Bendecid a los que los maldicen

Pablo Martini
Una Pausa en tu Vida
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“Después de haber orado Job por sus amigos, el SEÑOR lo hizo prosperar de nuevo. Todos fueron a su casa… Lo animaron y lo consolaron…” Job 42:10-11

La historia de Job, en la Biblia, es una de las más impactantes. Fue un personaje real. Quizás de la era patriarcal más remota.

Incluso contemporáneo o anterior a Abraham. Job fue un hombre íntegro, como expresaron los labios del mismo Jehová, ¡el más integro de todos los hombres! Rico, prudente, respetado, bendecido con riquezas y con una familia abundante. Tenía todo lo que alguien podría desear y más aún. Pero le llegó su turno. Porque los justos no están exentos de las calamidades, imprevistos, tragedias y pruebas de parte de Dios. (Y hasta tal vez, sean los más probados.)

Son esos momentos donde uno necesita más que nunca a las personas que ama para que lo sostengan. Su esposa, por ejemplo. Pero fue ella misma quien le dijo: “Maldice a tu Dios y muérete”. ¡Con una esposa así!… Bueno, entonces Job puede acudir a sus hijos. ¿Sus hijos?… ¡están todos muertos! Es entonces cuando aparecen en escena sus amigos. Es bueno tener amigos que digan “presente” cuando los demás fallan.

Vinieron de muy lejos. Llegaron, se sentaron alrededor del enfermo Job como era la costumbre oriental y guardaron silencio por varios días.

Hasta allí todo bien, pues lo que más necesitamos cuando estamos en aflicción es compañía, no tanto palabras. Pero llegó el tiempo de hablar. Uno tras otro abrió su boca para argumentar su parecer respecto al motivo por el cual Job estaba sufriendo. Para uno era por causa de algún pecado oculto, para otro que Dios se olvidó de él, para otro era un castigo por su soberbia e hipocresía. ¡Lo acabaron, pobre Job!

Los cuarenta y dos capítulos narran estos discursos faltos de ética, tino y tacto para consolar. Y Dios los castigó por su actitud insensible. Para Job, la calamidad llegó a su fin y Dios lo restituyó a su posición original. Pero antes de acabar el libro, Dios le pidió a Job que ore por sus amigos para que sean salvos. Y él, sin rencor alguno, lo hizo, recibiendo aún el doble de lo que tenía. ¿Lección?…

Pensamiento del día:

Si guardamos rencor en el corazón nos empobrecemos. Si perdonamos somos los más ricos del mundo.

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