Phan Thi Kim Phuc – La diferencia entre un ser quemado y un ser que arde
Por Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
La historia que nos
ocupa hoy, tiene alguna relación con esto y ocurrió durante la
guerra de Vietnam, en 1972. Phan Thi KimPhuc, en ese entonces, una
niña vietnamita de nueve años, fue alcanzada junto a su familia por
bombas de NAPALM arrojadas por soldados estadounidenses sobre su
aldea. Con su pequeño y frágil cuerpito quemado, se despojó
rápidamente de sus ropas en llamas y salió corriendo de la pagoda
en la que habían buscado refugio. Ese fue el instante que Nick Ut,
fotógrafo de AP que se hallaba cubriendo el evento, captó con su
cámara. Pero también el reportero tuvo un acto humanitario al
auxiliar a Kim y llevarla a un hospital.
Dios tuvo a bien
acordarse de la gran acción de Nick y ese año ganó un premio
Pulitzer por esa imagen que rápidamente dio la vuelta al mundo.
Muchos años de
dolor y sufrimientos vinieron para Kim a partir de aquella terrible
jornada. No sólo en lo físico, sino también en lo mental. Fue
sometida a numerosas operaciones y había perdido a casi toda su
familia.
Sin embargo, años
más tarde, tuvo oportunidad de conocer al soldado responsable de la
ejecución del ataque contra su aldea del que milagrosamente había
salido con vida. Lo abrazó y le ofreció su perdón. Con ese gesto,
Kim terminaba así con un infierno de años para ese soldado que cada
uno de sus días veía la imagen de esa frágil y desprotegida niñita
y escuchaba sus gritos de dolor, mientras corría completamente
desnuda huyendo de aquel espantoso ataque.
“Abracé al
hombre que me tiró la bomba. La guerra hace que todos seamos
víctimas. Yo como niña sufrí, fui una víctima; pero él, que
hacía su trabajo como soldado también lo era. Yo tengo dolores
físicos, pero él los dolores los lleva en el alma. Creo que los de
él son peores que los míos. (…) Al volver de Vietnam él supo lo
que me había hecho. Cada vez que veía mi fotografía tenía
pesadillas y escuchaba mis llantos. Se convirtió en un alcohólico.
Su vida estaba destrozada.” Reveló
Kim a los medios de prensa en un extenso reportaje.
Pero en la vida, en
el diario transcurrir, hallamos a personas que por mucho menos de
esto, son capaces de odiar toda la vida. Se van hundiendo en una
espiral de odio, de rencor que las va quemando, las va consumiendo
lentamente.
Almas heridas que
van por la vida como perros rabiosos mordiendo e infectando con su
mortal virus a quienes encuentran a su alrededor.
Esto es lo que hace
la diferencia entre un ser “quemado” y un ser que “arde”. El
quemado destila odio, rencor, zozobra. El que arde ilumina el camino
a los demás cual antorcha en medio de una oscura noche.
Es muy difícil
hacer algo por estas personas a menos que ellas estén dispuestas a
hacer algo por sí mismas.
Pero
también está en nosotros la capacidad y la decisión de no permitir
ser contaminados con su mortal virus: tomar sus palabras y acciones
como de quién vienen. O somos seres que arden iluminando el camino a
los demás o nos quemamos junto con ellos.
Autor: Luis
Caccia Guerra
Escrito para
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