LIBERTADOS-Del pensamiento o régimen meritorio.
Por: Diego Brizzio
Gálatas 5.1: “Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo
nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud”. Hoy tenemos la segunda parte de la serie…
Libertados (II)
Del pensamiento o régimen meritorio
I.
Comenzamos con la primera
parte del verso 1, según la NVI: “Cristo nos libertó para que
vivamos en libertad. Por lo tanto, manténganse firmes”.
A.
El domingo pasado, en Gálatas 1.13, vimos precisamente
que Cristo nos libertó, que “Cristo nos libertó de la maldición de la
ley”, de la sentencia condenatoria que Dios justamente había dictado contra
nosotros por haber trasgredido su Ley. Vimos que ahora “ya no hay ninguna condenación para los que
están unidos a Cristo Jesús”
(Ro 8.1), y que Él “nos libra de la ira venidera” (1 Ts 1.10; Ro
5.9). Y también vimos muy claramente que nos libertó por gracia. No lo hizo
porque nosotros hubiésemos obedecido los mandamientos y así hubiésemos
amontonado puntos o méritos, sino que lo hizo por su gran bondad y generosidad,
por su amor, porque quiso favorecernos y bendecirnos. Efesios lo dice muy bien:
“Por gracia sois salvos por medio de la fe, y esto es un regalo de Dios, no por
obras” (Ef 2.8).
Ahora bien, tenemos que
entender que, junto con esa libertad de la condenación, Dios nos dio también
muchas otras bendiciones, bendiciones que también son por pura gracia. Miren: Dios
envió a Jesús “para que comprara la libertad de los que éramos esclavos de la
ley, a fin de poder adoptarnos como sus propios hijos; 6 y
debido a que somos sus hijos, Dios envió al Espíritu de su Hijo a nuestro
corazón, el cual nos impulsa a exclamar «Abba, Padre». 7 Ahora
ya no eres un esclavo sino un hijo de Dios, y como eres su hijo, Dios te ha
hecho su heredero” (Gál 4.5-7). Cristo “anuló la ley con sus
mandamientos y requisitos… Por lo tanto, ustedes ya no son extraños ni extranjeros,
sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios” (Ef 2.15,
19). Mientras nos libertaba de la condenación de la ley, Dios también nos
daba otras bendiciones por pura gracia. Aquí dice que nos ha hecho sus hijos,
que nos ha dado el Espíritu Santo, que nos permite una relación confiada e
íntima con él, que nos ha hecho sus herederos, que nos ha hecho ciudadanos del Reino
de Dios. Dios nos bendijo con todo esto por pura gracia, cuando nos libertó
de la condenación. Fue todo un gran paquete de la gracia de Dios.
B.
Ahora, hermanos, ¿para qué nos libertó de la
condenación el Señor, y nos dio todas esas bendiciones por pura gracia? Lo dice
el texto: “Para que vivamos en libertad”; para que vivamos en un estado
psicológico libre de toda opresión. Voy a ser más específico. Cristo nos libertó
por gracia
(1) para que ya no
sintamos la conciencia sucia o acusadora, sino limpia y perdonada.
(2) Para que ya
no sintamos miedo ante la muerte, sino claridad, seguridad y hasta expectativa.
(3) Para que ya
no nos sintamos rechazados y extraños, sino amados, aceptados y en intimidad paternal
con Dios.
(4) Para que ya no
nos sintamos pobres y desdichados, sino eternamente provistos, ricos y favorecidos.
(5) Para que ya
no nos sintamos excluidos y débiles, sino parte del Reino de Dios, y respaldados
por su poder y autoridad.
(6) Para que ya no
nos sintamos sin causa ni propósito, sino comisionados para algo importante y trascendente,
tanto en el presente como en la eternidad.
(7) Para que ya
no nos sintamos obligados a obedecer a Dios, sino con deseos de hacerlo para su
gloria.
Cristo nos libertó y nos bendijo por pura gracia,
para que vivamos así, en ese estado psicológico libre de toda opresión.
C.
¿Y cuál es la conclusión que saca Pablo aquí? Dice:
“Por lo tanto, manténganse firmes”. Por lo tanto, sigan confiando
en el Dios de gracia, que los ha bendecido, y los sigue bendiciendo, debido a
que ustedes están en Cristo. Tengan plena convicción y profunda certeza en la
bondad y generosidad de Dios y sus manifestaciones. ¿Por qué debemos seguir
confiando en la gracia que Dios nos da en Cristo? Porque ese estado psicológico
libre de toda opresión es fruto de la fe, de esa confianza en la gracia de
Dios. Cuando vemos a los personajes bíblicos —digamos David, Pablo, etc.— llenos
de gozo, de seguridad, de intimidad con Dios, de poder… ¿por qué creen que es?
Porque confiaban en la gracia de Dios y en todas sus manifestaciones. Ellos tenían
plena certidumbre, profunda certeza de que Dios era bondadoso y generoso con
ellos. El disfrute de la libertad es fruto de la fe en el Dios de la
gracia.
En síntesis, Cristo
nos libertó para que, confiando en su gracia, disfrutemos de libertad.
II.
Ahora leamos
la otra parte del verso 1: “No se
sometan nuevamente al yugo de esclavitud.”
A.
Aquí se menciona “el yugo de esclavitud”.
