LOS 12 APÓSTOLES

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Al principio de su ministerio Jesús seleccionó 12 hombres (LOS APÓSTOLES) para que viajaran con él. Estos hombres tendrían una importante responsabilidad: continuarían representándole después que El retornara al cielo. La reputación de ellos continuaría influyendo a la iglesia mucho tiempo después de que hubieran muerto.

Así que la selección de los Doce fue una gran responsabilidad.

«En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Y cuando era de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles» (Lc 6.12–13).

La mayoría de los apóstoles procedían de la región de Capernaum, que era menospreciada por la educada sociedad judía, porque era el centro de una parte del estado judío (añadida recientemente) y que se conocía a decir verdad como «Galilea de los gentiles».

Jesús mismo dijo: «Y tú, Capernaum, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida» (Mt 11.23).

Sin embargo, Jesús moldeó a estos 12 hombres convirtiéndolos en fuertes líderes y elocuentes portavoces de la fe cristiana. Su éxito da testimonio del poder transformador del señorío de Jesús.

Ninguno de los escritores de los Evangelios nos ha dejado alguna descripción física de los Doce. No obstante, nos dan pequeñitos indicios que nos ayudan a hacer «conjeturas inteligentes» de cómo se veían y actuaban los apóstoles. Un hecho muy importante que tradicionalmente se ha pasado por alto en las incontables representaciones artísticas de los apóstoles es su juventud. Si nos damos cuenta de que la mayoría vivieron hasta la tercera y cuarta parte del siglo, y Juan hasta el siglo segundo, deben haber sido apenas adolescentes cuando recibieron el llamado de Jesús por primera vez.

Diferentes relatos bíblicos mencionan a los Doce en pares. No estamos seguros si esto indica parentesco, funciones en equipo, o alguna otra clase de relación entre ellos.

LOS 12 APÓSTOLES

Andrés.

El día después de que Juan el Bautista vio al Espíritu Santo descender sobre Jesús, identificó a Jesús ante dos de sus discípulos y dijo: «He aquí el Cordero de Dios» (Jn 1.36). Intrigados por este anuncio los dos hombres dejaron a Juan y empezaron a seguir a Jesús. Jesús los notó y les preguntó que buscaban. Ellos replicaron de inmediato: «Rabí, ¿dónde moras?». Jesús los llevó a la casa donde posaba y ellos pasaron la noche con él. Uno de estos hombres se llamaba Andrés (Jn 1.38–40).

Andrés fue enseguida a buscar a su hermano, Simón Pedro. Le dijo: «Hemos hallado al    Mesías» (Jn 1.41). Por medio de este testimonio, ganó a Pedro para el Señor.

 Andrés es la pronunciación en español del vocablo griego Andreas, que quiere decir «varonil». Otros indicios que se hallan en los Evangelios indican que Andrés era físicamente fuerte y un hombre devoto y fiel. Junto con Pedro tenían una casa (Mr 1.29). Eran hijos de un hombre llamado Jonás o Juan, un próspero pescador. Ambos jóvenes habían seguido a su padre en el negocio de la pesca.

Andrés había nacido en Betsaida, en la orilla norte del Mar de Galilea. Aun cuando el libro de Juan describe el primer encuentro de Andrés con Jesús, no lo menciona como discípulo sino mucho más tarde (Jn 6.8). El libro de Mateo dice que cuando Jesús andaba junto al Mar de Galilea llamó a Andrés y a Pedro y los invitó a que fueran sus discípulos (Mt 4.18–19). Esto no contradice la narración de Juan; sencillamente añade un nuevo detalle. Una lectura cuidadosa de Juan 1.35–40 muestra que Jesús no llamó a Andrés y a Pedro a que le siguieran la primera vez que los encontró.

Andrés y otro discípulo llamado Felipe trajeron a Jesús a un grupo de griegos (Jn 12.20–22). Por esta razón podemos decir que Andrés y Felipe fueron los primeros misioneros extranjeros de la fe cristiana.

La tradición dice que Andrés pasó sus últimos años en Escitia, al norte del Mar Negro. Pero un librito titulado Hechos de Andrés (escrito probablemente alrededor del año 260 d.C.) dice que enseñó principalmente en Macedonia y que fue martirizado en Patras.

