Entre Judas y Pedro
Por: Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
Pedro
estaba sentado fuera en el patio; y se le acercó una criada,
diciendo: Tú también estabas con Jesús el galileo. Mas él negó
delante de todos, diciendo: No sé lo que dices. Saliendo él a la
puerta, le vio otra, y dijo a los que estaban allí: También éste
estaba con Jesús el nazareno. Pero él negó otra vez con juramento:
No conozco al hombre. Un poco después, acercándose los que por
allí estaban, dijeron a Pedro: Verdaderamente también tú eres de
ellos, porque aun tu manera de hablar te descubre. Entonces él
comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco al hombre. Y en seguida
cantó el gallo. Entonces Pedro se acordó de las palabras de Jesús,
que le había dicho: Antes
que cante el gallo, me negarás tres veces.
Y saliendo fuera, lloró
amargamente.
(Mateo
26:69-75 RV60)
Mientras
todavía hablaba, vino Judas, uno de los doce, y con él mucha
gente con espadas y palos, de parte de los principales sacerdotes y
de los ancianos del pueblo. Y el que le entregaba les había dado
señal, diciendo: Al que yo besare, ése es; prendedle. Y en
seguida se acercó a Jesús y dijo: ¡Salve, Maestro! Y le besó.
Y Jesús le dijo: Amigo,
¿a qué vienes?
Entonces se acercaron y echaron mano a Jesús, y le prendieron.
(Mateo
26:47-50 RV60)
Entonces
Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado,
devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales
sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Yo he pecado entregando
sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros?
¡Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió,
y fue y se ahorcó.
(Mateo
27:3-5 RV60)
En estos pasajes vemos a dos hombres
completamente perdidos. Ambos habían traicionado a Jesús. Pedro le
negó… no una, ni dos… ¡tres veces en una misma noche había
traicionado a su Maestro negándole rotundamente! Judas, por su
parte, también había incurrido en un terrible acto de traición,
“Al que yo besare, ése es; prendedle” era la consigna
acordada con los que habían puesto precio a la cabeza de Jesús. Una
larga y amarga noche para ambos hombres, que a pesar de su terrible
error ¡aún continuaban siendo hijos de Dios! Perdidos, pero hijos
de Dios.
Pedro, en medio de su desesperación no perdió
de vista su dignidad de hijo, volvió y la reclamó con lágrimas de
dolor. Había elegido la vida.
El otro no pudo con que a pesar de lo que había
hecho aún seguía siendo hijo de Dios y se entregó a la muerte.
Hoy, a poco más de dos mil años de aquella
oscura y dolorosa noche, aún veo acontecer esto mismo todo el tiempo
delante de mí. Son pocos los momentos del día en que puedo estar
elevado, en la presencia y en dulce comunión con el Altísimo.
Continuamente esos momentos felices con Dios se tiñen, se contaminan
con la oscuridad de mis pensamientos, sentimientos, pasiones y deseos
de hombre bajo la naturaleza corrupta heredada de nuestro padre Adán.
Una y otra vez siento que no valgo nada, que no merezco ser llamado
su hijo. Una y otra vez caigo, y como Judas dejo que las sombras de
la muerte ganen terreno sobre la vida, la fe y la esperanza. Una y
otra vez asido de Su Mano, como Pedro, llorando amargamente vuelvo a
levantarme tambaleando y aferrado en un abrazo desesperado, a los
hombros de Jesús en busca de la vida.
Pero
la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el
pecado abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado
reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia
para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.
(Romanos
5:20-21 RV60)
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