La transformación de una adolescente transgénero

SARAH EEKHOFF ZYLSTRA
Coalición por el Evangelio
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Todos los derechos reservados-Publicado con permiso


Eva estaba en un almuerzo de la iglesia cuando recibió un correo electrónico de su hija Sofía, de doce años (sus nombres han sido cambiados).

Allí leyó: «Mamá y papá, tengo que decirles que en realidad no soy una chica, mi pronombre es ellos».

Eva no podía respirar. Se sintió como si le hubieran dado un golpe en el estómago. No lo vio venir; de hecho, unos meses antes, Sofía había compartido en las redes sociales su fe en que Dios había creado a las personas como hombres y mujeres.

Por aquel entonces, Eva estaba segura de que esa declaración le iba a acarrear a Sofía —quien asistía a una escuela pública progresista— algunos problemas sociales. Al contrario, pareció que se le olvidó de inmediato.

«Me habrían intimidado», dice Sofía, ahora de dieciséis años. «En cambio, decidieron reeducarme. Me invitaron a grupos en los que solo querían hablar del tema transgénero. A lo largo de unos meses, decidí que iba a ser agénero (sin género). Luego acabé decidiendo que era un chico».

Sofía estaba experimentando lo que suele llamarse «disforia de género de inicio rápido», en la que los grupos de amigos comienzan a experimentar cuestiones de género similares al mismo tiempo. Uno de cada cinco estadounidenses de la Generación Z se identifica ahora como LGBT+, el doble de los millennials (uno de cada diez) y el cuádruple de los estadounidenses de la Generación X (aproximadamente uno de cada veinte).

Un número sorprendente de ellos —el cuarenta por ciento de la generación Z y de los millennials— también se identifican como religiosos. Cada vez más, los pastores cristianos, los pastores de jóvenes y los padres se enfrentan a preguntas y declaraciones de los jóvenes que examinan su propio género u orientación sexual.

«Martin Luther King Jr. habla del largo arco de la justicia», dijo el rector anglicano de Falls Church, Sam Ferguson, quien ha pasado tiempo con múltiples jóvenes adultos en transición y sus familias. «La Biblia también contempla el largo arco de la redención, que apunta a la resurrección del cuerpo. Hay continuidad: el final refleja el principio. Nuestro Creador no necesita volver a empezar. Si su hijo tiene un cromosoma XY, resucitará de entre los muertos como un varón. Tenemos que trabajar a lo largo del arco de la redención, no en su contra».

Cada vez más, los pastores y los padres se enfrentan a preguntas y declaraciones de los jóvenes que examinan su propio género u orientación sexual

Eva y su esposo Tomás (su nombre también ha sido cambiado) descubrieron que eso requiere paciencia. Durante más de dos años, oraron por Sofía. Escudriñaron las Escrituras. Desarrollaron sus relaciones con ella. Trazaron límites en torno a cómo podía expresarse. La llevaron a consejería y a la iglesia. Comenzaron a educarla en casa. Le hicieron preguntas.

Básicamente, lo tomaron como algo de largo plazo. Al cumplir los quince años, Sofía desistió, es decir, reconoció que su cuerpo es femenino y retomó su identidad.

Hoy en día, Eva y Sofía hablan frecuentemente con otras familias cuyos hijos están en proceso de transición.

«La iglesia es el único lugar que tiene la libertad de abordar este asunto, porque el activismo en torno al tema ha sido tan poderoso y bien financiado», explica Eva. «Cuando pienso en dónde estábamos hace tres años y dónde estamos ahora, veo que Dios no desperdicia nada».

«Terminé decidiendo que era un chico»

En muchos sentidos, es sorprendente que alguien como Sofía luche con la identidad de género. Sus padres aman a Jesús y se aman mutuamente. Tiene un par de hermanos, una familia eclesiástica fuerte y una mente aguda. Ha creído en Dios desde que tiene memoria.

Sofía entró en una red social llamada DeviantArt cuando tenía doce años. Ella comentó: «Al principio, publicaba obras de arte con mis amigos, pero con el tiempo el mensaje de “lo gay es bueno” se volvió inevitable».

