En proceso de restauración
Por Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
Años atrás tuve oportunidad de conocer a un
empresario que tenía un taller-laboratorio de alta tecnología para
automóviles de alta gama. Pero lo que más llamaba la atención, no
era el taller ni la fortuna invertida en el laboratorio, pionero por
aquellos años, en la ciudad donde vivo, sino su colección de
automóviles clásicos y antiguos restaurados a nuevos con sus piezas
originales.
A algunos de ellos los había rescatado por
monedas, de la herrumbre y del abandono en que se encontraban. Los
había traído a su taller aunque ello significara pagar un alto
coste en transporte para semejante chatarra. Luego había llevado a
cabo durante años, un lento y costoso proceso de restauración con
ellos. En aquella época, transcurrían los principios de los
noventa, Internet no era lo que es hoy, pero de igual modo, se las
arregló para encontrar y traer de lejanos sitios del planeta los
repuestos y las piezas originales que faltaban.
Cuando por fin terminaba uno de sus autos,
había invertido una verdadera fortuna durante años en él, pero hoy
era una verdadera obra de arte digna de admiración y asombro.
Restaurado hasta con los detalles más ínfimos del modelo original.
Es más, uno de sus autos se lo utilizó en el rodaje de una
película, ya que era el modelo que utilizaba la esposa de un
conocido ex presidente de mi país durante los años ‘40.
Me emociona semejante trabajo. No sólo porque
me gustan los autos y admiro la labor de este empresario, sino porque
no puedo evitar ver en esto, un evidente paralelismo con la obra que
Nuestro Amado Señor hizo y está haciendo en cada uno de nosotros.
No puedo evitar recordar que cuando Cristo tuvo
a bien encontrarme, quien esto escribe a pesar de su juventud en
término de años de vida, no era más que un cachivache inservible,
oxidado y echado al abandono por propia decisión, sin perspectivas
ni proyectos de vida.
Cuando Cristo me encontró, puso luz a un
oscurecido corazón, dio consuelo a un alma quebrantada, plantó una
rosa en medio de un destruido jardín y dio un cálido hálito de
vida a un joven triste y oscuro que ya podía sentir cercano el
helado frío de la muerte.
Desde aquél encuentro con el Señor, mucha
agua ha tenido que pasar por debajo del puente, como decimos en mi
país, y no sé cuánta más es la que queda por pasar aún. ¡Dios
no ha terminado conmigo todavía! Pero lo que sí sé, es que como
aquel empresario de los autos clásicos, me rescató cuando ya a
nadie le importaba dar una moneda por mí y me restauró a un elevado
costo.
Me asombra hasta las lágrimas la Gracia de
Dios obrando en mi ser. Un favor absolutamente inmerecido, recibido a
título completamente gratuito, pero pagado a un altísimo costo por
quien lo dio, la muerte de Nuestro Señor, el Hijo Unico de Dios
entregado a la muerte en la cruenta cruz, en mi lugar, en el lugar
que me correspondía a mí.
Hoy si estás leyendo estas líneas, es
puramente por la Gracia Sublime e inconmensurable de Dios. Si algo
bueno viste en mí, ¡el Señor lo hizo! Asido con todas mis fuerzas
a este madero de esperanza hoy transito por la vida, en la certeza de
que Dios no ha terminado conmigo todavía y que hasta aquél día en
que seré completo en El, cuando le vea cara a cara, continúo en
proceso de restauración.
Por
lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé
a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi
depósito para aquel día.
(2
Timoteo 1:12 RV60)
Todos
los derechos reservados.
Comentarios
Publicar un comentario
Tu comentario nos interesa