3 verdades bíblicas sobre el contentamiento

Melissa Kruger
Coalición por el Evangelio
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Todos los derechos reservados-Publicado con permiso 

Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Creciendo juntas: Una guía para profundizar las conversaciones entre mentoras y discípulas (Editorial Portavoz, 2021).

Una de mis imágenes favoritas sobre el contentamiento en las Escrituras se encuentra en el Salmo 1 y Jeremías 17. Ambos pasajes describen a un árbol plantado junto a un arroyo. Cuando llega el calor y la sequía, este árbol no tiene nada que temer porque tiene el refrigerio del arroyo. Pase lo que pase, da frutos y sus hojas no se secan. El Salmo 1 señala que esta es la imagen de una persona que se deleita en la Palabra de Dios y medita en ella de día y de noche. Jeremías 17 indica que esta es la persona que confía en el Señor.

Si queremos ser personas contentas, que siempre están dando frutos, nuestra confianza debe estar en el Señor y nuestro deleite en su Palabra. La definición que me gusta usar para el contentamiento bíblico es esta:

El contentamiento bíblico es una confianza interna en la soberanía y la bondad de Dios que produce el fruto de gozo, paz y acción de gracias en la vida de un creyente, independientemente de las circunstancias externas.

El contentamiento no está basado en nuestras circunstancias, sino en la naturaleza inmutable de Dios. Cuanto más lo conocemos, más confiamos en Él

El contentamiento no está basado en nuestras circunstancias, sino en la naturaleza inmutable de Dios. Cuanto más lo conocemos, más confiamos en Él. El contentamiento es tranquilidad de espíritu, una confianza absoluta en que Dios siempre obra para bien. Pablo fue ejemplo de este tipo de contentamiento mientras escribía a sus amados filipenses desde el interior de una cárcel romana. Sus circunstancias externas eran sombrías, pero estaba lleno de gozo y paz interior. Y reveló su secreto:

«No que hable porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación. Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad. En todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:11-13).

Veremos tres verdades en este pasaje que nos traen esperanza al reflexionar en el contentamiento.

1) El contentamiento está disponible en Cristo

Tal vez escuches esto de Pablo y pienses: «Bueno, por supuesto que él puede enfrentar estas pruebas y aun así estar contento porque ¡es un súper apóstol! Yo solo soy una persona común y corriente. Nunca podría estar así de contenta». Sin embargo, el contentamiento de Pablo en medio de la adversidad no estaba enraizado en su propia identidad, sino en la de Cristo.

Pablo no era solo un hombre de carácter tranquilo y por naturaleza contento. Su contentamiento provenía de una fuente externa a él. Así como el árbol plantado junto al arroyo da fruto continuamente, Pablo estaba plantado en Cristo, y esto, no su inclinación natural ni su apostolado, alimentaba su contentamiento.

Estas son las buenas noticias: tú y yo tenemos exactamente el mismo recurso disponible. Cristo está en nosotros y nos da poder para soportar todas las circunstancias y aun así dar fruto. Él nos da fuerzas cuando nuestra fuerza se acaba.

2) El contentamiento no depende de las circunstancias

Pablo dijo a los filipenses que su contentamiento no dependía ni de la abundancia ni de la miseria. Naturalmente, tendemos a pensar que es difícil estar contentos cuando estamos en necesidad. Sin embargo, tanto la abundancia como la necesidad pueden hacer que estemos descontentos.

El contentamiento es tranquilidad de espíritu, una confianza absoluta en que Dios siempre obra para bien

Tal vez hoy enfrentes circunstancias que hacen que la vida parezca insoportable. Quizá sientas que no puedes soportar un día más. Creo que Pablo te entendería con compasión y bondad. Él conocía el sufrimiento: sufrió golpes, azotes, naufragio y hambre, y enfrentó peligros a manos de personas y en distintas circunstancias (2 Co 11:24-28). Solo Cristo puede alimentar nuestro contentamiento en circunstancias difíciles. Él nos promete fuerzas para hoy. No mires al mañana. Él puede darte todo lo que necesitas.

Si bien la mayoría de nosotros podemos entender rápidamente por qué es difícil estar contentos cuando la vida es difícil, también es de ayuda considerar la dificultad del contentamiento en tiempos de abundancia.

Así como la luz del sol es cálida y da vida, pero también puede causar quemaduras de sol y sequía, tener abundancia no es una solución para el descontento. En nuestra plenitud, a menudo olvidamos nuestra necesidad de Cristo y no lo buscamos. Como expresa acertadamente Thomas à Kempis:

«No puedes encontrar verdadero contentamiento en ningún regalo temporal, porque no fuiste creado para encontrar deleite en estos. Incluso si poseyeras todas las cosas buenas que Dios ha creado, no podrás sentirte feliz y contento; todo tu gozo y felicidad descansa en el Dios que creó esas cosas».[1]

Ni la abundancia ni la necesidad determinaban el contentamiento de Pablo. Estaba contento porque tenía acceso a la fortaleza de Cristo. Para usar nuestra ilustración anterior: Cristo era el arroyo del que Pablo extrae su fuerza. Es de este arroyo que debemos beber continuamente si alguna vez queremos sentirnos plenos.

3) El contentamiento se aprende

Cuando nació mi hijo, no salió en silencio al mundo. Salió gritando. No fue necesario que le enseñaran que el mundo no está bien; parecía saberlo intuitivamente. Sin embargo, tardó seis semanas en aprender a sonreír. Por naturaleza, somos criaturas descontentas.

Me resulta muy alentador que Pablo dijera que aprendió a contentarse. No lo aprendió tan pronto como se convirtió al cristianismo. Mientras atravesaba las distintas circunstancias de la vida, aprendió a depender de Cristo.

El contentamiento de Pablo en medio de la adversidad no estaba enraizado en su propia identidad, sino en la de Cristo

¿Cuándo fue la última vez que aprendiste algo nuevo? A medida que envejecemos, tendemos a aferrarnos a lo que sabemos y nos olvidamos de que aprender es un arduo trabajo y, por lo general, implica muchos fracasos. Si alguna vez escuchaste a alguien aprender un nuevo instrumento, sabes a qué me refiero. No puedes esperar tocar todas las notas a la perfección la primera vez que tocas un instrumento. Se necesitan años de práctica, años de actuaciones fuera de tono o bastante desafinadas, antes que alguien pueda tocar con facilidad y encanto.

Tal vez pienses que eres la estudiante más lenta en la escuela del contentamiento (aunque estoy casi segura de que te gano). Está bien, aprender lleva tiempo. Solía decir a mis estudiantes de matemáticas que, cuando llegaban a ese punto de frustración —el momento cuando querían revolear el lápiz al aire y rendirse por completo—, ese era exactamente el momento cuando estaban aprendiendo algo nuevo. Sin embargo, es difícil. El aprendizaje nos pone a prueba más allá de lo que nos creemos capaces de hacer.

Ni la abundancia ni la necesidad determinaban el contentamiento de Pablo. Estaba contento porque tenía acceso a la fortaleza de Cristo

Tus circunstancias de hoy son tu salón de clases para la satisfacción. Es posible que no te gusten esos cursos especiales que te han tocado, pero hay razones para que aprendas esa lección. Dios tiene un propósito para cualquier situación que enfrentes hoy.

Ya sea que en este momento estás en necesidad o en abundancia, confía en Dios. Deléitate en su Palabra; medita en ella de día y de noche. Él te fortalecerá y suplirá todo lo que necesites. Tu tarea es permanecer en Él.


[1] Thomas Kempis, The Imitation of Christ, p. 136.

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