Desde la oscuridad

Por Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com


Ayer, en una de esas “meditaciones callejeras” rumbo al trabajo, producto de ese intenso diálogo interior con Dios, conmigo mismo y con personas ausentes, un triste recuerdo de mi juventud afloró súbitamente en el escenario de mis pensamientos.

Transcurrían los días finales de mi adolescencia, cuando aquella tarde, al regresar del colegio al atardecer, apenas transponer la entrada, hallé a mi madre sentada en soledad junto a la puerta. En total oscuridad y con una mirada intensamente triste y perdida a través de la pequeña ventanita adyacente a la puerta. Ignoro cuánto tiempo habría permanecido así en ese lugar y en ese estado. En aquella época las relaciones entre nosotros eran difíciles, ríspidas, tortuosas, conflictivas, por lo que ni siquiera pregunté qué pasaba. Sí, puedo recordar que esa escena me molestó, me fastidió intensamente. Aquel día, a pesar de mi juventud e inexperiencia, pude percibir que la oscuridad no era sólo del interior del pequeño y modesto departamento, era más bien una viva manifestación de lo que eran los días de mi madre dentro de su atribulada alma.

Pasaron los años y olvidé aquella tarde. A veces, periódicamente el recuerdo asoma en mi mente algo difuso y desdibujado por la nebulosa del tiempo, pero ayer irrumpió con toda su contundencia e intensidad, esta vez acompañado de revelación de parte de Dios.

Estos últimos días de mi vida han sido intensamente movilizadores. Estoy siendo encaminado hacia un campo de batalla al que no deseo ir. Los eventos que han de venir me inspiran mucho temor, ello a pesar de estar firmemente persuadido de que es Dios quien me está llevando con su dulce presencia hacia la sanidad de heridas del alma que duelen, sangran desde hace muchos años.

No es de extrañarse que el recuerdo de aquella escena de mi madre sumida en triste depresión aflore, irrumpa de ese modo con toda intensidad y fuerza reveladora en medio del escenario de mi mente. Y es que hoy descubro que toda mi vida ha sido así. Hoy descubro que mi vida ha transcurrido en su mayor parte, en penumbra dentro de la casa, sin atreverme a abrir la puerta para salir, mirando con tristeza y melancolía el farol de la calle a través de una pequeña ventanita.

Leer en estos días a Philip Yancey, Henri Nowen, Gordon MacDonald y Brendaliz Avilés entre otros, me ha hecho bien. Ellos van abriendo el camino en cuanto a no guardarse nada, revelarse tal cual son, desnudar el alma para que el mundo lo vea y permitir que con sus vidas otros seamos edificados por la mano de Dios. Me ha servido para ir perdiendo el temor, animarme a arriesgarme más con mis propios escritos, transponiendo una a una las capas de mi propio escudo y atreverme a abrir los ventanales de mi alma para que alumbre la luz de Cristo.

Hablar con la gente, con mis pastores; no sólo me ha servido para infundirme alguna dosis de ánimo que no tengo. También me ha permitido conocer, saber que hay mucha más gente de lo que podemos imaginar alrededor nuestro, en los lugares de trabajo, en escuelas y universidades, aún en las mismísimas iglesias y dentro de nuestras propias familias, que cargan por años, tal vez toda una vida, profundas heridas que duelen y sangran. Transcurren los días de sus vidas sentados junto a un portal en profunda tristeza, mirando hacia la luz exterior desde la oscuridad sin atreverse a salir, a abrir esa puerta de par en par para que la luz de Cristo alumbre sus almas.
“Desnudar el alma es cosa de valientes”, en palabras de Elizabeth Wright (Open Hearts Ministry Inc.) Y hoy comienzo a entender esas palabras de otro modo, con otra profundidad, con otro significado. Las hago mías con otra perspectiva.

Hoy estoy en camino hacia la luz, aunque sé que aún falta mucho camino por recorrer. Y te animo a ti amad@ que lees estas líneas, a acompañarme en esa travesía.

He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo,
Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría. Purifícame con hisopo, y seré limpio;
Lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría,
Y se recrearán los huesos que has abatido. Esconde tu rostro de mis pecados,
Y borra todas mis maldades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
Y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti,
Y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación,
Y espíritu noble me sustente.
(Salmos 51:6-12 RV60)

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