Nunca había oído hablar de alguien que fuera transgénero. «Me preguntaba: “¿Qué es esto?” y me decían: “Oh, hay chicos que en realidad son chicas, chicas que en realidad son chicos y algunas personas no son ninguna de las dos cosas”».

Sofía le preguntó a su madre sobre el tema y Eva le explicó que no estaban de acuerdo con esas categorías de pensamiento. Sofía, que está en el espectro autista y piensa en blanco y negro, le dijo a sus amigos en línea que no estaba de acuerdo con ellos.

No pelearon con ella ni la intimidaron. En cambio, la invitaron al club de la escuela de la Alianza de Género y Sexualidades (GSA por sus siglas en inglés). Eva cree que fue seleccionada como objetivo y no es una idea descabellada. Los profesores de California han compartido sus tácticas de reclutamiento, que incluyen «acechar» las búsquedas en Google o las conversaciones de los estudiantes con el fin de encontrar cualquier indicio de que puedan estar abiertos a unirse a los clubes asesorados por el profesorado y dirigidos por los estudiantes.

Sofía empezó a ir a las reuniones semanales sin supervisión durante el almuerzo, escuchando a otros muchachos de su escuela secundaria y de la preparatoria hablar sobre el sexo, el género y cómo se sentían incómodos en sus cuerpos.

Siendo una jovencita de doce años, Sofía también se sentía incómoda con su cuerpo. Tampoco le gustaban las mallas, los pantalones cortos y los crop tops que llevaban otras chicas de secundaria.

«Creo firmemente en la modestia», dijo. «Empecé a asociar la feminidad con ser sexualizada. Ni siquiera pensaba realmente en masculino vs. femenino, sino en no sexual vs. sexual».

Pensó que tal vez era agénero, lo que significa no identificarse con ninguno de los dos sexos. Pero con el paso del tiempo, Sofía se dio cuenta de que prefería ser hombre. Después de todo, le encantaría ser tan alta y fuerte como su hermano. Parecía que lo único que necesitaba era un poco de testosterona.

«Nadie en el club GSA había conseguido hormonas recetadas todavía porque todos éramos bastante jóvenes», dijo. «Nadie conocía todos los efectos secundarios de suministrar testosterona a las chicas: la desmineralización de los huesos, el aumento de la tasa de cáncer, los ataques al corazón y la atrofia vaginal».

En su lugar, de lo que todo el mundo hablaba era del drama de salir del armario.

Salir del armario

El día nacional de salir del armario es el 11 de octubre y se ha ampliado para incluir la semana nacional de salir del armario e incluso el mes nacional de salir del armario.

«Todos mis amigos en las redes sociales y yo andábamos por ahí dramatizando el salir del armario», dijo Sofía. «Lo hice mucho más dramático de lo que tenía que ser. Envié un correo electrónico a mis padres con mi anuncio y mis pronombres».

Ya había pedido que le dejaran tener el pelo corto y dejar de ponerse faldas, pero esa era toda la advertencia que tenían Tomás y Eva.

«Fue una pesadilla», cuenta Eva. «Nunca había sufrido de ansiedad, pero las dos primeras semanas [tras el anuncio de Sofía] no comí ni dormí». No podía creer que esto estuviera ocurriendo: ¿acaso los niños que se identifican como transgénero no provienen de familias quebrantadas o de una infancia abusiva?

Eva llevó a Sofía al consejero escolar, al pediatra y al director. «Todos te dicen que tienes que afirmarlos o tu hijo se suicidará», dijo Eva. «Pero mi formación es en educación y psicología, y sabía que eso no tenía sentido. Se me ocurrían quince razones [aparte de ser transgénero] por las que una joven podría hacer esto».

Pasaron dos semanas hasta que encontró su primer rayo de esperanza. «Era un blog dirigido por liberales, pero tenía todo tipo de recursos de crítica de género», dijo. «Lo encontré a mitad de la noche y me puse a llorar. Pensé, no estoy loca».

Teología del género

Ese sitio web fue una confirmación de lo que Eva ya sabía.

