Abba, Papá!
Por Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
“Abba” es una palabra del arameo que
significa: “padre”. Se halla tres veces en el Nuevo Testamento
(Marcos 14:36; Romanos 8:15 y Gálatas 4:6). La usaban los niños
para dirigirse a su papá y estaba estrechamente relacionada con un
sentido de afectuosa intimidad y a la vez, sumo respeto.
Los expertos creen que fue Jesús quien aplicó
el término para dirigirse hacia su Padre Dios y dejó autorización
a sus discípulos para que hicieran lo mismo, en tanto que Pablo
halla en él, un símbolo de la adopción por parte de Dios en el
Espíritu (Nuevo Diccionario Bíblico Certeza).
Cuenta esta historia que una niña huérfana
había pedido a Jesús una mamá para su vida. La mamá que cuidó de
ella desde que era una bebé, había muerto hacía un par de años y
a medida que creía, el vacío de su ausencia se hacía sentir más y
más. Vivía con su papá, quien la amaba profundamente, pero dadas
las múltiples ocupaciones y compromisos del hombre, él no podía
estar mucho tiempo con ella.
Un día, una bella y joven mujer llegó a sus
vidas a través de un proyecto profesional relacionado con su padre,
y la niña comenzó a desarrollar un muy especial vínculo y afecto
con ella. Todo anduvo muy bien hasta que papá anunció su inminente
casamiento con otra mujer a quien la niña no conocía y no amaba.
Todo parecía venirse abajo. Sus sueños se
derrumbaban estrepitosamente ante ella sin que pudiera hacer
absolutamente nada. Abundantes lágrimas de desesperanza, desconsuelo
y dolor rodaban por su carita aquella noche del anuncio. En su triste
corazoncito, Dios le había fallado.
Entretanto esto ocurría en la soledad de su
alcoba, la mujer hablaba con su padre y le confesaba una tremenda
verdad: hacía unos años, los mismos que tenía la niña, esa mujer
había dado a luz una hermosa bebé que en ese momento, sin trabajo,
sin contención, con el desprecio de su familia, en medio de la
pobreza y sin medios para sostenerla, la había tenido que entregar
en adopción con todo el dolor de su alma.
La mujer había logrado reconocer indicios muy
particulares en la niña que indicaban que se trataba de su hijita y
ahora estaba frente a su padre adoptivo confesándole tan delicada
verdad. Las razones, coincidencias y evidencias que la mujer ofreció,
eran contundentes. No había dudas. Esa bella niñita era su hijita.
La mujer había pedido a Dios encontrar a su
hijita. La había hallado. La niña había pedido a Dios una mamá,
hoy conocería a quien resultó ser su mamá.
Es entonces, cuando papá llamó a la niña, le
dio a conocer toda la verdad y le presentó a su mamá.
Son esas historias con finales felices. No
siempre en la realidad los desenlaces son tan bonitos y felices. Pero
esto me recuerda cuántas veces me he encontrado llorando amargamente
en soledad convencido de que Dios me ha fallado, sin poder reconocer
ni discernir que Dios tiene el control absolutamente de todo, que
cada episodio de mi vida está supervisado personalmente por Él y
es parte de toda una cadena de eventos que me conducen por los
caminos de la vida hacia mi destino de gloria, aunque hoy esto no
parezca así. Que cada momento de mi vida, tan cerca de mí como no
me resulta posible imaginarlo, se lleva a cabo una batalla espiritual
en la que Dios prepara una bendición muy especial para mí. Que
todo el tiempo es, y ha sido así.
Hoy no podemos menos que prorrumpir en
palabras de gratitud, en expresiones de júbilo y alabanzas, toda vez
que si hoy podemos decirle “¡Abba, Papá!” eso se lo debemos a
El y solamente a El, quien nos ADOPTÓ como hijos, nos hizo hijos
suyos mediante la adopción por medio del Espíritu y el sacrificio
de Jesús en la cruz.
¡Abba,
Papá!
Guárdame
como a la niña de tus ojos;
Escóndeme
bajo la sombra de tus alas,
(Salmos
17:8 RV60)
Pues
no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en
temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el
cual clamamos: ¡Abba, Padre!
(Romanos
8:15 RV60)
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