El apóstol de las lágrimas: Lecciones del gran dolor de Pablo

Jared Compton
Coalición por el Evangelio
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Nota del editor: 

Para más artículos sobre este tema, y otras posturas sobre la interpretación de Romanos 11:25-27, te invitamos a explorar nuestra biblioteca de recursos sobre la relación entre Israel y la iglesia.

Al inicio de Romanos 9-11, Pablo nos dice que está triste. Muy triste. «Digo la verdad en Cristo, no miento, dándome testimonio mi conciencia en el Espíritu Santo, de que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón… por amor a mis hermanos, mis parientes según la carne» (Ro 9:1-4). Pablo está tan triste que ni siquiera concluye su pensamiento ni explica qué está mal con Israel. Para eso, tendremos que esperar todo un capítulo.

Descubrimos que muchos dentro de Israel habían rechazado a Jesús, su tan esperado Mesías, y como resultado no eran «salvos» (Ro 10:1). Esta realidad no solo entristecía a Pablo, sino que también planteaba preguntas difíciles acerca de Dios. ¿Significaba la incredulidad de Israel que Dios había rechazado a Su pueblo o, peor aún, que no había cumplido Sus promesas (Ro 9:611:1)? Y si Dios podía rechazar a Su pueblo y fallar en Sus promesas, ¿no serían estas terribles noticias para todos, no solo para Israel, sino también para los gentiles?

Su secreto

Para responder a estas preguntas, Pablo revela un misterio oculto en la Biblia y que solo fue desvelado cuando Dios envió a Jesús. Dios salvaría a Israel y cumpliría Su palabra, pero lo haría de una manera sorprendente.

Primero, Pablo comienza reduciendo al Israel creyente a un pequeño remanente. Es cierto que el Israel creyente todo Israel nunca habían coincidido completamente, ni siquiera desde el principio (Ro 9:6–13). Sin embargo, fue más tarde, durante los exilios asirio y babilónico hacia el final del Antiguo Testamento, cuando Dios redujo al Israel creyente a un mero remanente (Ro 9:27–29). Sorprendentemente, el estatus remanente del Israel creyente no cambió ni siquiera cuando el Mesías, el Salvador de Israel, vino (Ro 9:30–3311:7–10). Como lo expresó el apóstol Juan: «A lo Suyo vino, y los Suyos no lo recibieron» (Jn 1:11, énfasis añadido).

Segundo, Dios usaría la incredulidad de Israel para hacer espacio para la salvación de los gentiles (Ro 11:2830). Un espacio sorprendente. Todos esperaban que un día los gentiles se unieran a Israel, pero nadie anticipaba que se convertirían en Israel. Sin embargo, Pablo nos dice que la salvación de los gentiles cumpliría las promesas del Antiguo Testamento acerca de la salvación de los gentiles (Ro 10:19-20; ver también 4:17; 15:9-12) y también la salvación de Israel (Ro 9:25-26). Pablo nunca llama explícitamente a los gentiles Israel y preserva un lugar para el Israel «natural» o étnico (Ro 11:17-24). Pero al aplicar las promesas de Israel a los gentiles, nos muestra que la línea entre las ramas «silvestres» y las «naturales» en la iglesia es más difícil de distinguir de lo que cualquiera habría imaginado.

Tercero, Dios usaría la salvación de los gentiles para captar la atención de Israel. La sorprendente salvación de los gentiles provocaría en Israel celos y, eventualmente, salvación (Ro 11:11-1215). Esta fue una de las razones por las que Pablo compartía a Jesús incansablemente con los gentiles. Esperaba que su éxito como «apóstol de los gentiles» pudiera conducir a la salvación de Israel. Pablo sabía que no podía provocar a todo Israel, pero esperaba y oraba por provocar al menos a algunos (Ro 11:13-14).

Finalmente, Dios provocaría la salvación de todo Israel solo cuando Jesús regresara (o «en conexión con» el regreso de Jesús). Esta podría ser la parte más sorprendente del misterio de Pablo. Los lectores cuidadosos de las promesas de Dios en el Antiguo Testamento tenían razón: Israel sería salvo cuando viniera el Mesías. Pero nadie habría imaginado que la salvación de Israel ocurriría en la segunda venida del Mesías. ¡Dos venidas! Nadie vio venir eso. Pablo nos dice que Israel sería salvo cuando Jesús regresara desde la Sion celestial, un lugar que Jesús abrió con Su muerte, sepultura y resurrección (Ro 11:26-27). De esta manera, la conversión de Israel reflejaría la propia conversión de Pablo: transformado por una visión celestial del Señor resucitado.