«Mi esposo y yo lo conversamos», explicó. «¿Qué sabemos de Dios? Sabemos que nos creó hombre y mujer. ¿Hay verdaderos transexuales? Si los hubiera, estarían en la Biblia. ¿Qué hay de los eunucos? Jesús ciertamente es consciente de los quebrantos corporales —reconoce a las personas que nacen como eunucos (Mt 19:12)— pero los dos sexos distintos son su buen designio… Entonces, si creemos que Dios es soberano y no comete errores, ¿qué significa esto para nosotros?».

No pudo encontrar muchos recursos cristianos y aunque ahora hay algunos, siguen siendo escasos (y no siempre están permitidos en Amazon). Sus pastores tampoco pudieron ayudar mucho. «La iglesia nos ayudó a encontrar un terapeuta, lo cual fue muy importante», dice Eva. «Pero aparte de eso, no recibimos mucho apoyo… Nadie en la iglesia nos orientó en absoluto. Lo entiendo, porque todo esto fue algo inesperado para todos. Pero en lugar de sentir que estábamos trabajando juntos para resolverlo, me sentí la mayor parte del tiempo abandonada e ignorada».

La conversación sobre la identidad de género trata realmente del orden creado y de invertirlo

Aunque muchos cristianos conocen a alguien que está luchando con la identidad de género, pocas iglesias están bien equipadas con políticas, consejería o una teología profunda de la identidad. El movimiento transgénero es joven —entró en la cultura dominante alrededor de 2015 cuando Bruce Jenner anunció su transición a Caitlyn— y está en constante evolución. Lo más confuso es que las preguntas y los supuestos de los transexuales son diferentes a los de los de los homosexuales.

La pregunta no es «¿A quién amo?», sino «¿Qué significa ser humano?”, dijo Mike McGarry, fundador de Youth Pastor Theologian [Joven Pastor Teólogo]. «La conversación sobre la identidad de género trata realmente del orden creado y de invertirlo».

Si puedes pensar de forma correcta, entonces sabes tres cosas, afirma Sam Ferguson.

Primero, Dios es el Creador, y nosotros las criaturas. Eso significa que no creamos nuestra propia identidad, sino que la recibimos. Segundo, Dios no dividió nuestras almas y cuerpos, sino que nos unió como personas completas. No mezcla mentes masculinas y cuerpos femeninos, o viceversa. Tercero, Dios establece nuestro sexo en todo nuestro cuerpo: la masculinidad y la feminidad están escritas en la biología, desde los cromosomas hasta las hormonas y la anatomía, incluyendo nuestros órganos sexuales y cerebros. Por esta razón, nuestros cuerpos físicos son nuestra guía para el género. Nuestra expresión de género —ser hermano o hermana, esposa o esposo, padre o madre— coincide con nuestro cuerpo físico y surge del mismo.

Estas eran cosas que Tomás y Eva podían explicar lógicamente a Sofía.

Pero si eres un estudiante de Jonathan Haidt —o simplemente un observador astuto de la cultura— ya sabes que la lógica no está llevando la delantera.

Secta emocional

Con cada paso que Sofía daba hacia la narrativa transgénero, era aplaudida y felicitada en la escuela y en Internet. Cuando hizo pública su transición, afirma que «fue como comer el hongo de habilidad en Mario Kart, empiezas a brillar y te vuelves invencible».

Sofía tuvo problemas de socialización durante su niñez. «Era como caminar por un campo minado y todo el mundo tenía un detector de metales excepto yo», explicaba. «Solo tenía unos pocos buenos amigos».

Como transgénero identificada como hombre, Sofía se volvió popular de repente. «Todo el mundo en la escuela decía: “¡Eres increíble! Te amamos”», «Todos esos chicos a los que antes había saludado ocasionalmente en el pasillo se desvivían por saludarme. Era genial».

Dios es el Creador, y nosotros las criaturas. Eso significa que no creamos nuestra propia identidad, sino que la recibimos

También era poderosa, porque ahora era una víctima. «La gente estaba tan obsesionada con ser víctima», dijo. «Estábamos en el club GSA, enumerando todas las formas en que éramos minorías… Empecé a hablarles de la pequeña pizca de judío que hay en mí porque quería ser cualquier cosa menos blanca».

