Genuinos adoradores
Por: Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
“Hay varias pruebas de que el cristianismo
sigue en pie, por supuesto, sin embargo, en las grandes catedrales e
iglesias hay más probabilidades de encontrar grupos turísticos
japoneses que adoradores.” Philip Yansey.
El concepto de fondo que uno de mis autores
favoritos aborda en este valiente comentario, es absolutamente
válido. No importa si el templo es chiquito o se trata de una enorme
catedral. El sitio físico es lo de menos. A Dios se lo puede adorar
en cualquier parte y no sólo cantar, postrarse o elevar las manos
implica necesariamente un acto de adoración.
Blaise Pascal escribió: “Señor, ayúdame
a hacer las grandes cosas como si fueran pequeñas, porque las hago
con tu poder. Ayúdame a hacer las pequeñas cosas como si fueran
grandiosas, porque las hago en tu nombre.”
De modo que un simple acto de generosidad y
altruismo con el prójimo en la calle, una oración desesperada en
medio de la dificultad, simplemente bajar la mirada con un profundo
sentido de humillación como el publicano de Lucas cap. 18, o
escribir estas palabras en la certeza de que en las dulces manos del
Señor van a ser de edificación a un alma que las lee ¡ya es un
acto de adoración!
Días atrás el pastor hizo algo realmente
osado. Se celebraba la Santa Cena. Al término del sermón, pidió
varios trocitos de pan y comenzó a comerlos.
-¿Qué estoy haciendo? Preguntó.
-Comiendo pan; fue la respuesta.
-Exactamente eso hago. ¡Como pan! ¡Sólo eso!
-Distinto es cuando celebro su significado en
Memoria del Señor.
El agudo contraste llegó a lo profundo de los
corazones sobre todo de gente nueva que se hallaba en un templo
colmado escuchando atentamente. Pudo notar esa diferencia. Hubo
lágrimas de gozo, de perdón, de encuentro, de reconciliación con
el Dios Vivo y Verdadero. Nacieron aquella noche genuinos adoradores.
Pude notar esa aguda
diferencia en mi propia vida y en cada uno de mis actos. Y no deja de
asombrarme la cantidad de máscaras que inconscientemente uso.
Felizmente Dios no nos ha dado la facultad de escuchar ese diálogo
interno que tienen los demás. Apenas si tenemos capacidad de oír a
veces con diáfana claridad, otras veces con dificultad; con mucho
ruido y algo de confusión, el propio diálogo interior. ¿Por qué
será que resulta mucho más fácil notarlo en otro hermano que en
nosotros mismos? (Mateo 7:3 y 4).
Mientras más estridencias encuentro en un
grupo de adoradores, es cuando prefiero permanecer en silencio
buscando a Dios. No lo encuentro en el viento arrebatador, no lo
hallo en el gran terremoto ni en el fuego abrasador, como tampoco lo
hallaba Elías en el monte (I Reyes 19:11 y 12). Lo encuentro cuando
bajo la mirada y me tomo el pecho con un puño crispado por el dolor
de mi propia vergüenza y pecado y digo: “-Señor, sé propicio
a mí pecador” (Lucas 18:13). Porque ya no tengo que andar
buscando entre el ruido, sino que es El, quien viene directamente a
mi encuentro.
Es decir: dejo de ser un adorador como a mí me
parece para ser transformado en el espíritu en un adorador como El
quiere. Se puede sentir tristeza y haber gozo al mismo tiempo; toda
vez que la alegría, el júbilo pueden ser una manifestación, una
expresión de gozo, pero no es el gozo en sí mismo. La alegría,
tanto como la tristeza tienen su origen común en el alma, asiento de
las emociones. El gozo, en cambio, nace del espíritu (I
Tesalonicenses 5:23). También pueden aflorar las lágrimas en un
momento de intenso gozo en el Señor.
Entonces ya no es con mi propia adoración.
Ésta es fluctuante, impregnada de matices humanos, marcada con la
impronta de la carne; mas con esa genuina adoración que proviene de
lo alto, desde lo profundo del corazón de Dios.
¿O
ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual
está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?
Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios
en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.
(1
Corintios 6:19-20 RV60)
Así
que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que
presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a
Dios, que es vuestro culto racional.
(Romanos
12:1 RV60)
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