La tradición católico romana dice que Andrés fue crucificado en una cruz de forma de «X»; símbolo religioso que ahora se conoce como la Cruz de San Andrés. Se cree que fue crucificado el 30 de noviembre, de modo que la iglesia católico romana y ortodoxa griega celebran su festival en esa fecha. Hoy es el santo patrono de Escocia. La Orden de San Andrés es una asociación de ujieres de iglesias que hacen un esfuerzo especial para ser corteses con los extraños.

Bartolomé (¿Natanael?).

Carecemos de información sobre la identidad del apóstol llamado Bartolomé. Se menciona solo en las listas de los apóstoles. Es más, aun cuando los Evangelios sinópticos concuerdan en que su nombre era Bartolomé, Juan lo señala como Natanael (Jn 1.45). Algunos eruditos piensan que Bartolomé era el sobrenombre de Natanael.

La palabra aramea bar significa «hijo», así que el nombre Bartolomé significa «hijo de Talmai». La Biblia no identifica a Talmai, pero tal vez le pusieron ese nombre por el rey Talmai de Gesur (2 S 3.3). Algunos estudiosos creen que Bartolomé tenía alguna conexión con los tolomeos, la familia que gobernaba Egipto; esta teoría se basa en la afirmación de Jerónimo de que Bartolomé era el único apóstol de nacimiento noble.

Dando por sentado que Bartolomé es la misma persona que Natanael, vemos otro detalle de su personalidad en el Evangelio de Juan. Jesús llamó a Natanael: «un verdadero israelita, en quien no hay engaño» (Jn 1.47).

La tradición dice que Natanael sirvió como misionero en la India. El venerable Vede dijo que Natanael fue decapitado por el rey Astiages. Otras tradiciones dicen que Natanael fue crucificado cabeza abajo.

Felipe.

El Evangelio de Juan es el único que nos da información detallada respecto al discípulo llamado Felipe. (No se debe confundir a este Felipe como el evangelista del mismo nombre; Hch 21.8.)

Jesús encontró a Felipe por primera vez en Betania, más allá del río Jordán (Jn 1.28). Es interesante notar que Jesús llamó a Felipe individualmente, mientras que a la mayoría de los demás discípulos llamó en pares. Felipe trajo a Natanael a Jesús (Jn 1.45–51), y Jesús también llamó a Natanael (o Natanael Bartolomé) a que fuera su discípulo.

Cuando 5.000 personas se reunieron para oír a Jesús, Felipe le preguntó cómo darían de comer a la multitud:

«Doscientos denarios de pan no bastarían para que cada uno de ellos tomase un poco» (Jn 6.7).

En otra ocasión, un grupo de griegos vino a Felipe y le pidieron que los llevara a Jesús. Felipe pidió la ayuda de Andrés, y juntos llevaron a los hombres ante Jesús (Jn 12.20–22).

Mientras los discípulos comían la última cena con Jesús, Felipe dijo: «Señor, muéstranos el Padre, y nos basta» (Jn 14.8). Jesús respondió que ellos ya habían visto en Él al Padre.

Estos tres breves destellos es todo lo que vemos en cuanto a Felipe en los Evangelios. La iglesia ha preservado muchas tradiciones sobre su ministerio posterior y muerte. Algunas dicen que predicó en Francia; otros, que predicó en el sur de Rusia, Asia Menor e incluso India. En 194 el obispo Polícrates de Antioquía escribió que «Felipe, uno de los doce apóstoles duerme en Hierápolis». Sin embargo, no tenemos evidencia firme para respaldar estas afirmaciones.

Jacobo, hijo de Alfeo.

Los Evangelios apenas dan una fugaz referencia de Jacobo, hijo de Alfeo (Mt 10.3; Mr 3.18; Lc 6.15). Muchos eruditos creen que Jacobo era hermano de Mateo, puesto que las Escrituras dicen que el padre de Mateo también se llamaba Alfeo (Mr 2.14). Otros creen que este Jacobo es «Jacobo el menor»; pero no tenemos prueba de que los dos nombres se refieran al mismo hombre (Mr 15.40).