Cuando declaras una identidad transgénero, «eres intocable», afirma Eva. «Nadie puede cuestionarte. Puedes hacer que despidan profesores. Los adultos tienen que doblegarse ante ti».

Incluso tus padres.

«Uno de los temas más importantes es que, si tus padres están de acuerdo contigo, tienes que ser amable y cariñoso», comenta Sofía. «Pero si tus padres se oponen, hazles todo el daño que quieras. Ni siquiera son seres humanos».

Eva tardó unos meses en reconocer lo que esto le recordaba. Vio cómo Sofía terminaba el séptimo grado y pasaba el verano con su familia.

«Se había calmado mucho y era menos militante al final de ese verano», cuenta Eva. «Pensamos que habíamos recuperado la cordura». Luego, el primer día de octavo grado, «volvió a estar metida hasta el cuello».

¿Una hija cuyos sentimientos sobre la identidad transgénero cambiaron con su entorno social? ¿Quién dijo a sus padres que si no estaban de acuerdo con sus decisiones, la odiaban? ¿Quién era capaz de ocultar a su familia lo que hacía en la escuela?

Eva compró otro libro, esta vez sobre cómo ayudar a un ser querido a abandonar una secta.

«Steven Hassan expone una estrategia para que las personas salgan», dijo. «Marqué su libro con comentarios, porque confirmó todo lo que había estado pensando».

Salir: Retiro físico

«Lo segundo peor que hicimos, además de darle a Sofía las redes sociales, fue dejarla seguir en la escuela pública un año más», asegura Eva.

Eso es porque la primera regla para rescatar a un miembro de la familia de una secta es sacarlo físicamente de ella. A pesar de que Tomás y Eva le habían retirado el acceso a Internet al final del octavo grado, Sofía estaba firmemente arraigada en su identidad masculina. En primavera, Eva descubrió que utilizaba el baño de varones en la escuela.

«Le dije al director que no quería que mi hija autista de trece años estuviera en el baño con chicos», cuenta Eva. «Me dijo: “Esa es nuestra política. Cada uno puede usar el baño que quiera”. Allí pensé: no puedo proteger a mi hija en la escuela».

Eva encargó un plan de estudios para educación en casa y se apuntó a un grupo cooperativo de educación en casa. «Nunca pensé en educar en casa», explica. «Nunca fui partidaria de la educación en casa. Pero ese abril decidí que Sofía no iba a volver a la escuela pública».

Cambiar de escuela —especialmente cuando tu hijo está en la secundaria o en el bachillerato y sobre todo cuando está recibiendo montones de aprobación— no es fácil. Sofía odiaba tanto la idea que se escapó una noche a la casa de un vecino.

«Fue una pesadilla», comentó Eva. «Las primeras seis semanas de la escuela secundaria fueron bastante miserables».

Pero ella se mantuvo.

Salir: Construir relaciones

La educación en casa también ayudó con otra estrategia en el rescate de la secta, la cual consiste en desarrollar lealtad y relaciones sanas dentro de la familia.

«Recuerdo haber ido a un restaurante con papá», dijo Sofía. «Estaba tan furiosa con él. Estábamos sentados allí, sin hablar, comiendo nuestras hamburguesas. Pero no podía seguir enfadada con él, porque me estaba comiendo una hamburguesa que me había comprado».

Eva hablaba con Sofía de otras cosas no relacionadas con el asunto del género: sus trabajos escolares, sus obras de arte, sus planes para el fin de semana. Le pedía a Sofía que la ayudara con sus cosas o que la acompañara a algún sitio.

Esto fue difícil de manejar porque, por supuesto, siempre había un elefante en la habitación.

«Si solo era algo superficial y no requería que mintiéramos o fuéramos en contra de nuestra conciencia, no luchábamos contra ello», comenta Eva. Ella y Tomás no le compraban a Sofía un traje de hombre, pero sí le dejaban depurar su ropa y joyas femeninas. No la llamaban por el nombre masculino que había elegido, pero la dejaban presentarse con «Hola. Me llamo Sofía, pero mis amigos me llaman David». Sofía no tenía que llevar vestido a la iglesia, pero sí tenía que asistir.

