LA VOLUNTAD Y OMNIPOTENCIA DE DIOS
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La voluntad de Dios es el atributo por el que Dios aprueba y determina toda acción necesaria para la existencia y actividad de sí mismo y de toda la creación. Esta definición indica que la voluntad de Dios tiene que ver con decidir y aprobar las cosas que Dios es y hace. Tiene que ver con las decisiones que Dios toma en cuanto a qué hacer y qué no hacer.
La voluntad de Dios en general.
La Biblia frecuentemente indica que la voluntad de Dios es la razón definitiva o suprema de todo lo que sucede. Pablo se refiere a Dios como «aquel que hace todas las cosas conforme al designio de su voluntad» (Ef 1:11). La frase que aquí se traduce «todas las cosas» (ta panta) la usa Pablo con frecuencia para referirse a todo lo que existe o a toda la creación (vea, por ejemplo, Ef 1:10, 23; 3:9; 4:10; Col. 1:16 [dos veces], 17; Ro 11:36; 1 Co 8:6 [dos veces]; 15:27–28 [dos veces]). La palabra que se traduce «hace» (energeo, «obra, realiza, hace, produce») es un participio presente y sugiere actividad continua. La frase se podría traducir más explícitamente como «que continuamente lo realiza todo en el universo de acuerdo al consejo de su voluntad».
Más específicamente, todas las cosas fueron creadas por la voluntad de Dios: «Tú creaste todas las cosas; por tu voluntad existen y fueron creadas» (Ap 4:11). Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento afirman que el gobierno humano existe en conformidad con la voluntad de Dios (Dan 4:32; Ro 13:1). Incluso los hechos conectados con la muerte de Cristo fueron conforme a la voluntad de Dios. La iglesia de Jerusalén creía esto, porque en su oración dijeron: «En efecto, en esta ciudad se reunieron Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y con el pueblo de Israel, contra tu santo siervo Jesús, a quien ungiste para hacer lo que de antemano tu poder y tu voluntad habían determinado que sucediera» (Hch 4:27–28). Esto implica que la voluntad Dios predestinó que ocurrieran no solo el hecho de la muerte de Jesús, sino todos los acontecimientos conectados con ella.
Santiago nos anima a entender que todos los acontecimientos de nuestra vida están sujetos a la voluntad de Dios.
A los que dicen: «Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos», Santiago les dice: «No sabéis lo que será mañana.… En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello» (Stg 4:13–15).
A veces es la voluntad de Dios que los creyentes sufran, como se ve en 1 Pedro 3:17, por ejemplo: «Si es la voluntad de Dios, es preferible sufrir por hacer el bien que por hacer el mal». Sin embargo, atribuir todos los acontecimientos, incluso los malos, a la voluntad de Dios, a menudo produce malos entendidos y dificultades para los cristianos. Algunas de las dificultades conectadas con este tema se tratarán aquí y otras las veremos en el capítulo 9 sobre la providencia de Dios.
Distinciones en aspectos de la voluntad de Dios.
Voluntad secreta y voluntad revelada: A veces se hacen distinciones entre diferentes aspectos de la voluntad de Dios. Tal como nosotros podemos escoger algo lo mismo anhelante que renuentemente, alegremente o lamentándolo, secretamente o en público, también Dios, en la infinita grandeza de su personalidad, puede escoger o querer diferentes cosas de diferentes maneras.
Una distinción útil que se aplica a los diferentes aspectos de la voluntad de Dios es la distinción entre la voluntad secreta de Dios y su voluntad revelada. Incluso en nuestra propia experiencia sabemos que somos capaces de querer algunas cosas en secreto y luego más adelante dar a conocer esta voluntad a otros. A veces les decimos a otros lo que queremos antes de que tenga lugar, y en otras ocasiones no revelamos nuestro secreto sino hasta que el asunto en cuestión ha sucedido.
Es cierto que una distinción entre varios aspectos de la voluntad de Dios es evidente en muchos pasajes bíblicos. Según Moisés: «Lo secreto le pertenece al SEÑOR nuestro Dios, pero lo revelado nos pertenece a nosotros y a nuestros hijos para siempre, para que obedezcamos todas las palabras de esta ley» (Dt 29:29). Las cosas que Dios ha revelado nos son dadas con el propósito de que obedezcamos la voluntad de Dios «para que obedezcamos todas las palabras de esta ley». Sin embargo, había muchos otros aspectos de su plan que no les había revelado: muchos detalles de hechos futuros, detalles específicos de la adversidad o bendición en sus vidas, y cosas por el estilo. Con respecto a estos asuntos, simplemente debían confiar en él.
Debido a que la voluntad revelada de Dios por lo general contiene sus mandamientos o «preceptos» para nuestra conducta moral, a la voluntad revelada de Dios a veces se le llama la voluntad de precepto o voluntad de mando. Esta voluntad revelada de Dios es la voluntad declarada de Dios respecto a lo que debemos hacer o lo que Dios nos ordena hacer.
