No soy misionero. ¿Estoy poniendo excusas?

ALEX KOCMAN
Coalición por el Evangelio
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Todos los derechos reservados-Publicado con permiso


No tengo remordimientos.

Si tuviera la oportunidad, habría hecho muchas cosas en mi vida de forma diferente. Habría escuchado más a mi padre. Habría leído con más atención en la escuela. Habría ido a un viaje misionero de corta duración en la universidad. Habría entrado en el mundo de los hogares de acogida y la adopción junto a mi esposa con una formación más sólida.

Pero como Dios es soberano, sería injusto llamar a cualquiera de estos «remordimientos». Haría las cosas de otra manera, pero no me siento cautivo por la culpa. La providencia de Dios me ha llevado hasta donde estoy ahora. No espero descubrir Su voluntad secreta, sino obedecer Sus mandamientos revelados.

Sin embargo, sigue habiendo un elefante en la habitación. Trabajo para una organización misionera. Soy coautor de un libro sobre la teología de las misiones. Soy consciente de que hay tres mil millones de personas en el planeta sin acceso al evangelio. Como es natural, a menudo me pregunto: «¿Debería haberme hecho misionero?».

En diversas etapas de mi vida, he tenido razones de peso para permanecer en mi país natal al servicio de Cristo. En otras ocasiones, he utilizado excusas ingenuas. Tal vez, como las mías, tus razones para no ir a las misiones son una mezcla de buenas y malas. ¿Has tenido alguna vez los siguientes pensamientos?

“Dios no me ha llamado”

Sé que a menudo me he dicho a mí mismo esta historia: «No necesito ser misionero porque Dios no me ha llamado». Hay algo de verdad en eso.

El plan ordinario de Dios para el creyente con frecuencia implica servir a Cristo desde la misma posición de vida en la que se convirtió

En el esquema general del diseño de Dios, la mayoría de los cristianos no son llevados a lugares lejanos como misioneros. A lo largo de la historia, la mayoría de los cristianos han permanecido quietos. (Por supuesto, históricamente, la mayoría de los seres humanos no se han movido). El plan ordinario de Dios para el creyente con frecuencia implica servir a Cristo desde la misma posición de vida en la que se convirtió (cp. 1 Co 7:20).

Pero no es cierto que debamos escuchar una voz audible de parte de Dios o ver una señal milagrosa para ser llamados a las misiones. Una definición más acertada de llamado tiene que ver con una combinación de necesidad, deseo, oportunidad, capacidad y afirmación por parte de la iglesia local.

En algunas otras áreas nos parece sensato esperar una voz divina antes de actuar. Trabajamos para sobrevivir. Nos mudamos de ciudad para ir a mejores universidades. Nos casamos por amor. Sin embargo, cuando se trata de llevar el evangelio a las naciones —el propósito de Dios para Su pueblo desde el Génesis— a menudo nos quedamos de brazos cruzados y esperamos nuevas instrucciones.

Por supuesto, Dios puede guiar a las personas hacia Su mies global de maneras extraordinarias. Pero debemos tener cuidado de usar la falta de experiencias de este tipo como excusa.

“El mundo no necesita misioneros occidentales”

Muchos de nosotros hemos escuchado argumentos del mundo secular contra las misiones cristianas. El colonialismo, el imperialismo y el salvajismo blanco son objeciones que los incrédulos suelen plantear al cristiano de mi país que se embarca hacia el extranjero. Estas objeciones pueden desanimarnos.

Un joven al que estaba discipulando me contó una vez que su profesor en una universidad, aparentemente cristiana, intentó convencerle de que no se hiciera misionero porque las misiones en sí mismas son un mero vestigio del colonialismo. Este tipo de objeciones deben sopesarse y considerarse cuidadosamente, pues de lo contrario pueden apagar el espíritu misionero. Pero aun los que ya están acostumbrados a responder a estas objeciones tan trilladas pueden a menudo permitir que se les cuelen en el corazón excusas más sutiles.

En mis primeros años de universidad, cuando me planteaba mi lugar en el mundo, me convencí de que apoyar a misioneros locales era el mejor (y quizás el único) método viable para las misiones. Al fin y al cabo, los occidentales exigen un nivel de vida mucho más alto y tardan más en aprender idiomas y culturas. Teniendo en cuenta los muchos creyentes nacionales fieles que realizan una labor increíble con mucho menos, el estereotipo del misionero norteamericano parece palidecer en comparación.

Siendo un joven con la mirada puesta en la comodidad y la vida profesional, no era difícil entusiasmarme con un modelo de misiones que me permitía quedarme en casa. Sin embargo, en aquel momento, creo que no había tenido suficientemente en cuenta a los grupos no alcanzados, a los grupos lingüísticos no contactados y sin creyentes. Estos pueblos necesitan que alguien de afuera venga. En algunos contextos, ser de afuera puede incluso abrir puertas.

“Tengo cosas mejores que hacer”

Creo que nunca he admitido en voz alta que pienso que tengo «mejores cosas que hacer» que servir a los perdidos. Pocos cristianos lo harían. Pero podemos expresarlo sin decirlo.

Parte de nuestro razonamiento tiene sentido. La deuda estudiantil, por ejemplo, hace que muchos retrasen o aplacen una carrera misionera. (Aunque los misioneros pueden obtener la condonación de préstamos estudiantiles). Cuando mi familia estaba en el proceso de adopción, no podíamos salir de nuestro estado de origen sin interrumpir el proceso legal. Tal vez para ti, Dios te ha dado una puerta abierta para el ministerio con los no creyentes en tu barrio, escuela o familia.

Un llamado a servir en las líneas de suministro en lugar de las primeras líneas sigue siendo un llamado al esfuerzo misionero

La diferencia entre las razones de peso y las excusas suele estar en la motivación. ¿Estamos, como Pablo, buscando honestamente difundir el conocimiento de Cristo dondequiera que estemos (2 Co 2:14)? ¿O somos como los de la parábola del banquete, que utilizaron la casa, la familia y los negocios como excusas amables para declinar la invitación a seguir a Cristo (Lc 14:16-24)?

Las historias que nos contamos a nosotros mismos lo afectan todo: nuestro estado emocional, nuestras relaciones y nuestras decisiones en la vida. Lo mismo ocurre con nuestra decisión de emprender misiones internacionales. Aunque no debemos tomar esas decisiones basándonos en la culpa, debemos asegurarnos de que nuestras historias están basadas en la realidad.

Nuestra decisión

En este punto, Dios providencialmente —a través de las circunstancias y la sabiduría de otros— nos ha dejado claro a mi esposa y a mí que tenemos una misión que cumplir en esta etapa de nuestras vidas aquí en casa. Hemos llegado a la conclusión de que nuestros deseos, dones y oportunidades se alinean mejor a un papel de enviar y movilizar a otros para las misiones.

Pero decidir esto no es lo mismo que decidir no participar en la gran comisión. Un llamado a servir en las líneas de suministro en lugar de las primeras líneas sigue siendo un llamado al mismo esfuerzo. Servir en la misión de Cristo conduce a una vida sin remordimientos.


Publicado originalmente en The Gospel CoalitionTraducido por Equipo Coalición.




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