Jesús es nuestra esperanza

Alex López
La Catapulta
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No existe justo, ni siquiera uno. Todos nosotros somos pecadores. Hemos quebrantado los mandamientos y la voluntad de Dios. Todos hemos fallado. Incluso las personas moralmente más correctas, han quebrantado los mandamientos de Dios.

Quebrantar los mandamientos de Dios siempre se paga. ¿Cuál es la paga que recibimos por nuestro pecado? Muerte. Lo más doloroso que alguien pueda experimentar es la muerte de un ser querido. La muerte es algo humanamente inevitable, doloroso e irreversible. Esto es lo mismo que el pecado nos da.

Las buenas obras no borran las malas que ya hemos cometido. Una vez pecador, por siempre pecador. El pecado es una mancha humanamente imborrable. Ni el mejor cloro del mundo puede limpiar el alma. Ni miles de buenas obras, repetidas vez tras vez, borran la maldad del pecado.

El resultado del pecado es la enemistad con Dios. Jesús enseñó que el que no era con él, contra él era. Y el que con el no recogía, desparramaba. Pecar es más que fallar, es rebelarnos ante la perfecta voluntad de Dios. Es abiertamente darle la espalda y decir que nuestra voluntad es mayor que la suya. Ser enemigo del Todopoderoso, es una batalla perdida.

Su ley es perfecta pero nos muestra nuestro pecado. La ley de Dios es imposible de cumplirla. Una vez pecamos, hemos caído de la perfección que Dios demanda de nosotros, porque él es santo. Y quien ha quebrantado un pecado, es culpable de quebrantar toda la ley. Ella nos muestra nuestras transgresiones. Pero a la vez, es buena. Es buena porque nos muestra el corazón y voluntad de Dios para la humanidad. Lo que es justo y recto.

Sólo Jesús cumplió las justas demandas de la ley. Todos somos pecadores. No hay justo ni siquiera uno, excepto Jesús. Jesús, la segunda persona de la Trinidad, dejó la gloria y se vistió de carne y huesos en la persona de Jesús. 100% hombre y 100% Dios. Tentado en todo pero sin pecado y con un propósito único. Redimirnos (pagar el precio por la libertad) por nuestros pecados.

Todo pecador, aparte de la ley, puede ser declarado justo sólo por la fe en el sacrificio de Jesús. Jesús vivió la vida de justicia que no podíamos vivir, para morir la muerte que merecíamos morir. Sólo Jesús, sin pecado, podía morir por los pecadores y aplacar así, la ira de Dios contra la maldad del pecado.

Jesús murió y resucitó y ha ido al cielo a prepararnos un lugar. Porque Jesús murió, tenemos vida. Porque Jesús recibió el castigo, nosotros recibimos misericordia. En la cruz Jesús pagó el precio por nuestros pecados. Porque Jesús resucitó, tenemos garantía de resurrección. El es el primero en resucitar de todos los que han muerto y si creemos en él, también resucitaremos nosotros.

Jesús regresará otra vez pero ahora por su iglesia y para juzgar a vivos y a muertos. Cuando Jesús ascendió al cielo, los ángeles dijeron, que así como lo habían visto ascender, regresaría otra vez. Jesús vino la primera vez como abogado, pero regresará al segunda vez como juez. Dará a cada quien su merecido y hará justicia contra todos aquellos que cometan maldades contra él y contra su prójimo.

El cielo es nuestra tierra prometida, es un cielo nuevo y una tierra nuevo donde no sólo reina la justicia. Sino donde lo que más nos duele ya no existe. En el cielo ya no existe ni llanto, ni muerte, ni lamento, ni dolor. Esa esperanza que nos sostiene a cada momento. Descansemos en Jesús para salvación, para vida eterna y para cada día mientras estemos en esta tierra. Jesús es nuestra esperanza eterna…

“¿No saben que los malvados no heredarán el reino de Dios? ¡No se dejen engañar! Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los sodomitas, ni los pervertidos sexuales, 10 ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios. 11 Y eso eran algunos de ustedes. Pero ya han sido lavados, ya han sido santificados, ya han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios.” 1 de Corintios 6:9-11

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