Prefiero creer en tí
Prefiero creer en Ti
Por Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
"Yo he dicho a menudo que me parece que
sería mejor creer el evangelio que no creerlo, porque incluso si
estamos equivocados (que no es el caso), no hemos perdido nada, pero
si el incrédulo está equivocado, está destinado a la desgracia
eterna." (Joyce Meyer)
He conocido a dos personas ateas. Pero no de
esas que dicen "gracias a Dios soy ateo" sino
aquellas que verdaderamente niegan o desconocen deliberadamente todo
indicio de la existencia de Dios. Una de ellas, uno de mis ex jefes.
La otra persona, yo mismo. ¡Sí! ¡No has leído mal ni se trata de
un error del escritor! ¡ATEO con todas las letras, quien esto
escribe!
Corrían los ´70 cuando me hallaba al final de
mi niñez y transcurrió mi adolescencia. Y ya había leído parte de
la Biblia y no entendido nada, y como si esto no fuese suficiente,
también había podido observar lo que hacen con la Biblia ciertas
personas con sus solemnes, ordenados y hasta almidonados rituales
dentro del templo pero ninguna transformación en sus vidas fuera de
él. También había visto desmoronarse al final de su vida a mi
abuelo, cuando ante una dolorosa y terrible enfermedad terminal me
pedía que cerrara la puerta de su habitación para que no entrara la
muerte. También lo había escuchado llorar desconsoladamente a
sabiendas de que al final de sus insoportables dolores, no se hallaba
esperando otra cosa que la muerte.
Nada esperanzador para un preadolescente, mucho
menos alentador para un adolescente, por cierto. Desde niñito busqué
la presencia de Dios en mi vida y no la encontré. La necesitaba
imperiosamente. La primera vez que alguien me habló seriamente de
Dios, fue un compañerito de la escuela que no tuvo mejor idea que
hablarme del Juicio Final. A partir de ese día comencé a vivir mis
días con miedo. En realidad se agregaba un temor más a los ya
muchos en mi vida a pesar de mi corta existencia, y éste último, no
poca cosa por cierto. Me resultaba difícil ser un nene bueno. Desde
pensamiento hasta hecho consumado. Por lo que la interminable
lista-sábana de mis pecados, pecadillos y pecadototes, no me hacía
pensar en otra cosa que en un Dios fijándose en cada uno de ellos y
tomando nota puntillosamente para enrostrármelos desde su gran Trono
cuando aquél día llegara. El veredicto yo ya lo conocía: CULPABLE
sin lugar a dudas ni atenuantes. Cuando fui más grande, me resultó
más sencillo abandonar todos esos temores -y creencias- y dejarlos a
un costado del camino junto con Dios mismo.
Hasta que alguien me prestó un libro de Luis
Palau para jóvenes. "Puedes leer el contenido, no
necesariamente los versículos de la Biblia si no quieres..."
fue la sabia consigna del dueño del libro. En realidad, no tenía
una Biblia ni tenía idea de dónde ni en qué parte hallar los
versículos, pero Dios me habló al corazón a través de ese libro.
Me dí cuenta de que la Biblia no era algo para el ritual estirado y
vacío, sino que contenía enseñanzas, miles de enseñanzas con un
sentido ALTAMENTE PRACTICO y transformador para cada paso, cada
situación, cada decisión de la vida. Me dí cuenta de que en sus
palabras HABIA PODER.
Hoy, al leer las palabras de Joyce Meyer con
las que comienza el presente escrito, vienen a mi mente estos
recuerdos. Es que me resultó entonces, más fácil creer en el
mensaje del Evangelio, que no creer. Trajo una luz de esperanza a mi
vida, cuando gruesos nubarrones amenazaban un futuro incierto y sin
ninguna esperanza ni proyecto de vida.
Por
esta razón padezco estas cosas, pero no me avergüenzo porque yo sé
a quién he creído, y estoy convencido de que él es poderoso para
guardar mi depósito para aquel día. (II
Timoteo 1:12 BEMH)
Porque
la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que
se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.
(I Corintios 1:18 RVR1960)
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