Olaf por los aires, niños en la iglesia y la fe en su mañana

Alex López
La Catapulta
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Y de pronto, entramos al patio central de esta iglesia ubicada en un vecindario de la zona 11 de Guatemala. Una iglesia con más de 50 años, la iglesia Bautista Jericó.

Mi amigo, su hijo pequeño y yo, fuimos los primeros en llegar. Mientras esperábamos para entrar al auditórium – pues alguien había echado llave a la puerta y el truco de meter una escoba por la ventana no funcionaba para abrir la puerta – el hijo de mi amigo, que llevaba un muñeco de Olaf me dijo: juguemos.

En unos 30 minutos, comenzaría a dar una capacitación a los miembros que aceptaban el reto de llegar esa noche a comprometerse a servir dentro de la iglesia en un área de servicio y a comprometerse a servir fuera de la iglesia en todo tiempo y lugar con su testimonio de vida para ganar almas para Cristo.

Pero este niño una cosa sabía, la vida es diversión y alegría. Así que invitó al expositor de esa noche a jugar con Olaf. Ese muñeco de nieve que es uno de los personajes principales en la película Frozen.

¿Cuál era el juego? El lo lanzaba hacia arriba y yo tenía que agarrarlo. Luego, yo debía lanzarlo y él debía agarrarlo. Cuando se le caía gritaba y cuando lo atrapaba celebraba gritando. No sé cuántas veces lanzamos al pobre Olaf. Que si fuera un ser viviente, habría vomitado varias veces por las constantes vueltas que daba en el aire.

¿Lo tiro así? Me preguntaba, mientras me daba la espalda, se agachaba y tiraba al muñeco por en medio de sus piernas hacia arriba. Me reí bastante con sus ocurrencias. Para él yo no era nadie más, que un compañero de juego, un compañero temporal en su tiempo en la iglesia. No había barreras en la relación. No sabe ni qué estudié, ni nada más.

En plena capacitación, escuchábamos afuera los gritos de – si no estoy mal – unos cinco niños, pero que parecían Israel gritando ante la muralla de Jericó. Le decía a los hermanos en la iglesia – pues les fueron a decir que le bajaron un poco al relajo – que ese sonido era vida para una iglesia. O la iglesia tiene personas de todas las edades, o las iglesias estarán vacías.

Al final de la capacitación, comimos panes con pollo, unos mini cup cakes y bebimos algo. La capacitación logró su cometido, pero la comunidad post capacitación, fue lo mejor. Los niños entre los jóvenes y los adultos, como si esto fuera una fiesta. Y, los jóvenes y adultos, felices compartiendo unos con otros. Es ese murmullo que da vida a una congregación. Son relaciones…

Ya cuando estábamos a punto de irnos, vi a cuatro niños sentados en una grada al lado del púlpito y les dije, vean hacia el frente y les tomé una foto. Me gusta imaginar a esos 4 niños no sólo juntos allí, sino juntos en la vida, porque en Jesús serán adoptados como hijos de Dios y juntos, se ayudarán a vivir su fe en Cristo.

Porque fe no es sólo creer, es compartir. Compartir la fe, compartir la vida, compartir tirando a un Olaf por el aire y crear memorias. Porque la iglesia, es más que un servicio. Es el Cuerpo de Cristo, en donde nos hacemos bien unos a otros. Y, ese bien, en ocasiones involucra hablar lo que no queremos hablar, llorar conmovidos por el dolor o el pecado del otro y reír mientras nos gozamos de la vida.

Más niños, más líderes tirando Olafs, más comida, más bebida y más buenas conversaciones y relaciones. Porque la fe no se construye sólo desde un púlpito. Se construye en la interacción en donde un hermano menor – no por fuerza en edad – ve como alguien más maduro en su fe, vive la vida en el cada momento en su interacción con su familia y otros.

Olaf, niños en la iglesia y la fe en su mañana… Me recordó lo que más importa. Tiempo compartido entre hermanos, en donde todos, somos una familia. Somos hermanos, hermanos en Cristo porque Dios es nuestro papá…

“No dejaban de reunirse en el templo ni un solo día. De casa en casa partían el pan y compartían la comida con alegría y generosidad, 47 alabando a Dios y disfrutando de la estimación general del pueblo. Y cada día el Señor añadía al grupo los que iban siendo salvos.” Hechos 2:46 y 47

“Quiero que sepan, hermanos, que aunque hasta ahora no he podido visitarlos, muchas veces me he propuesto hacerlo, para recoger algún fruto entre ustedes, tal como lo he recogido entre las otras naciones.” Romanos 1:13

“Padre de los huérfanos y defensor de las viudas es Dios en su morada santa. Dios da un hogar a los desamparados y libertad a los cautivos; los rebeldes habitarán en el desierto.” Salmo 68:5-6

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