«Algunos psicólogos cristianos dejan espacio para que el niño pruebe otro género», explica Ferguson. «Animo a los padres a no ceder mucho terreno, porque hay una usurpación de la autoridad de los padres que es profundamente problemática». En la práctica, cuanto menos transicione un niño —pronombres, ropa, hormonas—, menos barreras se levantan para una transición de regreso.

«Si me amaras, usarías mis pronombres», le dijo Sofía a Eva.

«Me pides que elija entre ofender a Dios u ofenderte a ti», le dijo Eva. «Me temo que voy a tener que ofenderte a ti».

Salir: Hacer preguntas

En un estudio, los padres de niños con disforia de género de inicio rápido dijeron que sus hijos parecían loros repetidores de contenidos en línea trans-positivos. Describieron cómo sonaba: como si los niños estuvieran «leyendo un guión», «de molde», «como una carta estándar», «al pie de la letra», «palabra por palabra», «prácticamente copiando y pegando» o «como si fuera preparado».

Preguntas como «¿Qué pasa si algunas chicas no quieren a los chicos biológicos en sus baños o vestuarios?» o «¿Cómo es justo que un hombre biológico compita como mujer en los deportes femeninos?» son respondidas con eslóganes como «Las mujeres trans son mujeres» o «Los derechos trans son derechos humanos».

Esto hace que sea difícil entablar una conversación significativa, al igual que la enemistad entre padres e hijos que se ha creado en el movimiento. Todo lo que no sea aceptación total significa que la generación mayor no lo entiende, es transfóbica o no quiere que su hijo sea feliz.

Las primeras preguntas que le llegaron a Sofía no vinieron de sus padres, sino de los compañeros de su grupo de educación en casa.

«El grupo era increíblemente conservador», dijo. «Por primera vez, tenía que defender mis opiniones o me arriesgaba a parecer estúpida».

Cuando sus compañeros de clase empezaron a hacerle preguntas sobre identidad de género a las que no podía responder, ella «dobló la apuesta». Sofía comenta: «Decidí presentar argumentos irrefutables, así que investigué e investigué. Pero no pude hacerlo. Busqué y busqué la lógica detrás de ello, pero no había nada que encontrar, porque no hay ninguna lógica detrás».

Principalmente, no podía entender por qué la identidad transgénero era tan frecuente en el mundo occidental moderno, pero casi inexistente en otras culturas y épocas. Se preguntaba: ¿He estado luchando en el bando equivocado todo este tiempo?

Sofía empezó a retornar.

«Un día se pintó las uñas de rosa, y yo intenté no mostrar ninguna reacción», cuenta Eva, quien estaba bailando en su interior. «Pero al día siguiente, se escribió “él” en todas las uñas».

Eso continuó durante seis meses: un paso hacia la expresión femenina, seguido de un reforzamiento de su identidad masculina.

«Siempre le digo a los padres que eso es una buena señal», afirma Eva, que sabe de otros niños que lo hicieron antes de desistir. «Están empezando a volver a ti».

Ella ha vuelto

A pesar de todo, Sofía nunca perdió la fe.

«El ateísmo es demasiado ilógico», señaló. «Hay demasiadas falacias en él como para pensar que es una opción lógica viable. Así que nunca me alejé de Dios, pero me hice creer que Dios me hizo varón, pero que el quebranto del mundo me hizo estar en un cuerpo de niña».

Empezó a pensar de nuevo con claridad: «La lógica me llevó a la oración, y la oración me trajo de vuelta».

Recuerda estar paseando al perro de su vecino, luchando con Dios, cerca del final de su primer año de secundaria. «Sabía que no podía ser una chica trans y ser cristiana al mismo tiempo, tenía que elegir. A regañadientes, le dije a Dios: “Bien. Si me hiciste para ser mujer, como sea. Está bien”».

Una semana después, su disforia de género había desaparecido. Se sintió incómoda pero inmensamente aliviada al mismo tiempo: «Como cuando tienes que ir al baño y por fin lo consigues».

