Arco iris
Por: Luis Caccia Guerra
Escrito originalmente para
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permitido.
En
la tierra de Génesis cap. 2 no había llovido aún. No obstante, el
exceso de lluvia de los días de Noé (Gén. cap. 6) sirvió para
destruir hombres, bestias y aves de los cielos sobre la faz de la
tierra. Cuando hubo terminado el diluvio (Gén. 9:13-15) el Señor
puso en los cielos su señal para Noé y las generaciones venideras,
el arco iris.
Una
gran parte de mi vida he vivido en la ciudad o cerca de ella, de tal
manera que ver un arco iris se hace más difícil que en el campo.
Sin embargo, puedo recordar con gran alegría y entusiasmo esos
célebres momentos de mi niñez en los que en plena ciudad se podía
divisar un gigantesco y nítido arco iris en el cielo.
"Todos
quieren felicidad sin dolor pero no se puede tener un arco iris sin
un poco de lluvia." (Mario Benedetti)
Pero
invariablemente el bello espectáculo del arco iris pintado en el
cielo por el Gran Maestro, es precedido de un tiempo de lluvia. ¡Cómo
odiaba la lluvia! Había que permanecer en casa "guardadito"
hasta que pasara para poder salir a jugar.
Cuando
crecí, aprendí que esos tiempos de lluvia eran tan necesarios para
la salud, la tierra, plantas y animales, como lo es un día soleado.
"La
lluvia es también dádiva de Dios; no llovió sino hasta que Dios
hizo llover. Aunque Dios obra usando medios, cuando le agrada puede,
no obstante, hacer su obra sin medios; y aunque nosotros no hemos de
tentar a Dios descuidando los medios, debemos confiar en Él tanto en
el uso como en la falta de medios. De una u otra manera Dios regará
las plantas de su plantío." (Matthew
Henry)
Cuando
crecí, también aprendí que esos tiempos de dificultades en los que
todo parece estancado, esos tiempos en los que hay que permanecer
"guardadito" sin poder hacer nada, hasta que pase la
lluvia, también son necesarios. Es entonces cuando, aunque triste y
doloroso, la lluvia también resulta ser dádiva de Dios. Aunque a
veces parece que nuestros castillos de sueños e ilusiones se
derrumban delante nuestro como las olas del mar se llevan el bello
castillito de arena que hicimos en la playa, esos tiempos de lluvia
que Dios envía a nuestras vidas, son necesarios. En los días de Noe
la lluvia sirvió para "lavar" de la tierra lo que estaba
corrupto (Gén. 6). En nuestras vidas, esos tiempos en los que las
dificultades llueven, son purificadores.
Alguien
dijo: "siempre que llovió, paró". Y tal como en los días
de Noe, cuando para de llover y las nubes se despejan, el Gran
Artista pinta con las primeras luces del sol el bello espectáculo
del arco iris en el cielo como señal de la promesa. Definitivamente,
no se puede tener un arco iris sin un poco de lluvia.
En
los días de Noé no fue el Arca lo que le mantuvo a salvo a él y a
los suyos mientras los torrentes de los cielos se desplomaban sobre
la tierra. Fue su paciente espera confiada en Dios; fue su fe seguida
de obediencia, lo que lo mantuvo a salvo (Hebreos 11:7).
¿Por
qué te abates, oh alma mía,
Y
te turbas dentro de mí?
Espera
en Dios; porque aún he de alabarle,
Salvación
mía y Dios mío.
(Salmos
42:5 RV60)
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