TODO PARA SU GLORIA - Incluso mi dinero
Por: Diego Brizzio
Se publica en este medio con permiso.
Imagen: money-2696228 Nattanan Kanchanaprat https://pixabay.com
Se publica en este medio con permiso.
Ya deberíamos conocer 1 Corintios 10.31: “Ya
sea que coman o beban, o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria
de Dios”, incluso lo más personal y cotidiano de nuestra vida. Así se llama
nuestra serie actual:
Todo para su gloria
Incluso mi dinero
Veremos cinco modos de glorificar a Dios
con nuestro dinero:
I.
Evitando verlo como a un dios.
“¿He puesto mi confianza en
el dinero, o me he sentido seguro a causa de mi oro? …Si así fuera… significaría
que he negado al Dios del cielo” (Job 31.25, 28). “El avaro es un idólatra” (Ef 5.5). “El amor al dinero es la raíz de toda
clase de mal; y algunas personas, en su intenso deseo por el dinero, se han
desviado de la fe verdadera y se han causado muchas heridas dolorosas” (1 Ti
6.10). Dios nunca
dijo que el dinero es malo en sí mismo, ni siquiera el mucho dinero. El dinero,
y también las riquezas, son algo bueno, un regalo de Dios. Lo que es malo,
según Dios, es ver al dinero como a un dios, como a un ídolo, como la fuente de
todos mis bienes, como el primer eslabón de la cadena: así, el primer eslabón. Y
es muy fácil que yo acabe viendo al dinero así. ¿Por qué? Porque es lo que
siempre debo tener e intercambiar para conseguir todo lo que necesito o deseo.
Si tengo la plata, me dan; sino la tengo, no me dan. Por eso es muy fácil verla
como el primer eslabón de la cadena, como un dios o ídolo. Y cuando la veo así,
dice la Biblia que desarrollo actitudes personales hacia el dinero, actitudes
que lindan con la adoración: confío en él (Pr 11.28), espero en él (1 Ti 6.17),
lo amo (1 Ti 6.9-10) y lo sirvo (Lc 16.13-14).
Hermanos
queridos, tenemos que evitar este pecado de idolatría (Col 3.5). ¿Saben cómo se
evita? Creyendo y teniendo siempre presente que no es el dinero el primer eslabón.
El primer eslabón es Dios mismo. De él depende que tengamos dinero, y todo lo
que necesitamos y deseamos. Tenemos que levantar la vista, darle a Dios el
crédito, literalmente. Textos: “Es Dios quien provee la semilla al
agricultor y luego el pan para comer” (2 Co 9.10). “Fui yo quien le dio
todo lo que tiene: grano, vino nuevo y aceite de oliva; hasta le di plata y oro”
(Os 2.8). Él es nuestro Padre, el dueño de todo el oro y la plata, y
también es el proveedor, el sustentador, el que cuida amorosamente de nosotros.
Cuando lo veamos así, como realmente es, vamos a confiar en él, esperar en él,
amarlo a él y servirlo a él, en todo lo relacionado con el dinero y los bienes.
¡Lo vamos a adorar! Así glorificamos a Dios con nuestro dinero.
II.
Siendo honestos, justos y fieles
al conseguirlo y al pagar. “No te ganes la vida mediante la extorsión,
ni pongas tu esperanza en el robo” (Sal 62.10). “Más vale tener poco con
justicia, que ganar mucho con injusticia” (Pr 16.8; 28.6). No sean “codiciosos
de las ganancias mal habidas” (1 Ti 3.8; Tit 1.7). “Oigan las protestas de los
obreros del campo a quienes estafaron con el salario. El dinero que no les
pagaron clama en contra de ustedes” (Stg 5.4). “Paguen a cada uno lo que le
corresponda: si deben impuestos, paguen los impuestos; si deben contribuciones,
paguen las contribuciones… No tengan deudas pendientes con nadie” (Ro 13.7-8). “Den
al César lo que pertenece al César” (Lc 20.25). En
nuestra cultura hay mil maneras deshonestas de conseguir plata, o de quedarse
con ella: cobrar o recibir coimas, extorsionar, estafar, robar, vender mercadería
ilegal, robada o mala, hacer mal el trabajo, evadir el pago de impuestos u
obligaciones previsionales, pagar menos de lo que se debe a los empleados, hacer
trampas legales o judiciales, poner montos falsos en facturas, engancharse con
la luz o cualquier otro servicio, etc. No nos amoldemos a esta cultura de la
deshonestidad, de la injusticia y el incumplimiento. No nos dejemos arrastrar por
la corriente de la plata fácil, de la avivada, de la corrupción, por el “todo el
mundo lo hace”. No hermanos. Seamos honestos, justos y fieles al conseguir el
dinero y al pagar. Trabajemos bien, hagamos bien los negocios, paguemos en
tiempo y forma al Estado y a los empleados… De esta forma vamos a reflejar el
carácter de Dios: que él es veraz, que él cumple, y que él es justo. De esta
forma lo vamos a glorificar. (Por supuesto, seguro que así el progreso va a ser
más lento, o tal vez permanezcamos siempre en el mismo lugar. Pero tenemos que
creerle a Dios: eso es mucho mejor que la otra opción.)