Si el hijo de Alfeo era en verdad el mismo Jacobo el menor, debe haber sido primo de Jesús (Mt 27.56; Jn 19.25). Algunos comentaristas de la Biblia teorizan que este discípulo tenía un asombroso parecido físico a Jesús, lo cual pudiera explicar por qué Judas Iscariote tuvo que identificar a Jesús la noche de su traición (Mr 14.43–45; Lc 22.47–48).

Las leyendas dicen que Jacobo predicó en Persia y fue crucificado allí. Pero no tenemos información concreta respecto a su ministerio posterior y muerte.

Jacobo, hijo de Zebedeo.

Después que Jesús llamó a Simón Pedro y a su hermano Andrés, avanzó un poco más a la orilla de Galilea y llamó a «Jacobo hijo de Zebedeo, y a Juan su hermano, también ellos en la barca, que remendaban las redes» (Mr 1.19). Como Pedro y Andrés, Jacobo y su hermano respondieron de inmediato a la invitación de Cristo.

Jacobo fue el primero de los Doce en sufrir el martirio. El rey Herodes Agripa I ordenó que fuera ejecutado con espada (Hch 12.2). La tradición dice que esto ocurrió en el año 44.d.C. cuando Jacobo debe haber sido todavía muy joven. (Aunque el Nuevo Testamento no describe el martirio de ninguno de los demás apóstoles, la tradición dice que todos, excepto Juan, murieron por su fe.)

Los Evangelios nunca mencionan a Jacobo solo; siempre hablan de «Jacobo y Juan». Incluso al registrar su muerte el libro de los Hechos se refiere a él como «Jacobo, hermano de Juan» (Hch 12.2). Jacobo y Juan empezaron a seguir a Jesús el mismo día, y ambos estuvieron presentes en la transfiguración (Mr 9.2.13). Jesús los llamó «hijos del trueno» (Mr 3.17).

La persecución que segó la vida de Jacobo inspiró nuevo fervor entre los creyentes (Hch 12.5–25). Sin duda Herodes Agripa esperaba aplastar el movimiento cristiano al ejecutar líderes como Jacobo. «Pero la palabra del Señor crecía y se multiplicaba» (v. 24).

Extrañamente, el Evangelio de Juan no menciona a Jacobo. Juan es renuente incluso para mencionar su propio nombre, y tal vez haya sentido la misma clase de modestia en cuanto a informar sobre las actividades de su hermano. Una vez Juan se refiere a sí mismo y a Jacobo como los «hijos de Zebedeo» (Jn 21.2). De otra manera, guarda silencio sobre la obra de Jacobo.

Las leyendas dicen que Jacobo fue el primer misionero a España. Las autoridades católico romanas creen que sus huesos están sepultados en Santiago, al noroeste de España.

Juan.

Afortunadamente tenemos considerable información sobre el discípulo llamado Juan. Marcos nos dice que era hermano de Jacobo, hijo de Zebedeo (Mr 1.19). También dice que Jacobo y Juan trabajaban con los jornaleros de su padre (Mr 1.20).

Algunos eruditos especulan que la madre de Juan era Salomé, quien observó la crucifixión de Jesús (Mr 15.40). Si Salomé era hermana de la madre de Jesús, como sugiere el Evangelio de Juan (Jn 19.25), Juan debe haber sido primo de Jesús.

Jesús halló a Juan y a su hermano Jacobo remendando las redes junto al Mar de Galilea. Les ordenó que bogaran mar adentro y echaran sus redes para pescar. Atraparon una enorme cantidad de pescados; milagro que los convenció del poder de Jesús. «Y cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron» (Lc 5.11). Simón también fue con ellos.

                                      ministerio de Jesús

Juan parece haber sido un joven impulsivo. Poco después de que él y Jacobo entraron en el círculo interior de discípulos de Jesús, el Maestro los apodó «hijos del trueno» (Mr 3.17). Los discípulos parecen relegar a Juan a un lugar secundario en el grupo. Todos los Evangelios mencionan a Juan después de su hermano Jacobo; en la mayoría de veces, parece, que Jacobo era el portavoz de los dos hermanos. Cuando Pablo menciona a Juan entre los apóstoles en Jerusalén, lo coloca al final de la lista (Gá 2.9).

