Una iglesia que también se sienta a la mesa
La Catapulta
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Los domingos celebramos la resurrección de Jesús reuniéndonos en las iglesias del mundo entero. Pero la iglesia es más que una reunión.
Todos los que hemos creído en Jesús, sin importar nuestras diferencias culturales, fuimos hechos uno en El. Somos una nueva familia, adoptados por Dios como Padre. Y somos llamados a conectar unos con otros más allá de los domingos.
¿Cómo vivía la iglesia primitiva su semana? “Se mantenían firmes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en la oración.” Hechos 2:42
“No dejaban de reunirse en el templo ni un solo día. De casa en casa partían el pan y compartían la comida con alegría y generosidad, alabando a Dios y disfrutando de la estimación general del pueblo. Y cada día el Señor añadía al grupo los que iban siendo salvos.” Hechos 2:46-47
“Y día tras día, en el templo y de casa en casa, no dejaban de enseñar y anunciar las buenas nuevas de que Jesús es el Mesías.” Hechos 5:42
La iglesia primitiva se reunía los domingos a celebrar la resurrección de Jesús, pero también se reunían por las casas. En una casa hay dos lugares para los invitados: la sala y la mesa.
A la mesa, partían el pan y compartían la comida con generosidad. Y era algo que hacían de casa en casa. Como que iban turnándose para reunirse. La iglesia era congregacional pues se reunían los domingos y otros días en el templo. Pero también relacional, se reunían en grupos más pequeños por las casas.
Es en esta interacción a la mesa, que, de manera natural, un nuevo discípulo era asimilado a esta familia de la fe. Al ser asimilado, también le era no descrita únicamente, sino modelada en persona, por medio de sus hermanos y hermanas mayores, cómo lucía la fe cristiana en el día a día.
Ser un nuevo creyente era encontrar a Cristo y al mismo tiempo, encontrar una nueva familia. Que le cuidaba, enseñaba, modelaba y amaba. Juntos permanecían en la enseñanza de los apóstoles, en la oración y en la alabanza a Dios.
Esta familia relacional, amorosa y santa, gozaba de la estimación general del pueblo. Quienes veían su santidad en su trato interno y externo. Su fidelidad al Señor Jesús, entre ellos – incluyendo el trato que les daban a las viudas desamparadas – y la forma en que vivían, no quedaba más que ser un admirador de un pueblo que anhela ser parte del pueblo de Dios pero que no lo sabe.
La iglesia es más que un servicio, más que una reunión en donde la mayoría son espectadores. La iglesia es una familia espiritual, comunal, amorosa y que modela por donde se vive y mueve geográficamente junto a otros creyentes, lo que es amar y ser amado por Dios. En la iglesia, la mayoría escucha, mientras uno habla. En las casas, todos hablamos y nos edificamos mutuamente. Ambas son tan necesarias.
¿Cómo estamos sentándonos a la mesa y viviendo la fe 24/7 con nuestra familia de la fe? Abrir las puertas de nuestra casa a otros, es abrir el corazón de par en par y tener a Jesús sentado a la mesa. Salas llenas y mesas llenas, crean vidas llenas de Cristo, cuando se modela el conocerle y descubrirle al leer juntos la Palabra, cuando se vive más allá de la palabra y se modela la fe en cada interacción y donde se es familia, se ama y se es amado. Se necesita y se es necesitado.
Ser un nuevo creyente era encontrar a Cristo y al mismo tiempo, encontrar una nueva familia. Que le cuidaba, enseñaba, modelaba y amaba. Juntos permanecían en la enseñanza de los apóstoles, en la oración y en la alabanza a Dios.
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