Los estadios son catedrales: Lo que los deportes revelan sobre la adoración

MARK JONES
Coalición por el Evangelio
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«Alabanza incesante, cánticos de pasión, deseo de triunfo, unidad de espíritu, un objeto de adoración, lamento por lo hecho mal, asistencia impecable, y todo en un hermoso santuario». Puede parecer un servicio religioso, pero en realidad fue la experiencia que tuve hace años en un partido de fútbol profesional en Inglaterra. A pesar del entorno, fue alentador escuchar a los hombres cantar con pasión, una pasión que a menudo falta en el culto congregacional.

De esta forma, el deporte profesional revela que estamos hechos para adorar, celebrar la gloria y admirar la excelencia. Somos seres que adoran. No se trata de si adoramos o no, sino de qué o a quién adoramos. Hoy en día, muchos adoran el deporte de una forma u otra. He pasado suficiente tiempo en diversos contextos deportivos (como atleta, aficionado y entrenador) para comprender que tanto hombres como mujeres, niños y niñas, pueden ser muy apasionados por el deporte y los equipos a los que apoyan. Sin embargo, los hombres y los niños sobre todo parecen ser especialmente dados a la idolatría al apoyar a sus equipos deportivos favoritos.

Pasiones mundanas

Disfrutar de los deportes y apoyar a tu equipo favorito no es necesariamente un problema (como he dicho, he sido jugador, aficionado y entrenador). Pero como todo en la vida cristiana, debemos aprender a administrar sabiamente los dones de Dios. Sin embargo, a veces usamos mal los dones de Dios y nos volvemos mundanos en nuestros pensamientos y acciones. Juan nos dice que «no amemos al mundo ni las cosas que están en el mundo» (1 Jn 2:15). Esto no significa que no podamos amar un hermoso lago o una buena comida, sino que debemos tener cuidado de no amar las cosas creadas en lugar del Creador. En el mundo está «la pasión de la carne, la pasión de los ojos, y la arrogancia de la vida» (1 Jn 2:16). Los equipos deportivos profesionales ofrecen amplias oportunidades para que los deseos mundanos se expresen plenamente.

Dios nos creó con buenos deseos, como el deseo de amar o dar rienda suelta a nuestro gozo. Sin embargo, nuestra naturaleza pecaminosa corrompe fácilmente estos deseos poderosos, de modo que amamos cosas que no deberíamos amar, o amamos cosas en formas o grados que no se ajustan a los propósitos que Dios les dio. Los griegos solían hablar de cuatro pasiones, lo que para Agustín y otros fue una herramienta útil para analizar y comprender el comportamiento humano: (1) el deseo, que es el bien deseado; (2) el gozo, que es el bien obtenido; (3) el miedo, que implica un mal que hay que evitar y el bien amenazado; y (4) la tristeza, que es cuando sucede un mal y se pierde el bien. Estas pasiones corren desenfrenadas entre muchos aficionados al deporte, y allí donde las pasiones fuertes andan sueltas, hay que proceder con mucho cuidado.

Somos seres que adoran. No se trata de si adoramos o no, sino de qué o a quién adoramos

Los aficionados apasionados al deporte desean el gozo de la victoria, pero en muchos casos, el miedo a la derrota y el dolor que la acompaña pueden revelar lo desordenadas que pueden ser nuestras pasiones. He oído decir a muchos jugadores, entrenadores y aficionados que odian perder más de lo que aman ganar. Para muchos, el deporte es la ventana más clara a su alma, ¡donde muestran más alegría o tristeza que en cualquier otro ámbito de la vida!

Aficionados esclavizados

Para diagnosticar si el deporte tiene un control poco saludable en nuestras vidas, deberíamos hacernos algunas preguntas. Por ejemplo, ¿nuestra afición al deporte nos aleja de la adoración corporativa en el Día del Señor o nos distrae constantemente durante el servicio de adoración? Como en todas las cosas, ¿podemos disfrutar de Dios y darle gracias en y a través de nuestro deleite en los deportes (Ef 5:20)? ¿O estamos simplemente satisfaciendo deseos egoístas? Recuerda que todo lo que no procede de la fe es pecado (Ro 14:23). Incluso en el ámbito del disfrute de los deportes, debemos hacerlo por la fe, la cual guarda nuestras pasiones mientras buscamos el disfrute como pueblo de Dios disfrutando de Sus diversos dones. Debemos hacer todas las cosas para la gloria de Dios, incluyendo apoyar a equipos deportivos (1 Co 10:31).