Las emociones de Juan con frecuencia brotaban en sus conversaciones con Jesús. En una ocasión Juan se enfadó porque alguien más estaba ministrando en el nombre de Jesús. «Se lo prohibimos», le dijo a Jesús, «porque no nos seguía» (Mr 9.38). Jesús replicó: «No se lo prohibáis … Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es» (Mr 9.39–40). En otra ocasión Jacobo y Juan ambiciosamente sugirieron que debía concedérseles el sentarse a la diestra de Jesús en el cielo. Esta idea antagonizó a los demás discípulos (Mc 10.35–41)

Sin embargo, la intrepidez de Juan le sirvió bien en ocasión de la muerte y resurrección de Jesús. Juan 18.15 nos dice que Juan era «era conocido del sumo sacerdote». Una leyenda franciscana dice que la familia de Juan proveía el pescado a la casa del sumo sacerdote. Esto lo haría especialmente vulnerable cuando los guardias del sumo sacerdote arrestaron a Jesús. No obstante, Juan es el único apóstol que se atrevió a estar al pie de la cruz, y Jesús le encargó a su madre (Jn 19.26–27). Cuando los discípulos oyeron que el cuerpo de Jesús no estaba en la tumba, Juan corrió delante de los demás y llegó primero al sepulcro. Sin embargo, le permitió a Pedro que entrara adelante a la cámara sepulcral (Jn 20.1–4, 8).

Si Juan en efecto escribió el cuarto Evangelio, las cartas de Juan y el libro de Apocalipsis, entonces escribió más que cualquiera de los otros apóstoles. No tenemos ninguna razón sólida para dudar de que Juan sea el autor de estos libros.

La tradición dice que Juan cuidó a la madre de Jesús mientras era pastor de la congregación en Éfeso, y que ella murió allí. Tertuliano dice que Juan fue llevado a Roma y «sumergido en aceite hirviendo, salió ileso, y luego fue desterrado a una isla». Esta fue probablemente la isla de Patmos, en donde escribió el Apocalipsis. Se cree que Juan vivió hasta avanzada vejez y que su cuerpo fue llevado a Éfeso para sepultarlo allí.

 Judas Iscariote.

Todos los Evangelios colocan a Judas al final de la lista de los discípulos de Jesús. Sin duda esto refleja la mala reputación de Judas como el que traicionó a Jesús.

La palabra aramea Iscariote literalmente significa «hombre de Queriot». Queriot era una población cerca de Hebrón (Jos 15.25). Sin embargo, Juan nos dice que Judas era hijo de Simón (Jn 6.71).

Si Judas en efecto era de Queriot, entonces era el único judío entre los discípulos de Jesús. Los judíos despreciaban a la gente de Galilea considerándolos rústicos campesinos fronterizos. Esta actitud tal vez alienó a Judas de los demás discípulos.

Los Evangelios no nos dicen exactamente cuándo Jesús llamó a Judas Iscariote a que se uniera al grupo de seguidores. Tal vez fue en los primeros días, cuando Jesús llamó a muchos otros (cf. Mt 4.18–22).

Judas actuaba como el tesorero del grupo, y por lo menos en una ocasión manifestó su actitud tacaña hacia la obra de ellos. Cuando una mujer llamada María derramó rico ungüento sobre los pies de Jesús, Judas se quejó: «¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres?» (Jn 12.5). Juan comentó que Judas dijo esto «no porque se cuidara de los pobres, sino porque era ladrón» (v. 6).

Cuando los discípulos participaban de la última cena con Jesús, el Señor reveló que sabía que estaba a punto de ser traicionado, y señaló a Judas como el culpable. Le dijo a Judas: «Lo que vas a hacer, hazlo más pronto» (Jn 13.27). Sin embargo, los otros no sospecharon lo que Judas estaba a punto de hacer. Juan informa que «algunos pensaban, puesto que Judas tenía la bolsa, que Jesús le decía: Compra lo que necesitamos para la fiesta» (vv. 28–29).

Los eruditos han ofrecido varias teorías respecto a la razón para la traición de Judas. Algunos piensan que reaccionó debido al regaño que recibió de Jesús cuando criticó a la mujer que le ungió con perfume. Otros piensan que actuó por codicia, por el dinero que los enemigos de Jesús le ofrecieron. Lucas y Juan sencillamente dicen que Satanás inspiró las acciones de Judas (Lc 22.3; Jn 13.27).