III.
Cuidando nuestro medio de
sustento. “Mantente al tanto
del estado de tus rebaños y entrégate de lleno al cuidado de tus ganados, porque
las riquezas no duran para siempre… Cuando se haya cosechado el heno y aparezca
la nueva cosecha y se recojan las hierbas de los montes, tus ovejas proveerán
la lana para vestirte, y tus cabras servirán para comprar un campo. Y tendrás
suficiente leche de cabra para ti, para tu familia y para tus criadas” (Pr
27.23-27). “Les rogamos… que se ocupen en sus propios negocios” (1 Tes 4.10-11).
Para una
familia del campo en el Antiguo Israel (y también en la actualidad), el sembrado
y el ganado eran su medio de recursos; en gran parte, se sostenía gracias a las
cosechas y a los animales. Y este texto dice: “—Mirá, productor, hoy podés
tener tu medio de recursos, y puede ser bueno; pero no se cuida solo. Así que, no
te duermas; atendelo, trabajá duro, para que eso te siga produciendo”. ¡Qué
enseñanzas tan práctica y útil encontramos en la Biblia! A ver, ¿cómo nos entra
la plata? ¿Por un empleo? ¿Por una empresa o comercio propio? ¿Por el alquiler
de algún inmueble? ¿Por un oficio que tenemos? Sea como sea, no podemos estar seguros
de que mañana seguiremos teniendo esa fuente o entrada, ¡y mucho menos hoy en
día, con esta crisis! Así que, no nos durmamos; atendámosla lo más que podamos,
trabajemos duro, cumplamos con los pedidos, brindemos un buen servicio, hagamos
un buen trabajo, no dejemos venir abajo nuestras herramientas o bienes, etc. ¿Por
qué? Porque es lo que Dios nos ha dado para conseguir nuestro sustento, para
sostenernos y alegrarnos. Dios se
glorifica cuando cuidamos la fuente de nuestros recursos económicos.
IV.
Invirtiendo periódica y generosamente
en la obra de Dios. “…Acerca del dinero que se está juntando
para el pueblo de Dios en Jerusalén… cada uno debería separar una parte del
dinero que ha ganado” (1 Co 16.1-2). “Dios proveerá con generosidad todo lo que
necesiten. Entonces siempre tendrán todo lo necesario y habrá bastante de sobra
que compartir con otros” (2 Co 9.8). Aquí se enseña
que de todo lo que Dios nos da, una parte es para satisfacer nuestras
necesidades básicas y disfrutar, y otra parte es para que invirtamos en la obra
de Dios. Así es. ¿Cuál es la obra de Dios? (1) Es ayudar o
sostener a gente socialmente necesitada; primero a hermanos en Cristo, pero
también puede ser a otra gente (Ef 4.28). (2) Es ayudar o sostener a cristianos que han sido llamados por
Dios para servir en zonas no evangelizadas, a los que llamamos misioneros, u
obreros o algo así (Tit 3.13; 3 Jn 6-7). Esta iglesia lo está haciendo. (3) Es ayudar o sostener a cristianos que han sido llamados por
Dios a enseñar o pastorear a iglesias ya establecidas, a los que llamamos
pastores de tiempo completo o medio tiempo (Gál 6.6; 1 Ti 5.17). Esta iglesia también
lo está haciendo, por lo cual mi familia y yo damos muchas gracias. (4) Es ayudar o sostener alguna causa justa, con base en la Palabra
de Dios. — Estas cosas, y algunas otras, son la obra de Dios. Y Dios nos llama
a invertir generosamente en ella. ¿Cuál sería una inversión periódica
generosa? Bueno, la Biblia claramente dice que
tiene que ser generosa, pero a decir verdad no pone un número preciso. Nosotros,
y muchas otras iglesias, basándonos en enseñanzas del Antiguo Testamento, damos
como número básico o mínimo de referencia el 10% de nuestras entradas. O sea
que el 10% tal vez no sería un porcentaje generoso. Lo sería un porcentaje relativamente
superior. Que cada cual debe determinar de corazón ese porcentaje. Cada vez que
nos entre dinero, deberíamos dar ese porcentaje, ya sea semanalmente,
mensualmente. o en cada aguinaldo. ¿Es obligatoria esta
inversión? Sí, y no. Es obligatoria en el
sentido de que, si Dios nos ha dado una parte para invertirla en su obra, entonces
allí deberíamos invertirla, y no en usos particulares. Es moralmente
obligatorio. Y no es obligatorio en el sentido que ningún ministro de
esta iglesia conoce el bono de sueldo de nadie, ni el estado de cuenta, ni controla,
ni persigue, ni exige nada a nadie. Nosotros sólo enseñamos esto que hemos
dicho, y dejamos la respuesta de cada uno a su consciencia delante del Señor.