Por otro lado, la voluntad secreta de Dios por lo general también incluye sus decretos ocultos por los que gobierna el universo y determina lo que sucede. Ordinariamente no nos revela estos decretos (excepto en profecías sobre el futuro), así que estos propósitos o planes son realmente la voluntad «secreta» de Dios. No hallamos lo que Dios se ha propuesto secretamente sino hasta que lo que quería que sucediera sucede. Debido a que esta voluntad secreta de Dios tiene que ver con su manera de decretar los acontecimientos del mundo, a este aspecto de la voluntad de Dios a veces se le llama la voluntad de decretar de Dios.
Hay varias instancias en las que la Biblia menciona la voluntad revelada de Dios. En el Padrenuestro la petición «hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo» (Mt 6:10) es una oración en que se pide que la gente obedezca la voluntad revelada de Dios, sus mandamientos, en la tierra tal como se hace en el cielo (es decir, total y completamente). Esta no pudiera ser una oración de que se cumpla la voluntad secreta de Dios (o sea, sus decretos en cuanto a cosas que ha planeado), porque lo que Dios ha decretado es un secreto que con certeza sucederá.
Pedirle a Dios que haga que se realice lo que él ha decretado que va a suceder sería simplemente orar: «Que lo que va a suceder suceda». Esa sería una oración en verdad hueca, porque no pediría nada. Es más, puesto que no sabemos la voluntad secreta de Dios respecto al futuro, la persona que eleva una oración porque se haga la voluntad secreta de Dios nunca sabría por qué está orando. Sería una oración sin contenido entendible y sin efecto. Más bien, la oración «hágase tu voluntad» se debe entender como una apelación a que se siga en la tierra la voluntad revelada de Dios.
Por otro lado, muchos pasajes hablan de la voluntad secreta de Dios. Cuando Santiago nos dice que digamos: «Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello» (Stg. 4:15), no puede estar hablando de la voluntad revelada de Dios ni de su voluntad de precepto, porque con respecto a muchas de nuestras acciones sabemos que es de acuerdo al mandamiento de Dios que hagamos una u otra actividad que hemos planeado. Más bien, confiar en la voluntad secreta de Dios supera el orgullo y expresa humilde dependencia en el control soberano de Dios sobre los sucesos de nuestra vida.
Otro ejemplo hallamos en Génesis 50:20. José le dice a sus hermanos: «Es verdad que ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien para lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente». Aquí la voluntad revelada de Dios a los hermanos de José era que debían amarle y no robarle, venderle como esclavo ni planear asesinarlo. Pero la voluntad secreta de Dios fue que en la desobediencia de los hermanos de José se hiciera un mayor bien cuando José, habiendo sido vendido como esclavo a Egipto, adquiriera autoridad sobre aquel país y pudiera salvar a su familia.
Revelar a algunos las buenas nuevas del evangelio y ocultarlas a otros es algo conforme a la voluntad de Dios. Jesús dice: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños. Sí, Padre, porque esa fue tu buena voluntad» (Mt 11:25–26). Esto, de nuevo, debe referirse a la voluntad secreta de Dios, porque su voluntad revelada es que todos se salven.
En verdad, solamente dos versículos más adelante Jesús ordena a todos: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso» (Mt 11:28). Y Pablo y Pedro nos dicen que Dios quiere que todos los hombres sean salvos (vea 1 Ti 2:4 y 2 P 3:9). Por tanto, el hecho de que algunos no serán salvos y para algunos el evangelio seguirá oculto se debe entender como algo que está de acuerdo con la voluntad secreta de Dios, desconocida para nosotros y que es inapropiado que tratemos de fisgonearla.
Hay peligro en atribuir sucesos malos a la voluntad de Dios, aunque a veces vemos que la Biblia habla de ellos de esta manera. Un peligro es que podemos empezar a pensar que Dios encuentra placer en el mal, lo que no es cierto (vea Ez 33:11: «Tan cierto como que yo vivo—afirma el SEÑOR omnipotente—, que no me alegro con la muerte del malvado, sino con que se convierta de su mala conducta y viva»), aunque él puede usar el mal para sus buenos propósitos (como lo hizo en la vida de José y en la muerte de Cristo).3 Otro peligro es que podemos empezar a culpar a Dios por el pecado, en vez de a nosotros mismos, o pensar que nos tenemos la culpa de nuestras maldades.
La Biblia, sin embargo, no vacila en unir afirmaciones de la voluntad soberana de Dios con afirmaciones de la responsabilidad del hombre por el mal. Pedro pudo decir en la misma frase que Jesús fue «entregado según el determinado propósito y el previo conocimiento de Dios» y también que «por medio de gente malvada, ustedes lo mataron, clavándolo en la cruz» (Hch 2:23).
