Muñequito de yeso
Por: Luis Caccia Guerra para
www.mensajesdeanimo.com
Cierta vez nuestra pequeña vecinita de 5 años
andaba jugando con una de esas figurillas de yeso que alguna vez
había sido parte de la representación de un pesebre navideño. Si
mal no recuerdo, el de la pequeña estatuilla de yeso debería haber
sido José.
Hasta que en algún momento, natural torpeza de
la niñita, fuerza de atracción de la gravedad, frágil estructura
del “juguete” sumaron para que repentinamente experimentara un
súbito descenso al piso y se partiera en varios pedazos.
Como en esa época gozábamos de una bonita
amistad entre las familias, la nena y sus hermanitas entraban y
salían de casa como si fuera la suya. No teníamos hijos. Mi esposa
y yo veníamos de una dolorosa experiencia por la pérdida del bebé,
por lo cual la presencia de las niñas no sólo era bienvenida, sino
que para nosotros era como esos angelitos que te envía Dios para
ayudar a mitigar el dolor del hijo que pudo ser y no fue.
La cuestión es que la pequeñita, hasta ese
entonces la más chiquita de las hermanitas, apareció por casa con
un hondo sentimiento de pesar porque se había roto su muñequito y
rogando con tristeza que se lo reparara. Inmediatamente puse manos a
la obra. Dejé todo lo que estaba haciendo, busqué entre mis
herramientas un poderoso adhesivo, tomé los trozos de José de entre
sus pequeñas manitos y procedí a pegarlos con paciencia cada uno de
ellos hasta que la estatuilla quedó finalmente restaurada. Una hora
después, que para ella debe haber sido toda una eternidad, se la
entregué ya lista para seguir jugando. ¡Sus ojitos brillaban de
alegría al ver a su juguete antes destruido y ahora como nuevo!
Pero una vez más sucedió lo que ya me
imaginaba que iba a pasar. Una hora después, otra vez la pequeña
estatuilla tuvo un lamentable incidente y de partió en varios
pedazos. Y una vez más la chiquilla preocupada por el percance con
los trozos entre sus manitos para que se los reparara. Y una vez más
tomé el adhesivo de entre mis herramientas y se lo volví a pegar.
Esto sucedió hace unos veinte años. Hoy, al
momento de escribir estas líneas, llega a mí, en este instante, la
noticia de que su padre ha fallecido. ¿Será de Dios? El recuerdo de
la escena irrumpió hace días atrás en mi mente, pero esta vez en
otro contexto. No me había dado cuenta sino hasta hace unos pocos
días, de que la pequeña estatuilla se había vuelto a romper, pero
esta vez no había sido por las partes reparadas, sino por otras
zonas. Es decir que las partes pegadas y restauradas ahora resultaban
ser más fuertes que el resto de la estructura.
Hay personas que cargan con cicatrices. Algunas
son claramente visibles en su piel. Otras no se ven. Esas que no se
ven se encuentran en lo profundo del alma. Quien esto escribe tiene
algunas cicatrices físicas y visibles, pero también unas cuantas de
esas que no se ven y que se llevan en lo profundo del alma. Se puede
vivir con cicatrices; a veces duelen, a veces no. Pero si esas
cicatrices han sido producto de “reparaciones” de parte de Dios,
no te quepa la más mínima duda de que esos puntos son los más
fuertes y sólidos en tu vida, aunque no te parezca en este momento
así, como las zonas pegadas del muñequito de la nenita de mi
historia.
Pero
yo pregunto: ¿Será que los israelitas, al tropezar, cayeron
definitivamente? ¡De ninguna manera! Al contrario, debido a su
transgresión vino la salvación a los gentiles, a fin de
provocarlos a celos. Y si su transgresión ha servido para enriquecer
al mundo, y su caída, a los gentiles, ¿cuánto más lo será su
plena restauración? Hablo a vosotros, gentiles. Por cuanto yo soy
apóstol a los gentiles, honro mi ministerio,
(Romanos
11:11-13 RV95)
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