Cabeza grande, corazón chiquito
Por: Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
Hubo una época cuando enseñaba a mis
hermanitos de diez años en la Escuela Dominical, en que rara vez se
leía una porción de la Biblia desde el púlpito de la Iglesia y yo
no supiera por lo menos, en qué libro y en las inmediaciones de qué
capítulos de la Biblia podía encontrarla, aunque el pastor en su
sermón olvidara mencionarlo. Así también, no tenía problemas en
contestar todas las preguntas que los chicos hacían. No me faltaban
respuestas.
Hace poco tuve un encuentro con uno de mis
antiguos alumnos en la iglesia en la que actualmente me congrego.
Hoy, adulto y padre de familia, con un ministerio; me presentó ante
otras personas con un emocionado reconocimiento.
¡Vaya, que se siente bien que a uno lo exalten
y reconozcan logros y bendiciones pasadas!! Sin embargo el recuerdo
de ese día, hoy, nobleza obliga; me incita a bajarme espontánea y
voluntariamente de ese pedestal en el que por unos momentos disfruté
estar.
Conocí a Jesús como Salvador a fines de 1980.
En el transcurso de más de treinta años de vida cristiana, he
caminado muchos valles de sombras de muerte y he estado en unos
cuantos fríos de noche y ardientes de día, desiertos. Pero con todo
esto, recuerdo haber pasado al menos dos veces en mi vida de
creyente, por experiencias de profundo, triste y doloroso
quebrantamiento. La última de ellas hoy se encuentra en pleno
proceso.
La primera, fue a principios de los ‘90 a
poco de haberme casado. En tan sólo un par de meses quedé sin
trabajo en medio de una profunda crisis económica, política y
financiera en mi país que me tuvo 11 meses sin un trabajo estable o
con ocupación muy precaria; el bebé por el que tantas noches oramos
de rodillas ante Dios con mi amada esposa, ayer estaba y prometía un
hermoso futuro lleno de ilusiones dentro de la pancita de mamá, hoy
simplemente ya no estaba; y por último, un terrible conflicto en la
iglesia en la que nos casamos y congregábamos, con el que nada
tuvimos que ver, pero que nos golpeó tanto que nos vimos obligados a
dejar esa congregación sin contención y sin la más mínima y
elemental cobertura espiritual.
Esas experiencias nos destrozaron, hicieron
pedazos nuestras vidas. Unos cuantos amigos se acercaron, pero el
dolor y el quebrantamiento eran tan grandes que pronto tomaron
distancia, sin capacidad para dar gracia, consuelo, contención, ya
que nada de lo que hicieron y dijeron sirvió para nada. No los
culpo. Si yo hubiese estado “del otro lado” hubiera hecho
exactamente lo mismo. Después de todo, tenía la misma “formación”
que ellos. Todos veníamos exactamente de la misma “escuela”.
Comenzó, entonces, un largo y cruento tránsito
por el profundo valle de las lágrimas en soledad. Nos enojamos con
Dios atribuyendo a El todo lo que nos pasaba y sintiéndonos
profundamente decepcionados por El. Durante más de cinco años
estuvimos solos sin la asistencia ni la más mínima contención de
amigos ni ministros capacitados que pudieran traer consejo, aliento,
consuelo a nuestras vidas destrozadas.
Hoy, al escribir estas cosas, un nudo se hace
en la garganta y las lágrimas afloran al tiempo en que puedo
discernir como un portentoso milagro de parte de Dios, que mi amada
esposa y yo pudimos permanecer juntos a pesar de tanto dolor y tantos
castillos de ilusiones literalmente demolidos.
Pero lo peor de todo no fue esto, sino que todo
lo que “sabía” no sirvió absolutamente de nada. Es que había
mucho conocimiento en una enorme cabeza, pero muy poquito es lo que
había sido posible ser “digerido” y quedarse en un corazoncito
chiquito; donde realmente tenía que estar para que alimentara,
sirviera de nutriente para fortalecerlo y poder soportar los embates
de la prueba. Podía citar en qué capítulo y en qué libro se
hallaba lo que el pastor leía, aunque él no lo dijera; podía
responder cada pregunta que mis hermanitos hacían… pero cuando el
quebrantamiento vino, nada de esto sirvió.
Comenzó entonces, un proceso de demolición
voluntaria de lo poco que aún quedaba en pie. Voluntariamente me
olvidé de todo lo aprendido y elegí comenzar de nuevo.
Hoy muchas cosas, las sé. Una inmensidad
infinitamente mayor definitivamente no las sé. Algunas cosas las
conozco “más o menos”, otras “menos que más”; pero lo
fundamental de todo esto es que lo poco que hoy sé, me sirve para
encaminarme, para elaborar las heridas de ese terrible
quebrantamiento ocurrido a principios de los ’90; y para discernir
el camino hacia una salida, una liberación y restauración de un
segundo quebrantamiento, tanto o más doloroso que el primero, que
como dije antes, hoy se encuentra en pleno proceso y marcó mi vida
con profundas y terribles heridas.
Pero hay una diferencia con la vez anterior:
hoy puedo caminar en medio del dolor y la oscuridad; puedo discernir,
vislumbrar la luz al final del túnel en medio de las tinieblas
aferrado a la GRACIA de mi amado Salvador y Señor. No soy yo quien
emerge de las cenizas tomado con fuerza a la mano de mi Salvador. Es
EL, SU SUBLIME GRACIA, SU PODER el que me levanta sin que yo esté en
condiciones de hacer absolutamente nada, no más que guardar silencio
y esperar confiado.
“Pero uno piensa más en la gracia cuando
eso es lo único que nos queda para poder tener un mañana, cuando no
hay nada más. Y, mal que mal, muchos hemos pasado por períodos en
la vida cuando nos hemos preguntado si tendríamos por delante un
futuro que valiese la pena.” (Gordon McDonald).
Es la diferencia entre tener una cabeza muy
grande y un corazón chiquitito; o una cabeza capaz de pensar con
claridad, pero un corazón “grandototote” que
sencillamente descansa entregado, humilde y confiadamente como un
niñito en el regazo de papá, en la Sublime Gracia de nuestro amado
Señor.
¡Bienaventurado
el hombre que tiene en ti sus fuerzas,
en
cuyo corazón están tus caminos! Atravesando el valle de lágrimas,
lo cambian en fuente cuando la lluvia llena los estanques. Irán de
poder en poder;
verán
a Dios en Sión. Jehová, Dios de los ejércitos, oye mi oración;
¡escucha,
Dios de Jacob! Selah
Mira,
Dios, escudo nuestro,
y
pon los ojos en el rostro de tu elegido. Mejor es un día en tus
atrios
que
mil fuera de ellos.
Escogería
antes estar a la puerta de la casa de mi Dios
que
habitar donde reside la maldad, porque sol y escudo es Jehová Dios;
gracia
y gloria dará Jehová.
No
quitará el bien a los que andan en integridad. ¡Jehová de los
ejércitos,
bienaventurado
el hombre que en ti confía!
(Salmos
84:5-12 RV95)
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