Mateo nos dice que Judas, por remordimiento intentó devolver el dinero a los enemigos de Jesús: «Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó» (Mt 27.5). Una leyenda folclórica dice que Judas se ahorcó en un algarrobo rojo, al que algunas veces se le conoce como «árbol de Judas». En las obras más modernas se describe a Judas como un zelote o un patriota fanático al extremo que se desilusionó porque Jesús no encabezó un movimiento masivo o rebelión contra Roma. Sin embargo, hay escasa evidencia que respalde este punto de vista.

Judas (no el Iscariote).

Juan se refiere a uno de los discípulos como «Judas, (no el Iscariote)» (Jn 14.22). No es fácil determinar la identidad de este hombre. Jerónimo lo apodó Trionio: «el hombre con tres nombres».

El Nuevo Testamento se refiere a varios hombres llamados Judas: Judas Iscariote (véase arriba), Judas el galileo (Hch 5.37), y «Judas, (no el Iscariote)». Claramente, Juan quería evitar la confusión al referirse a este hombre, especialmente porque el otro discípulo llamado Judas tenía tan pobre reputación.

Mateo se refiere a este hombre como Lebeo, «por sobrenombre Tadeo» (Mt 10.3). Marcos lo llama sencillamente Tadeo (Mr 3.18). Lucas se refiere a él como «Judas hermano de Jacobo» (Lc 6.16; Hch 1.13). Algunos opinan que debe ser hijo de Jacobo en lugar de hermano.

No estamos seguros de quién fue el padre de Tadeo. Algunos opinan que fue Jacobo, el hermano de Jesús, lo que haría de Judas sobrino de Jesús. Pero esto no es probable, porque los historiadores de la iglesia primitiva informan que Jacobo nunca se casó. Otros piensan que su padre fue el apóstol Jacobo, hijo de Zebedeo. No lo sabemos con certidumbre.

William Steuart McBirnie sugiere que el nombre Tadeo era un diminutivo de Teudas, que procede del arameo tad, y que significa «pecho». De este modo, Tadeo pudiera haber sido un sobrenombre que literalmente significaría «uno cerca al pecho», o «querido». McBirnie cree que el nombre Lebeo puede haberse derivado del hebreo leb, que significa «corazón».

El historiador Eusebio dice que Jesús una vez envió a este discípulo al rey Abgar de Mesopotamia para que orara por su sanidad. De acuerdo a esta historia, Judas fue a ver a Abgar después que Jesús ascendió al cielo, y se quedó para predicar en varias ciudades de Mesopotamia. Otra tradición dice que este discípulo fue asesinado por magos en la ciudad de Suanir, en Persia. Se dice que lo mataron con garrotes y piedras.

Mateo.

 En los días de Jesús el gobierno romano cobraba varios impuestos de la gente en Palestina. El peaje por transportar mercancías por tierra y mar era cobrado por cobradores privados de impuestos, los cuales pagaban al gobierno romano una tarifa acordada, por el derecho de calcular estos tributos. Los cobradores de impuestos obtenían su ganancia al cobrar una tarifa más elevada de lo que requería la ley. Con frecuencia empleaban a otros subalternos llamados publicanos para que efectuaran el trabajo real de cobrar los tributos. Los publicanos cobraban su salario exigiendo un porcentaje mayor de lo que su empleador exigía. El discípulo Mateo era un publicano que cobraba tributos en el camino entre Damasco y Aco; su mesa se hallaba justo en las afueras de la ciudad de Capernaum y tal vez también les cobraba a los pescadores el impuesto por la pesca.

Normalmente un publicano cobraba el cinco por ciento del precio de compra de los artículos regulares de comercio, y hasta el 12, 5 por ciento en los artículos de lujo. Mateo también cobraba impuestos a los pescadores que trabajaban en el Mar de Galilea, y otros que traían sus productos en barcos de las ciudades al otro lado del lago.

Los judíos consideraban que el dinero del cobrador de impuestos era inmundo así que nunca esperaban y recibían cambio. Si el judío no tenía la cantidad exacta que el cobrador exigía, le pedía prestado a algún amigo. Los judíos aborrecían a los publicanos, considerándolos agentes del odiado imperio romano y títeres del rey judío. A los publicanos no se les permitía dar testimonio en la corte, y no podían dar el diezmo de su dinero en el templo. Un buen judío ni siquiera se asociaría con los publicanos en su vida privada (cf. Mt 9.10–13).

