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Por: Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
Hace un tiempo, dos personas me hablaban de uno
de los guitarristas de nuestro templo. Muy joven, toca muy bien y se
ha tomado muy en serio su trabajo. Su abuela, me hablaba de su
ministerio, de lo responsable que es y que desde que era un bebé, el
Señor le había dado la certeza de que sería alguien dedicado al
servicio del Señor. Lágrimas asomaban en los ojos de la anciana
cuando me decía esto. El padre, en cambio, me hablaba del precio de
la guitarra.
Dos caras de una misma moneda. Es en estos
términos como muchos, inclusive creyentes, ven la vida.
Bien es cierto que muchas personas dedicadas y
consagradas al Servicio de Nuestro Señor, saben lo que es pasar
necesidades y carencias de todo tipo. Eso nunca lo podremos entender
sino hasta que estemos delante de su presencia. Otras en cambio,
viven en abundancia de bienes. En las Escrituras tenemos un claro
ejemplo de ello, en el apóstol Pablo (Filipenses 4:11 y 12). Pero
más allá de cuántos bienes posean, hay quienes, en contraste,
consciente o inconscientemente, viven poniéndole precio a todo,
inclusive a su propio ministerio.
Más allá de escasez o abundancia, existen
niveles mucho más profundos en los que Dios actúa, trayendo a su
servicio las cosas naturales y materiales que pone en nuestras manos,
para realizar una obra cuya transcendencia es sobrenatural e
inmaterial.
Un padre, le dio a su pequeño hijito, una
moneda de $: 2.- con la consigna de que podía hacer con ella lo que
quisiera. Al día siguiente, cuando le preguntó al niñito qué
había hecho con la moneda, el pequeño contestó con gran entusiasmo
que se la había prestado a alguien. El padre preocupado, siguió
preguntando. Creyendo que le había dado la moneda a otro niño,
estaba interesado en saber qué garantías tenía su hijo de que el
dinero le sería devuelto. En realidad se la había dado a un
mendigo. ¡Qué frustración, la del padre! ¡Ya nunca más le iban a
devolver su dinero! Sin embargo, el pequeño insistió. Su maestra
de la Escuelita Bíblica, le había enseñado que el que da al pobre,
al Señor le está “prestando” y que El le devolvería su dinero.
El padre, conmovido con la sencillez de la fe
de su niñito, metió su mano en el bolsillo, sacó otra moneda de
igual valor y la puso en las manitas del nene. Sus ojitos brillaban
de alegría. Había tenido razón, ¡sólo que no esperaba que Dios
le devolviera su moneda tan pronto!
No siempre Dios obra de esta manera y no
siempre lo hace en términos financieros. Sin importar el valor de lo
que le damos al Señor, y sin importar el precio de los que El tuvo a
bien poner en nuestras manos, la realidad es que absolutamente nada
es de de nuestra propiedad aunque lo hayamos adquirido con un gran
esfuerzo.
Administradores somos de cada bendición que
hemos recibido en este mundo.
Al
SEÑOR presta el que da al pobre, y él le dará su paga.
(Proverbios
19:17 RV2000)
Hermanos
míos, ¿qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene
las obras? ¿Por ventura esta tal fe le podrá salvar? Y si el
hermano o la hermana están desnudos, y tienen necesidad del
mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz,
calentaos y saciaos, pero no les diereis las cosas que son necesarias
para el cuerpo, ¿qué les aprovechará? Así también la fe, si no
tuviere las obras, es muerta en sí misma.
(Santiago
2:14-17 RV2000)
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