Algo por qué vivir

Alex López
La Catapulta
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“Tengo ganas de morirme, me quiero quitar la vida.” Esas fueron las palabras de este amigo.

La vida es dura. Es la vida producto de la desobediencia del ser humano – Adán y Eva –. En un Jardín, en donde sí trabajaban y cuidaban del mismo, decidieron confiar en la promesa de la serpiente – Satanás – y rebelarse ante la voluntad de Dios. El pecado entró, la muerte entró y hoy pecador engendra a pecador. Su primogénito Caín, por celos, asesinó a Abel.

La vida es dura. Jesús jamás prometió una vida suave para sus discípulos. Es más, dijo: “Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo.” La Biblia en Juan 16:33

Aflicciones. ¡Y en plural! Son muchas. Todos enfrentamos aflicciones que vienen de afuera. No nacen en nosotros, pero nos golpean como un tren bala doscientos cincuenta kilómetros por hora. El dolor y el trauma, son inevitables. ¿Qué hacer con ellos?

Aflicciones. Todos enfrentamos aflicciones que vienen de adentro. Estas son en donde el tren bala que nos golpea son nuestras propias malas decisiones. Todo lo que yo defino como bueno, que Dios define como malo, es un tren bala que me hará pedazos. ¿Qué hacer con estos pecados y sus consecuencias?

No importa si la aflicción viene de afuera o de adentro, sólo existe un verdadero camino para encontrar la verdadera razón de por qué vivir. Jesús es esa razón. El pecado de afuera o el pecado de adentro es muerte. Mata la relación con Dios, mata la relación con otros, mata físicamente a otros, mata la paz, el pecado trae muerte. Y la muerte es la tragedia más grande del ser humano. Dejar de existir. Pecar es abrazar la muerte.

Pero es en Jesús en donde encontramos vida. Clavado en la cruz exclamó: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Jesús venía a sanar y a salvar lo que se había perdido. Jesús era el médico en busca de los enfermos. Lo perdido y enfermo no eran sólo los soldados que lo clavaron en la cruz, también eran sus discípulos.

Jesús soportó todo porque era su misión, morir por nuestros pecados. Su sufrimiento fue tolerado, porque veía el gozo de su muerte. Reconciliar a todo pecador con Dios. Perdonamos porque él perdonó. Perdonamos porque, aunque Jesús es el abogado, regresará por segunda vez como juez. Perdonamos porque en él encontramos lo que jamás merecíamos, perdón de pecados. Y por eso damos de gracia lo que hemos recibido.

En Jesús encontramos perdón de pecados y esperanza eterna. No importa el sufrimiento terrenal o incluso la muerte, nos espera un cielo y una nueva tierra. Aún la muerte, lo más terrible de la humanidad, no es un punto y final en Dios. Es un punto y seguido… Jesús murió, pero resucitó y resucitaremos con él a una nueva vida en un cuerpo celestial que no siente ni vive como el nuestro.

¿Busca algo por qué vivir? Todo lo que pueda definir como su propósito por el cual vivir, es incierto, temporal y no llenará plenamente. Sólo Jesús es permanente. A pesar de que vivamos la mejor vida en esta tierra moralmente, económicamente, relacionalmente y cuanta cosa buena más que podemos hacer, sólo Jesús permanece y llena el vacío que todo ser humano tiene. Un vacío, que muchas veces le llamamos tristeza, porque ver el mundo sin él, es verlo en tonos grises. Con él es verlo a colores eternamente. Jesús es el camino al Padre Dios, es la verdad y es la vida. Quien lo encuentra podrá llorar, pero con esperanza terrenal y aunque la respuesta no llegue, tendrá esperanza eterna.

“Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien, por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Así, pues, consideren a aquel que perseveró frente a tanta oposición por parte de los pecadores, para que no se cansen ni pierdan el ánimo.” Hebreos 12:1-3

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