Es algo que se espera que los miembros atiendan libremente en la presencia de
Dios. Hermanos, glorificamos a Dios con nuestro dinero invirtiendo periódica
y generosamente en la obra de Dios.
V.
Disfrutando modestamente los
placeres regalados por Dios. “Si tenemos
qué comer y con qué cubrirnos, con eso estaremos contentos” (1 Ti 6.8; Heb 13.5).
“Dios creó los alimentos para que los coman con gratitud” (1 Ti 4.3). “Me di
cuenta de que esos placeres provienen de la mano de Dios… de que no hay nada
mejor que alegrarse y disfrutar de la vida mientras podamos… la gente debería
comer, beber y aprovechar el fruto de su trabajo, porque son regalos de Dios
(Ecl 2.24; 3.12-13). “Dios nos da en abundancia todo lo que necesitamos para
que lo disfrutemos” (1 Ti 6.17). Una de las cosas que dicen estos textos es que todo lo que podemos
conseguir por medio de nuestro trabajo es un regalo de Dios, un placer que él nos
provee para que nosotros agradezcamos y disfrutemos con alegría. Si con esta
changa o este salario yo he podido conseguir o mantener el alquiler de mi
pieza, los fideos y el aceite, un par de zapatillas básicas, dos mudas de ropa,
pagar los servicios y recargar la tarjeta del micro… debería tomarlo así: como
un regalo de Dios, como un placer, y entonces agradecer y disfrutarlo con
alegría. Y si con este salario o este negocio puedo hacer mucho más, también:
si sigo construyendo mi segundo departamento, si el domingo me comí un asado, si
el sábado salí a comer afuera con mis amigos, si me compré las zapatillas o la
ropa de marca, si me fui de vacaciones, si me compré el perfume que deseaba, si
tengo buena tecnología, si tengo un auto del año… también debería tomarlo así: como
un regalo de Dios, como un placer, y entonces agradecer y disfrutarlo con
alegría. Dios se glorifica cuando nosotros tomamos así lo poco o lo mucho
que nos da.
Ahora bien, en
este punto vamos a ver un límite, en particular un límite para los que ganan
mucho más que lo básico. “Había
un hombre rico que se vestía lujosamente y daba espléndidos banquetes todos los
días” (Lc 16.19) “Qué terrible será para ustedes que se dejan caer en camas de
marfil y están a sus anchas en sus sillones, comiendo corderos tiernos del
rebaño y becerros selectos engordados en el establo. Entonan canciones frívolas
al son del arpa… Beben vino en tazones llenos y se perfuman con lociones fragantes”
(Am 6.4-6). A los que ganan
mucho más que lo básico, Dios les enseña a ponerse un límite. Dios les enseña a
disfrutar moderada y modestamente. ¿Qué significa eso? Por lo menos dos cosas: Primero, no gastar mucho dinero en cosas caras e
innecesarias: no gastar dinero
en el segundo o tercer perfume importado, en el tercer o cuarto par de
zapatillas de marca, en llenar la percha número veinte con ropa cara, en comer siempre
en restaurantes, en la décima cartera, en el décimo par de zapatos, en el
segundo smart TV de 50 pulgadas. No importa que lo tome bien, como regalo
de Dios, y agradezca y disfrute con alegría. Dios le pone un límite a su
disfrute. Aparte, disfrutar moderada y modestamente también significa no hacer alarde de lo que tiene o ha comprado. No andar contando ni mostrando todo lo que
compró, ni la calidad de lo que tiene, ni nada de eso. Dios le enseña a ponerse
límites para que su corazón no se desvíe, y para que decida invertir la plata más
bien en buenas obras, en la obra de Dios.
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