POLVORA PARA EL CAÑÓN

Por: Luis Caccia Guerra
Se publica en este medio con permiso.



Cuando Napoleón III Bonaparte estuvo preso en la fortaleza de Ham entre 1840 y 1846, resultaba absolutamente impensado que éste gobernaría Francia durante 18 años, primero como Presidente y luego como Emperador.

“¿Quién sabe?“ Se dijo a sí mismo. Preso, pero como príncipe que era, existía aún una posibilidad de ocupar el trono imperial. Y así fue. No pasó mucho tiempo, hasta que en 1848 fue elegido Presidente por una abrumadora mayoría de votos y cuatro años más tarde sería coronado Emperador de los franceses.

“¿Quién sabe?” ¿Acaso puede saber el hombre los planes que Dios tiene para ti, o lo que Él piensa hacer por medio de ti? ¿Puede discernir alguien la semilla de los procesos que Dios ha hecho habitar dentro de tí? Evidentemente, no. Muchas veces, ni siquiera nosotros mismos lo sabemos.
Dios levantó como caudillo, de entre un pueblo esclavo, a un tartamudo llamado Moisés, para liberarlos de las cadenas de la esclavitud de Egipto.

Años antes, José, un joven abandonado por sus hermanos y arrojado en una cisterna, nadie hubiera pensado que iba a llegar a ser gobernador de Egipto y mano derecha del Rey.

Y mucho antes aún, Dios convirtió a Noé, un hombre común y corriente, en el ingeniero naval que construyó una embarcación de enormes dimensiones para salvar a su familia y especies animales, del Gran Diluvio que se avecinaba.

Encuentro un común denominador entre todas estas personas y es que Dios no llamó a gente capacitada, sino que capacitó a la gente llamada para sus propósitos. Ese es el mismo Dios que conocemos hoy.

Por lo tanto:
“Carga tu cañón con pedazos de roca o piedras del camino si no tienes nada más a mano, pon
suficiente pólvora y aplícale el fuego. Cuando no tengas nada más que arrojar al enemigo, ponte
en el cañón tú mismo” (Charles Spurgeon).

Haz lo que tengas que hacer con lo que tengas a mano. Y si no tienes las herramientas, pues sé tú mismo la herramienta, pero sea como sea, no va a funcionar sin la fe, claro está; pero mucho menos sin el fuego y sin la pólvora de la pasión, dedicación, esfuerzo, constancia.

Un entusiasmo capaz de ponerte fuera de sí en pos de la realización de los más caros sueños que Dios depositó en tu corazón. Muchos fracasos no se presentan por hacer mal las cosas o por decisiones mal tomadas. Fracasan por falta de fervor.

Cuando Noé construía el Arca, no se conocía la lluvia en la tierra. A los ojos del mundo fueron 120 años de loca pasión. Tal como Noé, el celo en el servicio para la Gloria de Dios de todos estos hombres, barrió literalmente con toda oposición. La propia resistencia interna, inclusive. Pasión por la gloria de Dios, por la salvación de las almas, una inyección de vida y verdad en un mundo que muere en lenta agonía, donde el Evangelio termina siendo Poder, no locura.

Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.

(1 Corintios 1:18 RV60)
Por: Luis Caccia Guerra
Escrito para www.devocionaldiario.com 
Imagen: www.devocionaldiario.com

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