En la dificultad una llamada trae amigos que dan vida

Alex López
La Catapulta
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Todos los derechos reservados-Publicado con permiso

Tenía unos nueve años. Íbamos llegando al Club Campestre la Montaña. Un lugar precioso de recreación para la familia en Guatemala.

Cometí el error de tomar una pequeña navaja de mi hermano mayor, e intentar cortar una manzana y esto, mientas la sostenía en mi mano. La corte y también, el extremo de la palma de mi mano.

La cortada no fue tan profunda, pero sí lo suficiente para sentir el ardor y ver lo que tenemos allá adentro. Algo que no mucho me gusto.

Pero dos cosas me preocupaban. La primera, era que ya no iba a poder treparme utilizando un lazo a una como casa que había hasta arriba de unos juegos. Quien llegaba allí era celebrado por los demás niños.

Pero lo que más me preocupaba eran mis papás. Ja, cuando les diga, me van a regañar y tal vez a pegar. Me quedé en silencio un buen tiempo hasta que dije no, mejor pido ayuda.

Le mostré a mi mamá mi mano y le conté lo que había hecho yo mismo. Me llevo a la enfermería del lugar en donde me curaron, me dieron unas pastillas para el dolor, me pusieron algo que permitió unir el corte para no llevar puntos y nos fuimos tranquilos.

Cuánto callamos nuestros errores, nuestras heridas y no buscamos ayuda. La llamada que da vida y acerca amigos, sólo viene en el dolor, en la impotencia y en el punto de quiebre en el que humanamente no podemos más.

La primera llamada que debemos hacer es hacia el cielo. A nuestro Padre Dios. Dios amoroso, misericordioso y bondadoso. Por qué temerle si nos dejó un abogado que intercede por nosotros ante él. El justo que murió por los injustos. El abogado o intercesor que entiende nuestra condición humana, tentaciones y nos auxilia. El que a él viene en arrepentimiento, no le hecha fuera.

La segunda llamada que debemos hacer es a los amigos confiables y confidentes. Si está triste o deprimido, no lo calle. Llame a alguien de confianza y exprésele su sentir. La iglesia es familia. Todo los que hemos creído en Jesús como nuestro Señor y Salvador hemos sido adoptados como hijos, para nunca jamás estar solos ni en la tierra, ni en el cielo.

Su familia espiritual está allí para reír. Esto es más fácil. Es cuando celebramos las victorias de otros. El único obstáculo que nos impide reír, es la envidia. El envidioso no se goza del bien ajeno. Tiene mentalidad de escasez, piensa que si se ama a otro, él es amado menos. O que si otro tiene más, él tendrá menos. Qué gran mentira que le ata…

Su familia espiritual está allí también para llorar. Esto no se refiere sólo a los momentos de crisis como de una enfermedad, accidente o muerte. Se refiere a poder tener la seguridad, que el corazón puede abrirse de par en par y mostrar los dolores, vergüenzas, tristezas y batallas más profundas.

Invité a almorzar por su cumpleaños a un amigo de 79 años de edad que tenía mucho tiempo de no ver. En la conversación hablando sobre los temas de nuestros corazones y siendo muy sinceros. Me comentó sobre cómo extrañaba a un amigo que ya había muerto.

¿Qué era lo que extrañaba? Cuanto tenía situaciones difíciles de distintos temas en su vida, lo citaba. Se sentaban a hablar y cuando él le abría su corazón y comenzaba a contarle su situación, de pronto veía que su amigo frente a él estaba llorando. Cuánta falta me hace mi amigo, fueron sus palabras.

Todos necesitamos amigos que lloran con nosotros y están para animar, corregir y aconsejar. Dios le provee esos ángeles para su vida. Pero de seguro, Dios ya los conoce, sólo falta levantar el teléfono y llamarlos. Y, también, doblar rodillas delante de Dios…

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