Sin embargo, los judíos dividían a los cobradores de impuestos en dos clases. Primero estaban los gabai, que cobraban al pueblo impuestos generales a la agricultura y al censo. El segundo grupo era los moksa, oficiales que cobraban dinero a los viajeros. La mayoría de los moksa eran judíos, así que se les despreciaba como traidores a su propio pueblo. Mateo pertenecía a esta clase de cobradores de impuestos.

El Evangelio de Mateo nos dice que Jesús se acercó a este improbable discípulo, quien se hallaba sentado frente a su mesa de públicos tributos. Jesús sencillamente le ordenó a Mateo que le siguiera, y Mateo dejó su trabajo y siguió al Maestro (Mt 9.9).

Al parecer Mateo tenía comodidades, porque le hizo un banquete en su propia casa, «y había mucha compañía de publicanos y de otros que estaban a la mesa con ellos» (Lc 5.29). El simple hecho de que Mateo tenía su propia casa indica que era más rico que el publicano típico.

Debido a la naturaleza de su trabajo, estamos casi seguros que Mateo sabía leer y escribir. Documentos de impuestos en papiro que datan de alrededor del año 100 d.C. indican que los publicanos eran buenos para los cálculos. (En lugar de usar los intrincados numerales romanos, preferían usar los símbolos griegos mucho más simples.)

Mateo puede haber sido pariente de Jacobo, puesto que de cada uno de ellos se dice que era «hijo de Alfeo» (Mt 10.3; Mr 2.14). Lucas algunas veces usa el nombre Levi para referirse a Mateo (cf. Lc 5.27–29). Por eso algunos eruditos creen que el nombre de Mateo era Leví antes de decidir seguir a Jesús, y que Jesús le puso este nombre nuevo, que significa «don de Dios». Otros sugieren que Mateo era miembro de la tribu sacerdotal de Leví.

Aun cuando uno que había sido publicano se unió a sus filas, Jesús no ablandó su condenación de los publicanos. Los igualaba con las prostitutas (cf. Mt 21.31), y Mateo coloca a los publicanos lado a lado con los pecadores (Mt 9.10).

De todos los Evangelios, el de Mateo ha sido probablemente el más influyente. La literatura cristiana del segundo siglo cita del Evangelio de Mateo más que de ningún otro. Los padres de la iglesia colocaron el Evangelio de Mateo al principio del canon del Nuevo Testamento, probablemente debido a la importancia que le atribuyeron. El relato de Mateo hace hincapié en el cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento. Recalca que Jesús era el Mesías Prometido, que había venido para redimir a toda la humanidad.

No sabemos qué le ocurrió a Mateo después de Pentecostés. En su Book of Martyrs (El libro de los mártires), John Foxe dice que Mateo pasó sus últimos años predicando en Partia y Etiopía. Foxe dice que Mateo fue martirizado en la ciudad de Nadaba en el año 60 d.C. Sin embargo, no sabemos de qué fuente obtuvo Foxe tal información (como no sean fuentes griegas medioevales), y no podemos juzgar si son dignas de confianza.

Simón Pedro.

El discípulo llamado Simón Pedro era un hombre de contrastes. En Cesarea de Filipos Jesús preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro de inmediato replicó: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente». (Mt 16.15–16). Pero siete versículos más adelante leemos: «Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle». Ir de extremo a extremo era característico de Pedro.

Cuando Jesús intentó lavarle los pies en el Aposento Alto, el impulsivo discípulo exclamó: «No me lavarás los pies jamás». Pero cuando Jesús insistió, Pedro dijo: «Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza» (Jn 13.8–9).

En la última noche que estuvieron juntos, Pedro le dijo a Jesús: «Aunque todos se escandalicen, yo no» (Mr 14.29). Sin embargo, a las pocas horas Pedro no solo negaría a Jesús, sino que lo haría con maldiciones (Mr 14.71).

Este temperamento volátil e impredecible, con frecuencia le causaba problemas. Sin embargo, el Espíritu Santo moldeó a Pedro en un líder dinámico y estable de la iglesia primitiva, un «cimiento» (Pedro significa «roca»), en todo sentido.

