"La Roca" Nro.74-Diciembre/2016


En las épocas coloniales, un elemento característico de las antiguas casas, era el aljibe. Un pozo destinado a recolectar el agua de las lluvias con un arco del que pendía una cuerda con una polea que permitía subir y bajar baldes para extraer el agua de su interior. Cada balde bajaba vacío hasta el fondo y volvía lleno de agua.

Pero los baldes que nos ocupan, parece que pensaban y hablaban entre sí. Uno estaba continuamente quejándose del largo viaje vacío y en oscuridad que tenía que hacer varias veces al día hasta el fondo del aljibe. El otro, en cambio, estaba feliz porque cada vez que tenía que hacer ese mismo largo camino de bajada, era seguro que volvía a la superficie lleno y desbordante de agua.

Y los seres humanos no distamos mucho de ser como los baldes de este aljibe. Hay quienes sufren el vacío de su vida sin poder ver ni disfrutar el grato momento de la subida lleno. Otros, viven más felices con una actitud optimista sabiendo que cada vez que bajan vacíos, una vez que tocaron fondo no queda otro camino que comenzar a subir de nuevo y esta vez con algo en su interior.

Muchas veces la vida nos da golpes. Cometemos errores, afrontamos fracasos, tomamos decisiones desatinadas, nos toca bajar al fondo en el más absoluto vacío. Una sensación de vacuidad, de oscuridad e inclusive, de soledad nos invade en ciertas circunstancias haciendo clara y evidente la vertiginosa bajada. Pero fundamentalmente nos impide ver con claridad que el descenso es necesario para poder subir llenos.

Pero si hay un detalle que definitivamente escapa a nuestras precarias mentes humanas en tales circunstancias, es que sin importar que en un determinado momento de nuestras vidas estemos subiendo o bajando, SIEMPRE estamos sujetos, asidos por la fuerte y segura cuerda que es nada más ni nada menos que la Mano de Dios.

Dios te bendice! Tu hno. L.C.G

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