Cuando disfrutamos del deporte, ¿estamos causando daño a alguien, incluso a nosotros mismos? Algunos hombres pueden sentirse tan desmesuradamente angustiados o enfadados cuando su equipo pierde que descargan su ira contra otros, incluso contra los miembros de su propia familia. Esto es una violación del sexto mandamiento.

También podríamos preguntarnos: ¿estamos entregados al placer de apoyar a un equipo, o es el placer el que es dado a nosotros? En otras palabras, no deberíamos permitir que los fracasos de un equipo deportivo dominen cómo nos sentimos días después de una derrota. Cuando nos entregamos a algo, es eso lo que nos controla, en lugar de ser nosotros quienes lo controlamos. El arte de disfrutar del deporte consiste en recordar que podemos aprender a contentarnos sean cuales sean las circunstancias (Fil 4:11).

Digo esto como una persona extremadamente competitiva (que detesta perder más de lo que disfruta ganar), pero necesito ver continuamente el éxito de los equipos que apoyo y entreno tanto desde una perspectiva temporal como eterna. Incluso temporalmente, ¿no es asombroso cómo podemos enfadarnos tanto por hombres sudorosos con los que no tenemos ninguna relación excepto que llevan camisetas de diferente color al de otro grupo de hombres sudorosos? A ninguno de esos hombres sudorosos le importan lo más mínimo mis sentimientos. Además, incluso cuando tu equipo gana el campeonato, la alegría dura poco: la próxima temporada nos preocuparemos por el entrenador o la calidad de los nuevos jugadores.

Una gloria mayor

La solución a nuestra mundanalidad e idolatría en relación con el deporte no puede encontrarse simplemente mostrando lo vacío que resulta convertirse en un aficionado esclavizado. Como argumenta Thomas Chalmers (1780-1847) en The Expulsive Power of a New Affection [El poder expulsivo de un nuevo afecto], no se puede destruir el amor al mundo simplemente mostrando su vacío. El amor al mundo y, en concreto, un amor desmesurado y esclavizante por el deporte solo puede ser expulsado por un nuevo amor y afecto a Dios de parte de Dios.

El amor al mundo y, en concreto, un amor desmesurado y esclavizante por el deporte solo puede ser expulsado por un nuevo amor y afecto a Dios de parte de Dios

El amor a Dios Padre, como hijos Suyos (1 Jn 3:1), es un deleite que nos libera de la esclavitud a la gloria de los deportes. Por lo tanto, a menos que tengamos un amor por Dios basado en todo lo que ha hecho y hará por nosotros, nos encontraremos cada vez más adictos a las aficiones de este mundo como los deportes.

Además, Juan también relaciona la visión beatífica, ver a Jesús cara a cara, con nuestro amor a Dios. Como hijos de Dios, esperamos pacientemente lo que un día llegaremos a ser: plenamente conformes a la imagen de Cristo (Ro 8:29). Cuando Jesús aparezca, «seremos semejantes a Él, porque lo veremos como Él es» (1 Jn 3:2). Tanto nuestro amor por el Padre como nuestra esperanza de ser semejantes a Cristo cuando lo veamos nos impulsan a hacer de la adoración a Dios, y no del deporte, el centro de nuestra vida diaria como pueblo de Dios.

Si los seguidores de un equipo deportivo pueden reunirse semana tras semana para sentarse sobre un frío metal, coreando y cantando a voz en cuello para animar a su equipo a la victoria, ¿no deberíamos poder reunirnos nosotros también cada día del Señor con nuestros hermanos y hermanas para celebrar, con mucho más entusiasmo, las victorias de nuestro Rey y Sus glorias eternas?


Publicado originalmente en Desiring GodTraducido por Eduardo Fergusson.

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