El poder de la palabra
Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
“Para algunos las palabras no son más que
sonidos que emergen de su boca; sin embargo, para otros representan
el significado de su vida misma, su honor, su honra, su valor como
seres humanos.
La palabra como tal le da un significado a
la existencia del hombre. Es la imagen de su ser interior, ésta es
el resultado de la dinámica de sus diálogos internos.
En sus inicios sociales la interacción de
los seres humanos se fundamentaba tan solo en ella, en la PALABRA.
Así adquirió valor como promesa, juramento, compromiso, deber,
pacto, convenio, solo ella sostenida reinos, alianzas, etc., en fin
la palabra regía el destino de los hombres.” (Luis
Castellanos. El valor de la palabra.
https://reflexionesdiarias.wordpress.com/2012/01/26/el-valor-de-la-palabra/)
Hay palabras “cómplices”, palabras
cálidas, que reconfortan, comunican cercanía, traen consuelo al
alma, bálsamo al espíritu. Hay palabras capaces de transmitir un
cálido abrazo sin necesidad de los brazos. Hay palabras capaces de
llenar de ánimo al caído, levantar al derrotado. Hay palabras que
con elocuencia y sabiduría hablan en el idioma del Espíritu.
Orientan, consuelan, infunden aliento. BENDICEN.
“Bendecir” es “Benedicere”, un
término de origen latino de dos raíces. “Bene”: "bien",
y “dicere”: "decir". BENDECIR, entonces, es
literalmente “BIEN-DECIR”, “decir bien a alguien”.
¿Por qué, si son sólo palabras y nada más
que palabras? Es que las palabras una vez emitidas cobran vida.
En cambio, hay palabras que son como saetas
encendidas. Queman, hieren, destruyen. Hay palabras que duelen más
que los golpes. Dardos envenenados que desprecian, menosprecian,
descalifican. Enceguecen, nublan el alma. Lejos de traer luz, crean
más sombras que luces. Frías como puñales, filosas como dagas,
cortantes como espadas, calan en lo profundo del alma. MALDICEN.
“Male-dicere”. Literalmente
“decirle mal a alguien”.
Y una vez más: ¿Por qué hacen tanto daño si
son tan sólo palabras? Por la misma razón que las palabras que
bendicen. Es que las palabras una vez emitidas cobran vida y ya nada
podemos hacer para “capturarlas”, “enrollarlas” y traerlas
nuevamente a nuestra boca. Podemos intentar reparar el perjuicio con
otras palabras, como “perdón”, “lo siento”. Pero son OTRAS
palabras. Las ya emitidas no vuelven más.
Cuando se sueltan palabras, están los
emisores, los que las dicen; y los receptores, los que las oyen.
Ambos CREEN lo que dicen. Ambos CREEN lo que oyen. Es por eso que la
palabra emitida, la palabra oída tiene tanto peso.
La palabra empeñada añade honor a quien la
da. La promesa incumplida, la falacia, en cambio; duele, abre un
abismo en la confianza, trae descrédito y deshonra a quien falta a
ella.
“Cuida tus palabras; que ellas no levanten
jamás un muro entre ti y los que viven contigo.”
(Tales de
Mileto)
El hombre bueno, del buen tesoro
de su corazón presenta lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de
su corazón presenta lo malo. Porque de la abundancia del corazón
habla la boca.
(Lucas 6:45
BEMH)
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