Eva no se sintió tan aliviada. «Se podría pensar que estaría saltando y gritando “¡Aleluya!”, pero no lo hice, me preguntaba si se trataba de otro episodio de búmeran, y si mañana o al día siguiente volvería a caer en eso».

A medida que pasaban las semanas y Sofía empezaba a comportarse más como ella misma, Eva se fue relajando poco a poco.

«Lloré de alivio», explicó. «Poco a poco empecé a contar a familiares y amigos que la habíamos recuperado».

Sofía se alegra de haber vuelto: «Ahora soy mucho más feliz».

El juego largo

A través de conversaciones en línea y en persona, Eva ha podido escuchar a otras familias que luchan contra la identidad transgénero.

«Es usualmente la misma historia», dijo. «El niño acaba de llegar a casa y dice que es transgénero o no binario. Estaban en las redes sociales. Fueron invitados al club GSA. Es casi como si pudiera contar su historia antes de que empiecen a hablar».

Sabe detectar complicaciones: los niños que salen de casa son más difíciles de recuperar. También lo son los que permanecen en sus escuelas, los que tienen algún tipo de intervención médica o los que tienen al menos un padre que decide afirmarlo.

Pero también puede ver esperanza.

«Cuando esto ocurrió por primera vez, estaba llorando y le dije a Dios: “¿Qué he hecho mal?”. Muy amablemente le oí decir: “¿Qué he hecho Yo mal?”. Dios es el padre perfecto y cada uno de nosotros ha pecado”».

La transformación cristiana comienza en el interior y se mueve hacia el exterior

Ferguson afirma que una crianza perfecta no es protección contra el pecado o los errores del niño. Lo que necesitan —lo que todos necesitamos— es transformación.

«En latín, el prefijo trans significa atravesar o ir más allá», explica. Mientras que la transición de género comienza en el exterior, tratando de alinearlo con el interior de la persona, la transformación cristiana comienza en el interior y se mueve hacia el exterior.

«Nuestro cuerpo exterior se está desgastando», afirma Ferguson. «La esperanza cristiana es confiar nuestro cuerpo físico al Hacedor, quien lo resucitará, y mientras tanto, trabajamos por la transformación del hombre interior. Por el contrario, el movimiento de género dice: “Arrancaré el control del cuerpo al Hacedor y lo reharé a la imagen de mi propio ser interior”».

Él procura decir a los que luchan que Jesús ofrece una comunidad más cercana, un cambio más profundo y una verdadera y mejor transformación de la disforia al gozo.

«Pero estoy bateando como un cero», dijo. «No tengo niños [a los que he aconsejado] que me llamen y me digan: “Así es”. Estamos jugando a largo plazo».

Hace aproximadamente un año, un hombre de unos sesenta años con disforia de género llamó a Ferguson de forma inesperada.

«Tenía una disforia de género real», cuenta Ferguson. «Cuando era pequeño llevaba la ropa interior de su madre y se colaba en el centro comercial para entrar en los vestidores de mujeres».

Había pasado por tres matrimonios antes de operarse para poder presentarse como mujer.

Fergusson comenta: «Cuando estaba en la secundaria, alguien compartió el evangelio con él, pero lo rechazó». Entonces, hace varios años, alguien compartió con él una charla que Ferguson había dado sobre la identidad transgénero.

«Dios me habló y me dijo: “Te he creado hombre”», relató este hombre a Ferguson. Encendido por el Señor, comenzó a repartir folletos del evangelio en las esquinas.

Ferguson le preguntó: «Cuando tenías veinte años, ¿qué podría haberte dicho para que fueras por el buen camino?».

«Nada», le respondió el hombre. «Pero lo que sí necesitaba era que alguien como tú me dijera lo que estaba mal y lo que era verdad. Sigue diciéndole a las personas la verdad».

Publicado originalmente en The Gospel CoalitionTraducido por Equipo Coalición.

Sarah Eekhoff Zylstra es escritora para The Gospel Coalition. Ha sido reportera freelance y editora en Christianity Today. Tiene una maestría en periodismo de Northwestern University.


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