¿Cuál es ese yugo? Expliquemos: en la iglesia de Galacia había unos maestros judíos
que estaban enseñando algo muy equivocado. Ellos enseñaban: A menos que los cristianos griegos cumplan el
rito judío de la circuncisión… no pueden ser salvos… Es necesario circuncidar a
los cristianos griegos, y exigirles que también obedezcan otros ritos de la ley
judía (Hch 15.1, 5). Estaban
enseñando que los ritos judíos como la circuncisión, las festividades y los
escrúpulos alimenticios eran una condición indispensable, un requisito
obligatorio, para que los cristianos griegos pudieran realmente llegar a ser
hijos de Dios y ciudadanos del reino. Para Pablo, esta era una enseñanza falsa,
porque cumplir los mandamientos de Dios no es un requisito para la salvación. Ya
lo vimos recién: Dios salva por pura gracia cuando confiamos en que Cristo nos
libertó.
Aparte,
Pablo también rechazaba el resultado lógico de esta enseñanza: que conducía a
los cristianos a un sistema o régimen de méritos. Los conducía a pensar que la
relación con Dios es puramente transaccional, una cuestión de intercambiar
cumplimiento y obediencia por bendiciones y favores; un asunto de “yo hago, vos
me das”; “yo me esfuerzo y logro, y vos me reconocés y retribuís”. En otras
palabras, esta enseñanza hacía que los creyentes dejaran de confiar solamente
en la gracia de Dios en Cristo Jesús, para confiar en sus propios esfuerzos y
logros. Pablo aborrece este pensamiento o régimen meritorio en la relación
con Dios.
Hermanos
queridos, tal vez nosotros no pensamos formalmente que cumplir ciertos ritos es
un requisito para ser hijos de Dios y ciudadanos del reino, pero, ¿acaso se nos
ha colado la idea de que la relación con Dios es un asunto de “yo hago y vos me
das”, “yo cumplo y vos me bendecís”? ¿Acaso sutilmente hemos adoptado este
pensamiento o régimen meritorio? ¡A mí sí se me cuela! A veces yo
pienso: “—Yo oro y leo la Biblia, y vos, Dios, tenés que bendecirme”. Y quizá a
vos también se te cuelan pensamientos como: “—Yo voy a la iglesia (u ofrendo, o
me porto bien, etc.), y vos, Dios, tenés que bendecirme”. Quizá, cuando nos sentimos un poco insatisfechos de la vida, pensamos: “—Se
supone que Dios debería haber haberme bendecido más, porque he cumplido con
todo lo que él pide. Me parece que no he recibido todo lo que me merecía”. O,
por el contrario, cuando vemos bendición en nuestra vida, pensamos: “—Si el
Señor me ha bendecido, debo haber hecho algunas cosas bien”. Hace algunos años,
un hermano enfermo me decía: “No sé porque me pasa esto, si yo ahora estoy en la
obra de Dios, en el ministerio”. Muchas veces
se nos cuelan estos pensamientos meritorios, vivimos nuestra relación con Dios
como si fuera una relación de transacción o intercambio.
B.
Pablo dice: “—No se sometan a ese
pensamiento. No caigan en ese régimen meritorio” ¿Por qué? Porque produce un estado
psicológico agobiante y angustioso:
(1) Un estado de obligación, porque vemos a
los mandamientos de Dios sólo como una lista de requisitos o condiciones para alcanzar
los favores de Dios.
(2) Un estado de ansiedad, porque nos sentimos inquietos por la
calidad de nuestro desempeño, por alcanzar el estándar que satisface a Dios.
(3) Un estado de esfuerzo y desgaste interior, porque para lograr
ese desempeño acudimos a los recursos de la propia fuerza de voluntad.
(4) Un estado de jactancia delante de Dios, en particular cuando suponemos
estar cumpliendo. Como presumimos de haber obtenido puntos o méritos, pretendemos
que Dios nos reconozca, y nos recompense como nosotros lo esperamos. Así, le
robamos la gloria a Dios.
(5) Un estado de distanciamiento fraternal. Nos volvemos polícías,
jueces y hasta verdugos de nuestros hermanos, controlándolos (para ver si cumplen),
condenándolos (porque pensamos que merecen alguna medida punitiva) y hasta
aplicando nosotros mismos esa medida.
(6) Un estado de frustración, en particular cuando fracasamos en cumplir
los mandamientos de Dios. Sentimos fracaso. Queremos abandonar, porque nos
parece que nunca llegaremos al estándar de Dios.
Este es un estado agobiante
y angustioso.
En síntesis, no
caigamos en el pensamiento meritorio, porque produce un estado agobiante.
Hermanos, Cristo nos ha libertado, o nos quiere libertar de este
pensamiento o régimen meritorio, y lo hace con la verdad de que Dios es un Dios
que nos da todo por gracia, no por mérito. Dios nos dará todo lo que realmente
colabore para nuestro bien, y lo hará gratuitamente.
Algunas observaciones, antes de terminar:
(1) La obediencia a los mandamientos no es en sí misma una simple moneda de
cambio para ganar las bendiciones de Dios. Son una manera concreta que Dios nos
dicta para que seamos como él, y así lo glorifiquemos, lo reflejemos en el
mundo. Aparte, son caminos que Dios nos muestra para no dañarnos a nosotros
mismos, sino para vivir más felices, de acuerdo con el diseño de Dios para
nosotros.
(2) ¿Bendice Dios a quienes obedecen? Sí, definitivamente, pero bendice sólo
la obediencia íntegra o genuina, es decir, (a) la que sea fruto del
poder generado por el Espíritu cuando confiamos en la gracia de Dios, y (b)
la que hayamos hecho conscientemente para la gloria de Dios, para que él sea imitado
y manifestado. Aparte, bendice de modo libre y soberano. No está obligado a
bendecirnos como nosotros esperamos. Bendice del modo y en el tiempo que él
sabe que es mejor, que más lo glorifica a él.
Oremos para ser cristianos
libre del pensamiento meritorio, y una iglesia en libertad. Amén.
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