Los escritores del Nuevo Testamento usan cuatro nombres diferentes para referirse a Pedro. Uno es el nombre hebreo Simeón (Hch 15.14), que quiere decir «oír». Un segundo nombre es Simón, forma griega del anterior. Un tercer nombre es Cefas, arameo para «roca». El cuarto nombre era Pedro, griego para «roca»; los escritores del Nuevo Testamento aplican a este discípulo el nombre de Pedro más que los otros.

Cuando Jesús encontró al hombre por primera vez, le dijo: «Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas» (Jn 1.42). Jonás era un nombre griego que quiere decir «paloma» (cf. Mt 16.17; Jn 21.15–17). Algunas traducciones modernas traducen este nombre como «Juan».

Pedro y su hermano Andrés eran pescadores en el Mar de Galilea (Mt 4.18; Mr 1.16). Hablaba con acento galileo, y sus maneras lo identificaban como un nativo rústico de la frontera de Galilea (cf. Mr 14.70). Su hermano Andrés le llevó a Jesús (Jn 1.40–42).

Cuando Jesús estaba colgado en la cruz, Pedro probablemente estuvo en el grupo de los de Galilea que «estaban lejos mirando estas cosas» (Lc 23.49). En 1 Pedro 5.1 escribió: «Yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo».

Simón Pedro encabeza la lista de los apóstoles en todos los relatos de los Evangelios, lo que sugiere que los escritores lo consideraban el más significativo de los Doce. Pedro no escribió tanto como Juan o Mateo, pero emergió como el líder más influyente de la iglesia primitiva. Aunque 120 seguidores de Jesús recibieron el Espíritu Santo el día de Pentecostés, la Biblia registra las palabras de Pedro (Hch 2.14–40). Pedro sugirió que buscaran un sustituto para Judas Iscariote (Hch 1.22). Junto con Juan fueron los primeros discípulos en hacer un milagro después de Pentecostés, sanando a un cojo en la Puerta Hermosa de Jerusalén (Hch 3.1–11).

El libro de Hechos hace hincapié en los viajes de Pablo, sin embargo, Pedro también viajó extensamente. Visitó Antioquía (Gá 2.21), Corinto (1 Co 1.11) y tal vez Roma. Eusebio afirma que Pedro fue crucificado en Roma, probablemente durante el reinado de Nerón.

Pedro se sentía libre para ministrar a los gentiles (cf Hch 10) pero se le conoce mejor como el apóstol a los judíos (cf. Gá 2.8). Conforme Pablo asumía un papel más activo en la obra de la iglesia, y conforme los judíos se volvían más y más hostiles contra el cristianismo, Pedro se perdió en el trasfondo de la narración del Nuevo Testamento.

La iglesia católico romana traza la autoridad del papa hasta Pedro, porque se aduce que era obispo de la iglesia en Roma cuando murió. La tradición dice que la Basílica de San Pedro en Roma está construida sobre la tumba de Pedro. Excavaciones modernas debajo de la antigua iglesia demuestran un cementerio romano muy antiguo, y algunas tumbas usadas de prisa como sepulturas para cristianos. Una lectura cuidadosa de los Evangelios y el primer segmento de Hechos tiende a respaldar la tradición de que Pedro era el personaje más destacado de la iglesia primitiva. La tradición de que Pedro era el personaje más destacado de la iglesia apostólica tiene fuerte respaldo.

Simón Zelote.

 Mateo y Marcos se refieren a un discípulo llamado «Simón el cananista», mientras que Lucas y el libro de Hechos se refieren a uno llamado «Simón llamado Zelote». Estos nombres se refieren al mismo hombre. Zelote es una palabra griega que quiere decir «celoso»; «cananista» es la transliteración al español de la palabra aramea canaá, que también quiere decir «celoso»; así que al parecer este discípulo pertenecía a la secta judía de los zelotes.

Las Escrituras no indican cuando Simón Zelote fue invitado a unirse a los apóstoles. La tradición dice que Jesús lo llamó al mismo tiempo cuando llamó a Andrés y a Pedro, Jacobo y Juan, Judas Iscariote y Tadeo (cf. Mt 4.18–22).

