7 verdades sobre la salvación de pecadores

John MacArthur
Teología Sana
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Cuando Jesús despidió al joven rico en Mateo 19, Pedro se volvió al maestro y le dijo: “He aquí, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué hay, pues, para nosotros?” En otras palabras: “Empezamos a las 6 de la mañana. Fuimos los primeros en llegar y nos comprometimos como miembros para toda la vida a un costo alto ¿Qué obtendremos a cambio?” La parábola de los obreros de la viña es la contestación a esta pregunta. Los discípulos no lo tenían todo claro acerca de cuál sería su recompensa por seguir a Cristo. Algunos de ellos, creo yo, pensaban aun que, en cualquier momento, Cristo expulsaría las fuerzas del mal y establecería un reino terrenal visible. Tal vez creerían que se les daría un trono para administrar el reino escogido. Aun después de que Jesús resucitara de los muertos le preguntaron: “Señor, ¿restituirás el reino a Israel en este tiempo? (Hech. 1:6). ¿Es ahora cuando conseguiremos nuestras coronas y nuestros tronos? Justo después de narrar esta parábola de los obreros, Jesús predijo su muerte (Mat. 20:17-19).

Los versículos siguientes relatan cómo la madre de Santiago y de Juan vino a Jesús para pedirle que a sus hijos se les concedieran tronos especiales a ambos lados de Jesús en el reino. Aún no habían entendido el mensaje.  Un lugar en el reino no es algo que se gane. Es dado por Dios sin tener en cuenta el tiempo que uno haya trabajado ni lo caluroso que haya sido el día. El reino incluirá publicanos, prostitutas, mendigos y ciegos. Habrá apóstoles, mártires y personas que hayan servido a Dios durante toda su vida. Pero también habrá hombres convertidos en las trincheras justo antes de ser enviados a la eternidad por la explosión de una bomba de mortero. Todos heredan la misma vida eterna y la misma bendición, no porque la hayan ganado, sino porque Dios es misericordioso.   

Las epístolas describen diferentes recompensas por servicio, pero esto no es la cuestión de esta parábola. El tema aquí es la igualdad de la vida eterna. En Cristo “no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos nosotros sois uno en Cristo ” [Gálatas 3:28]. Los últimos son los primeros primeros los últimos.

La naturaleza de la salvación 

 No puedo evitar mencionar varias verdades obvias sobre la salvación que fluyen de esta parábola. Me doy cuenta de que los detalles secundarios de una parábola no son en sí, ni de por sí, una base definitiva sobre la cual se edifica doctrina; no obstante, en esta parábola veo apoyo para una serie de principios importantes que la Biblia afirma en otras partes.    

     Primero, Dios es quien en su soberanía inicia la salvación. El busca y él salva, y es él quien lleva a los pecadores a su reino. Aunque las personas deben tomar la decisión de seguir a Cristo, la salvación no es, en ultima instancia, una decisión humana. Dios es tanto el autor como el consumador de la fe (ver Heb 12:2). Le amamos a él porque él nos amo primero a nosotros (ver 1 Jn 4:19). Por lo tanto, no tenemos derecho a determinar lo que hemos de recibir. Si él nos buscó pronto y le hemos servido toda la vida, esa fue su elección. Si salió a nuestro encuentro tarde y sólo le servimos durante un tiempo corto, también fue su elección. Sí salió a nuestro encuentro tarde y sólo le servimos durante un tiempo corto, también fue su elección.

     Segundo, Dios establece los términos de la salvacion. El terrateniente dijo a quienes contrató en la mañana que les daría un denario. El fijó el precio y ellos aceptaron. Los que vinieron tarde no regatearon; el dueño les dijo: “Os daré lo que sea justo” (Mat. 20:4). Ellos aceptaron esos términos. El joven rico no hizo lo mismo. Cristo le preguntó el precio de la vida eterna, pero él rechazo los términos. Los que están en mayor necesidad son menos dados a regatear por sus propios términos? 

     Tercero, Dios continúa llamando a las personas a su reino. El dueño del campo volvió una y otra vez a buscar hombres para su viña. De igual manera, Dios no cesa nunca de solicitar obreros para su reino. Jesús dice en Juan 9:4: “Me es preciso hacer las obras del que me envió, mientras dura el día. La noche viene cuando nadie puede trabajar.” Pese a que la noche del juicio se acerca rápidamente, él continúa llamándonos a trabajar. 

     Cuarto, todo aquel a quien Dios redime está dispuesto a trabajar para él. Los hombres de la parábola estaban buscando trabajo, esa era la razón de que estuvieran en la plaza. Todos los que fueron a la viña trabajaron. Algunos trabajaron solamente la última hora, mientras otros trabajaron todo el día; pero todos trabajaron. Ese es el camino de la salvación. La fe se muestra por las obras (Stg. 2:24).

     Quinto, Dios se compadece de quienes reconocen su necesidad. Los hombres que esperaban en la plaza se encontraban allí porque estaban necesitados. Cuando el dueño les preguntó por qué estaban desocupados contestaron: “Porque nadie nos ha contratado” (Mat 20:7). Se hallaban tan desesperados por su falta de trabajo que permanecieron en la plaza todo el día. Un sentimiento semejante de extrema pobreza y desesperanza es una de las características de la fe que salva (Mat. 5:3, 6). El Señor llama a su reino a quienes reconocen su necesidad, no a los satisfechos y autosuficientes 

     Sexto, Dios cumple su promesa. El terrateniente pago exactamente lo que dijo que pagaría. Nadie recibió menos de lo prometido.

     Finalmente, mientras Dios da siempre lo que promete, también nos da siempre más de lo que merecemos. La salvación es por pura gracia. Nadie se merece la vida eterna, pero Dios la da por igual a todo el que cree. Dios nos salva, no por las obras de justicia que nosotros hubiésemos hecho, sino según su misericordia” (Tito 3:5) En el reino no hay lugar para la envidia. La única respuesta correcta es la humillación total. Todo lo que recibimos de Dios es bendición inmerecida. Lo mucho o lo bien que trabajemos no tiene nada que ver con nuestro lugar en el reino, porque todos recibirán de Dios mucho más de lo que se merecen. No debemos murmurar nunca porque el ternero engordado sea matado para algún otro, ni resentirnos porque el cielo sea tan maravilloso para quienes entran en el reino más tarde que nosotros. La gracia De Dios es abundante para todos nosotros.

Tomado de: El Evangelio Según Jesucristo


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