La voluntad secreta de Dios de decretar y la maldad deliberada de la «gente malvada» se reiteran en la misma declaración. Como quiera que entendamos la forma en que se ejecuta la voluntad secreta de Dios, nunca debemos concluir que implica que somos libres de culpa en cuanto al mal, ni que se puede culpar a Dios por el pecado. La Biblia nunca habla de esa manera, y tampoco debemos hacerlo nosotros, aun cuando esto continúe siendo un misterio para nosotros en esta edad.
También consideraremos la libertad de Dios como parte de la voluntad de Dios, pero se pudiera considerar como un atributo separado. La libertad de Dios es ese atributo de Dios mediante el cual hace lo que quiere. Esta definición implica que nada en la creación puede impedirle a Dios hacer su voluntad. Dios no está restringido por nada externo, y puede hacer todo lo que quiera hacer. Ninguna persona ni fuerza puede jamás dictarle a Dios lo que debe hacer. Él no está bajo ninguna autoridad ni restricción externa.
La libertad de Dios se menciona en el Salmo 115, en donde se hace un contraste entre su gran poder y la debilidad de los ídolos: «Nuestro Dios está en los cielos y puede hacer lo que le parezca» (Sal 115:3). Los gobernantes humanos no pueden ponerse contra Dios y oponerse efectivamente contra su voluntad, porque «en las manos del SEÑOR el corazón del rey es como un río: sigue el curso que el SEÑOR le ha trazado» (Pr 21:1). De manera similar, Nabucodonosor aprende en su arrepentimiento que es verdad decir de Dios: «Dios hace lo que quiere con los poderes celestiales y con los pueblos de la tierra» (Dn 4:35). Nosotros imitamos la libertad de Dios cuando ejercemos nuestra voluntad y tomamos decisiones, una capacidad esencial de la naturaleza humana de la que a menudo se abusa debido al pecado.
Puesto que Dios es libre, no debemos tratar de buscar otra explicación definitiva a las acciones de Dios en la creación que el hecho de que él quiso hacer algo y que su voluntad tiene perfecta libertad (en tanto y en cuanto las acciones que hace concuerdan con su propio carácter moral). A veces algunos tratan de descubrir la razón por la que Dios ha hecho algo (tal como crear el mundo o salvarnos). Es mejor limitarnos a decir que en definitiva fue en su voluntad libre (obrando en armonía con su carácter) que Dios creó el mundo, salvó a los pecadores y con ello se glorificó.
Omnipotencia (o poder, incluyendo soberanía).
La omnipotencia de Dios quiere decir que Dios puede hacer toda su santa voluntad.
La palabra omnipotencia se deriva de dos palabras latinas: omni que quiere decir «todo», y potens, que quiere decir «poderoso», y significa «todopoderoso». No hay límites al poder de Dios para hacer lo que decide hacer.
Este poder se menciona con frecuencia en la Biblia. La pregunta retórica: «¿Acaso hay algo imposible para el SEÑOR?» (Gn 18:14; Jer 32:27) por cierto implica (en el contexto en que aparece) que nada es demasiado difícil para el SEÑOR. Jeremías le dice a Dios: «Para ti no hay nada imposible» (Jer 32:17). En el Nuevo Testamento Jesús dice: «Para Dios todo es posible» (Mt 19:26); y Pablo dice que Dios «puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos imaginarnos o pedir» (Ef 3:20; cf. Lc 1:37; 2 Co 6:18; Ap 1:8). En verdad, el firme testimonio de las Escrituras es que el poder de Dios es infinito.
Hay, sin embargo, algunas cosas que Dios no puede hacer. Dios no puede querer ni hacer nada contrario a su carácter. Por eso la definición de omnipotencia se da en términos de la capacidad de Dios para hacer «su santa voluntad». No se trata de todo lo que Dios es capaz de hacer, sino de todo lo que es congruente con su carácter. Por ejemplo, Dios no puede mentir (Tit 1:2), no puede ser tentado por el mal (Stg 1:13) y no puede negarse a sí mismo (2 Ti 2:13).
Aunque el poder de Dios es infinito, el uso de ese poder queda calificado por sus otros atributos (tal como todos los atributos de Dios califican todas sus acciones). Esto es, por consiguiente, otro caso en donde resultaría un malentendido si se aislara un atributo del resto del carácter de Dios y se martillara de una manera desproporcionada.
Al concluir nuestra consideración de los atributos de propósito de Dios, es apropiado comprender que él nos ha hecho de tal manera que mostramos en nuestra vida algún reflejo tenue de cada uno de estos atributos. Dios nos ha hecho como criaturas con voluntad, y ejercemos nuestra capacidad de tomar decisiones reales respecto a lo que nos sucede en la vida.
Por supuesto, no tenemos poder infinito u omnipotencia, pero Dios nos ha dado el poder de producir resultados, tanto poder físico como de otras clases de poder: poder mental, poder espiritual, poder de persuasión y poder en varias clases de estructuras de autoridad: familia, iglesia, gobierno civil, etc. En todos estos aspectos el uso de poder de maneras que agradan a Dios y armonizan con su voluntad es algo que le da gloria pues reflejan su carácter.
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