Tenemos varias historias contradictorias sobre el ministerio posterior de este hombre. La iglesia copta de Egipto dice que predicó en Egipto, África, Gran Bretaña y Persia; otras fuentes primitivas concuerdan en que ministró en las islas británicas, pero esto es dudoso. Nicéforo de Constantinopla escribió: «Simeón nacido en Caná de Galilea, quien … tenía por sobrenombre Zelote, habiendo recibido el Espíritu Santo de lo alto, viajó por Egipto y África, luego Mauritania y Libia, predicando el Evangelio. Y la misma doctrina enseñó en el Mar Occidental y las islas llamadas Bretaña».

 Tomás.

 El Evangelio de Juan nos da un cuadro más completo del discípulo llamado Tomás, que el que hallamos en los Evangelios Sinópticos y en el libro de Hechos. Juan nos dice que también se llamaba «Dídimo» (Jn 20.24), palabra griega para «gemelo», así como el hebreo tom. La Vulgata Latina usó Dídimo como nombre propio, y las versiones al español usan ese mismo estilo.

No sabemos quién haya sido Tomás, ni tampoco sabemos nada de su trasfondo familiar o cómo fue invitado a unirse a los apóstoles. Sin embargo, sabemos que Tomás se unió a otros seis discípulos que regresaron a los barcos pesqueros después de que Jesús fue crucificado (Jn 21.2–3). Esto sugiere que tal vez aprendió de joven el oficio de pescador.

En cierta ocasión Jesús les dijo a sus discípulos que tenía el propósito de regresar a Judea. Sus discípulos le advirtieron que no fuera debido a la hostilidad que se había desatado. Pero Tomás dijo: «Vamos también nosotros, para que muramos con él» (Jn 11.16).

Sin embargo, los lectores modernos a menudo se olvidan de la valentía de Tomás; con más frecuencia se le recuerda por su debilidad y por su duda. En el Aposento Alto Jesús les dijo: «Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino». Pero Tomás respondió: «Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?» (Jn 14.4–5). Después que Jesús resucitó, Tomás les dijo a sus amigos: «Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré» (Jn 20.28). Pocos días más tarde Jesús se le apareció a Tomás y a los otros discípulos para darles prueba física de que estaba vivo. Entonces Tomás exclamó: «¡Señor mío, y Dios mío!» (Jn 20.28).

Los padres de la iglesia primitiva respetaron el ejemplo de Tomás. Agustín comentó: «Él dudó para que nosotros no podamos dudar».

La tradición dice que Tomás con el tiempo llegó a ser misionero en la India. Se dice que murió como mártir allí y que fue sepultado en Milapore, ahora un suburbio de Madrás. Su nombre aparece en el mismo título de la iglesia de Martoma o «Maestro Tomás».

El sustituto de Judas.

Después de la muerte de Judas Iscariote, Simón Pedro sugirió que los discípulos escogieran a alguien para sustitutir al traidor. El discurso de Pedro señala ciertos requisitos que debía reunir el nuevo apóstol (cf. Hch 1.15–22). Debía haber conocido a Jesús «comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba». También debía ser «testigo con nosotros, de su resurrección» (Hch 1.22).

Los apóstoles hallaron a dos hombres que reunían los requisitos: José, que tenía por sobrenombre Justo, y Matías (Hch 1.23). Echaron suertes para decidir el asunto, y la suerte cayó sobre Matías.

Este nombre, Matías, es una variante del hebreo Matatías, que significa «don de Dios». Desafortunadamente las Escrituras no nos dicen nada del ministerio de este hombre. Eusebio especula que Matías tal vez fue uno de los 70 discípulos que Jesús envió en una misión a predicar (cf. Lc 10.1–16). Algunos lo identifican con Zaqueo (cf. Lc 19.2–8). Una tradición dice que predicó a los caníbales de Mesopotamia; otra dice que los judíos lo apedrearon hasta la muerte. Sin embargo, no hay evidencia que respalde estos relatos.

Algunos sugieren que Matías fue descalificado y que los apóstoles escogieron a Jacobo, el hermano de Jesús, para tomar su lugar (Gá 1.19; 2.9). Pero parecen haber habido más de doce hombres los que la iglesia primitiva consideraba como apóstoles, y la Biblia no nos da ninguna indicación de que Matías haya dejado el grupo.

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