Perdón no es lo mismo que renuncia
Por Luis Caccia Guerra para
www.mensajesdeanimo.com
Muchas personas ven el perdón como la
abstención de tomar venganza o represalias. Como la renuncia a las
indemnizaciones que por la injurias o perjuicios causados le
corresponden. Otras viven el perdón pasivamente como un sentimiento
de impotencia frente a sus victimarios como si se tratara de vivir
apretando el dolor en un puño, amasando la tristeza por la injuria
percibida sin poder hacer absolutamente nada. Otras, creen que perdón
resulta ser una renuncia al castigo o las consecuencias que le
correspondan al ofensor por el daño causado.
Ninguna de las opciones planteadas es perdón.
Cada día lo veo pasar delante de mí cuando echo una mirada a los
actos de mi vida. Todos los seres humanos tenemos el remordimiento,
el cargo de conciencia por algún hecho en particular. Un lamentable
error que marcó nuestra vida. No importa tu edad. Aún los niñitos
suelen tener remordimientos en su corazoncito por algún evento
infortunado en el que causaron dolor o perjuicio a alguien más. A
veces el dolor de una herida abierta en el alma transcurre por años
o inclusive, durante toda una vida. Es en ese punto en el que
descubro que una de las cosas más difíciles, es aprender a
perdonarme a mí mismo.
Pero va mucho más allá. No es solamente el
hecho de aprender a perdonarme a mí mismo. Es el mismísimo hecho de
rendirme ante el Padre amado y aprender a recibir en mi alma
atribulada y angustiada ese bálsamo agradable, la dulzura del toque
de su mano. Y es que resulta humillante pedir perdón por el
perjuicio causado, pero encuentro que requiere de mucha más humildad
la acción de DAR ESE PERDON con un alma herida y doliente, a manos
llenas, generosamente y en abundancia.
Hace tiempo regresé a una comunidad en la que
viví y serví varios años de mi vida. Dios me llevó a ese lugar en
el momento justo, ya que en esos días había un evento en otro
sitio, del que no me hubiera enterado si no hubiese estado allí y en
ese preciso momento. Asistir a ese acto, me condujo a unos hermanos a
quienes hacía muchos años no veía. Tuvimos una bella amistad con
esa amada familia y emprendimos muchas cosas juntos en lo
ministerial. Fue una bendición haberlos conocido y haber compartido
tantas cosas con ellos.
Pero un día me porté tan mal con ellos…
Llevado por las circunstancias en un momento de desesperación
traicioné muy feo su confianza. Literalmente una bomba estalló
entre nosotros distanciándonos amargamente. Una herida dolorosa se
abrió entre nosotros y sangró por casi veinticinco años. Pues
bien, ese evento me posibilitó llegar a ellos, reconocer mi falta y
pedir su perdón. Creo que ya me habían perdonado hace mucho tiempo,
pero fue el momento de poner bálsamo a esas heridas. Hoy ya no
sangran. Hoy ya no duelen.
Y es que existe una realidad inexorable: que
tanto víctimas como victimarios, ofendidos como ofensores; nos
hallamos bajo una misma ley natural heredada de nuestro padre Adán.
Cada vez que ofendemos a alguien, no importa si intencionadamente o
no, no solamente se abre una herida en el damnificado, también
sucede lo mismo en el alma del victimario, convirtiéndose ambas
vidas en desdichadas y frustradas.
Llegar a esa comunidad, también me posibilitó
saldar otras cuentas. “El Señor ya nos perdonó, así es que ya
nada malo hay entre nosotros” me dijo un amado hermano.
Perdón es justamente eso: renunciar a la
autocompasión, aferrarse con todas tus fuerzas a ese madero de la
gracia de Dios que flota en medio de un mar de vientos y tinieblas
diciéndote que no vales nada, y reconocer que nada hay que puedas
hacer para que Dios te ame menos de lo que ya te ama, y que no hay
absolutamente nada que puedas hacer para que Dios te ame más de lo
que ya te ama, pero también ponerte en la vereda del ofensor y
aprender que también es un alma atribulada que sufre y necesita de
esa gracia sanadora y liberadora de Dios.
Uno de los grandes retos de la vida
espiritual es recibir el perdón de Dios. Hay algo en nosotros, los
humanos, que os hace aferrarnos a nuestros pecados, de dejar a Dios
que borre nuestro pasado y nos ofrezca un comienzo completamente
nuevo. (Henri Nowen. El regreso del hijo pródigo)
El perdón verdadero libera tu alma de las
tenazas que te tenían atrapado, corta las cadenas que te arrastran
atado al carro del ofensor. El verdadero perdón es ponerte en el
lugar de tu víctima, tener la humildad de pedir su perdón, romper
las cadenas que te ataron a su alma rota y te arrastraban con dolor.
en
quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según
las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en
toda sabiduría e inteligencia,
(Efesios
1:7-8 RV60)
Aviso
Legal:
La imagen que ilustra el presente artículo es tomada de
http://www.mensajesdeanimo.com/
Todos
los derechos reservados.
Comentarios
Publicar un comentario
Tu comentario nos interesa