡incluyendo la escatológica!



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