Pablo nos dice este secreto y luego estalla en alabanza (Ro 11:33-36). Solo un autor infinitamente sabio podría trazar una trama en la que (casi) todas las expectativas creadas se cumplan de una manera inesperada. Una fidelidad sorprendente. Por paradójico que suene, realmente no hay otra manera de describirlo. No existe otra historia como esta.

Su aflicción

Aunque el secreto de Pablo disipa maravillosamente cualquier duda que podamos tener acerca de la fidelidad de Dios, no creo que haya disminuido su aflicción. Nosotros podríamos sorprendernos con lo que Pablo escribe en Romanos 9-11, pero él no lo estaba. Escribió Romanos 9:2 plenamente consciente de lo que desarrollaría en Romanos 11:25-27. Estos capítulos los escribió con un rostro marcado por lágrimas, aun al revelar este secreto.

Después de todo, Israel no sería salvo hasta que Jesús regresara, y Jesús no regresaría, según nos dice Pablo, hasta que Dios completara Su obra entre los gentiles (Ro 11:25). Para Pablo, esto significaba, al menos, que Israel no sería salvo hasta que alguien fuera más allá de Roma y evangelizara a los gentiles en los confines del mapa. Por eso, Pablo nos expresa cuán ansioso estaba por llegar a España (Ro 15:14-33). Sin embargo, sabía que cada retraso, cada contratiempo, cada cambio de planes y cada grupo de gentiles no alcanzados significaba más tiempo sin el regreso de Jesús y, por lo tanto, más muerte y juicio para tantos —demasiados— dentro de Israel.

Pablo también sabía que el momento de la salvación de Israel significaría que muchos dentro de Israel se perderían las experiencias que él describe en sus cartas y predicaba en todas partes. El Israel que sería salvo en el regreso de Jesús sería un Israel que se perdería la vida en la iglesia durante esta era presente. No experimentarían la bondad de ocuparse en su salvación (Fil 2:12-13), luchar por andar en el Espíritu (Gá 5:16) ni renovar sus mentes (Ro 12:2). Israel se perdería la bondad de esperar el regreso de Jesús y todas las maneras en que esta experiencia nos prepara para, y enriquece nuestra experiencia en, el mundo venidero (ver Mt 25:2123).

Su ejemplo

El secreto de Pablo disipa nuestras dudas acerca del carácter de Dios, pero no elimina —ni debería eliminar— nuestra aflicción. No si vamos a seguir el ejemplo de Pablo, que es precisamente lo que la Biblia nos llama a hacer (1 Co 11:1).

El ejemplo de Pablo nos enseña a celebrar cada parte de la historia de Dios. De hecho, es una señal de inmadurez —o algo peor— si no podemos hacerlo. El corazón de Pablo se ensancha al contar la historia de Dios. Por eso, termina estos capítulos con una doxología exaltada, deleitándose en la sabiduría y el conocimiento de Dios. Nuestros corazones no se alinean con el de Pablo si no somos capaces de sentir lo que él siente en Romanos 11:33-36. No seguimos su ejemplo si somos capaces de contar la historia de Dios sin asombro y alabanza.

Al mismo tiempo, Pablo nos enseña que la doxología puede y debe ir acompañada de lamento, de angustia. El corazón de Pablo se quebranta al contar la historia de Dios. Por eso comienza estos capítulos como lo hace, y por eso habla de sus lágrimas en otros pasajes (Fil 3:18). Es una señal de inmadurez —o algo peor— no ser capaces de sentir lo que Pablo siente en Romanos 9:2. De hecho, aquí, como en otros lugares, Pablo simplemente sigue el ejemplo de su Señor, quien derramó lágrimas por exactamente la misma razón (Lc 19:41-44). Además, las lágrimas de Jesús nos revelan un misterio insondable: la «respuesta» de Dios a Su historia (2 P 3:9).

Amigos, regocíjense en la historia de Dios. Permitan que los lleve a santificar Su nombre. Pero en su regocijo, no dejen de llorar. No dejen de cultivar un corazón que anhela que otros compartan el bien que ustedes han recibido de Dios y un corazón que se aflige —incluso incesantemente (Ro 9:2)— cuando no lo hacen. A la paradoja de la sorprendente pero fiel historia de Dios, añadamos la paradoja de nuestra respuesta: «entristecidos, pero siempre gozosos» (2 Co 6:10, énfasis añadido). De esta manera, aprendemos a seguir a Pablo como él siguió y esperó en Cristo.


Publicado originalmente en Desiring GodTraducido por Eduardo Fergusson.


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