Milagro de diciembre

Milagro de diciembre
Por Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com


Estarás confundida,
y no sabes la ruta que viene hasta aquí?
O, será simplemente, que no quieres venir?
Que será, que no llegas?
Este mundo ya es duro y más duro sin ti.
Que será, por qué tardas?
Por qué pasan los años y no estás aquí?
Corre, salta, despega;
dale cura a este amor que no sabe morir!
No me niegues la risa,
tócame con las alas, milagro de abril!”
Alberto Plaza. “Milagro de abril”.

Las sentidas palabras en la brillante poesía del cantante chileno Alberto Plaza, días atrás me retrotrajeron a uno de los más oscuros capítulos de nuestras vidas. A poco de habernos casado, unos meses después disfrutábamos la noticia del bebé que venía en camino. Todo se tiñó de alegría y esperanza en esa casa que era nuestro hogar. ¡Tantos proyectos, tantas ilusiones iban creciendo junto con el transcurrir de los días y la panza de mamá!

-Gracias por el bebé que viene en camino. Señor, que sea fuerte y sanito, ayúdanos a ser los mejores padres para él. Que crezca en tus caminos, que sea un hombre o una mujer útil a la sociedad y a la Iglesia.” Era una de nuestras más recurrentes oraciones cada noche abrazados y de rodillas delante del Señor.

La alegría pronto se disipó, se esfumó, se evaporó. La radiante mañana que asomaba en nuestras vidas se transformó en unos pocos días en negra noche, en un infierno de dolor, oscuridad, desesperanza, clamor y confusión. Algo salió mal y ya no había bebé ni nada que esperar.

Pronto el clamor fue dando lugar al silencio. La decepción fue invadiendo el terreno de la esperanza y de la fe. La culpa, el amargo sabor del fracaso, el temor, el sentimiento de orfandad; fueron erosionando lenta pero efectivamente la certeza, la confianza, la seguridad de la presencia de Dios.

Éramos muy jóvenes y por aquella época tampoco tuvimos contención, orientación, una palabra de autoridad que nos mostrara el camino. Es más, ya no quisimos saber más nada con Dios ni con ninguna comunidad eclesiástica. Años permanecimos así.

¡Socorro! ¿Hay alguien más que nos pueda ayudar?

Un hombre venía conduciendo su camión por un estrecho y sinuoso camino de montaña. De repente, en una de las cerradas curvas perdió el control del pesado vehículo y éste se desbarrancó varios cientos de metros por el precipicio. Al fondo, con gran estruendo el camión se estrelló y estalló en llamas. Pero el conductor milagrosamente había salido despedido del vehículo y había quedado agarrado con todas sus fuerzas a una pequeña rama. Ni él ni la rama se hallaban en condiciones de resistir por mucho tiempo más. Entonces, el hombre clamó con desesperación:

-¡Dios! ¡Socorro! ¡Ayúdame!

Breves segundos después, una gran voz tronó en la ladera de la montaña.

Era el mismísimo Dios quien se había hecho presente para socorrer al angustiado camionero.

-¿Qué quieres que haga? Dijo Dios.

-¡Sálvame! Gritó angustiado el hombre, como si Dios no supiera para qué se lo estaba convocando.

-Bueno, dijo Dios. Tendrás que confiar en mí. ¡Suéltate de esa rama! Yo te tomaré en mis brazos y te pondré en lugar seguro.

El hombre miró hacia abajo. Al fondo del precipicio su camión ardía en llamas. Soltarse equivalía a una muerte segura. Entonces, volvió a gritar:

-¡Socorro! ¿Hay ALGUIEN MAS QUE ME AYUDE?

Tal vez nunca podamos comprender lo que nos sucedió. Pero nuestras vidas no volvieron a ser las mismas después de aquellos oscuros años.

Más ejemplos de aflicciones y sufrimientos inexplicables podrían llenar los estantes de la biblioteca más grande del mundo, y cada persona sobre la faz de la tierra, podría contribuir con sus propias ilustraciones.” (James Dobson. Cuando lo que Dios hace no tiene sentido).

Evidentemente comenzó un proceso en el que hubo que demoler todo y empezar de nuevo. Hay males que requieren una cirugía mayor de reconstrucción. Nuestra hija tuvo que pasar por varias cirugías de esas para salvar su vida y reparar su cuerpito destrozado. Esos procesos duelen. Lo sabemos bien. No sólo hay que pasarlos; hay que confiar primeramente en Dios y luego ponerse a disposición de otro para que lo haga, hay que confiar en alguien más, el médico y su equipo que practican la operación.

La experiencia no es la mejor maestra. La experiencia guiada sí es la mejor maestra.” (Howard Hendriks. El poder de la esperanza. Charles R. Swindoll).

El secreto yace en el “guía”. (Ibíd.).

Si es una muela lo que te atormenta, vas a tu odontólogo. Si es un agudo dolor de estómago que anuncia que algo decididamente no está bien, concurres a tu médico. Si es un problema espiritual o del alma, consultas con tus pastores de confianza. Es que para resolver los grandes problemas, es necesaria la confianza en que Dios nos guiará hasta quienes tengan el discernimiento y las respuestas para nosotros.
Es así como años después, Dios tuvo a bien reconstruir nuestras vidas. Aún nos encontramos en ese proceso, aún quedan áreas que duelen todavía. Pero comenzamos a confiar en Dios y a orar en otro sentido. Cuando esa dulce niñita por fin llenó de luz nuestras vidas, parafraseando la canción de Alberto Plaza; había encontrado la ruta hasta nuestro hogar, pasaron los años y por fin estuvo aquí, haciendo este duro mundo, no tan duro con ella; entonces pudimos entender que pase lo que pase, Dios es fiel. Que cada evento de nuestras vidas está cuidadosamente supervisado por El. Que cuando estás colgando al borde del precipicio no hay más alternativa que soltarse y entregarse en las dulces manos de nuestro Señor.

Nuestro “Milagro de abril” en realidad fue un “Milagro de diciembre”. Ya han transcurrido 23 años desde que nos tocó con sus alas. Hoy puedo ver que durante mucho tiempo, alejados de Dios estuvimos caminando en tinieblas por un camino de cornisa al borde del precipicio, sin darnos cuenta de que el ángel de Dios estuvo todo el tiempo allí junto a nosotros cuidándonos de caer.

Jehová es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar;
Junto a aguas de reposo me pastoreará. Confortará mi alma;
Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre. Aunque ande en valle de sombra de muerte,
No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo;
Tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores;
Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando. Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida,
Y en la casa de Jehová moraré por largos días.

(Salmos 23:1-6 RV60)

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