Necesario Perdón
Por: Luis Caccia Guerra para www.mensajesdeanimo.com
Días atrás, revisando el archivo de
películas que la tecnología digital del siglo XXI nos permite, dí
justo –no importa en este caso de qué película se trata– con la
escena en la que el enorme y malhumorado mamut lleva junto a sus
amigos, un perezoso y un tigre dientes de sable, a un niño pequeñito
perdido para devolverlo a su padre humano. El mamut ve en una pintura
rupestre en una cueva una cacería de mamuts y revive intensamente el
recuerdo de la matanza de su pareja y su bebé a manos de los
despiadados seres humanos. En ese momento, el bebé humano extiende
sus bracitos y dulcemente lo abraza con ternura. Con lágrimas en los
ojos, el mamut alarga su trompa y con mucho cuidado y delicadeza toma
al bebé y lo monta sobre su lomo para continuar con la marcha.
Podría haberlo matado al niño y la
dificultosa travesía se terminaba allí. Después de todo, el nenito
pertenecía a la especie que cruelmente ultimó a su pareja, su
cachorro y también puso fin a la sus días de felicidad en soledad y
destierro.
No obstante ello, y con lágrimas en
sus ojos, tomó tiernamente al niñito y decidió continuar con la
travesía para devolverlo a su dolorido padre. Es una película
secular para niños que nada sabe de Dios ni mucho le importa, sin
embargo el guionista parece que tiene más que en claro el concepto
del perdón.
Paul Tillich definió alguna vez el
perdón como “El acto de recordar el pasado para poderlo olvidar”
Los seres humanos vamos acumulando
vivencias de todo lo que nos pasa en nuestras vidas. Los recuerdos de
esas experiencias sin importar qué tan buenas o malas sean, sólo
pueden permanecer en la “capa conciente” de nuestra mente por un
relativamente corto tiempo. Pasado cierto lapso, se van depositando
en una capa algo más profunda que es el subconsciente, dando lugar
así a las nuevas vivencias. Todos y cada uno de los recuerdos
permanecen “vivos” allí, aunque nuestra mente no los pueda
“ver”. Es por ello que vamos olvidando algunas cosas y en
determinados momentos es posible volver a sacarlas a la luz con
alguna cuota de esfuerzo… Pero transcurrido un lapso suficiente,
esos recuerdos quedan sumergidos en una capa de nuestra mente aún
más profunda, a la cual ya no nos resulta posible acceder, es el
inconsciente.
Esto sucede con absolutamente todas y
cada una de nuestras vivencias. Con los eventos felices y con los
tristes también. Es por ello que hay personas que viven una vida de
tristeza y dolor, evitan ciertos lugares o tratar con determinadas
personas les causa angustia, aunque éstas no les hayan hecho nada
malo en particular.
Las voces del inconsciente no se pueden
recordar, pero dejan sentir sus ecos. Hay personas en nuestras vidas
que nos han causado mucho daño. Tal vez en nuestra niñez o
juventud, o ya durante nuestra adultez, pero hace mucho tiempo.
Creemos haber olvidado lo ocurrido, sin embargo cuando tratamos con
alguien con características parecidas, o nos toca vivir situaciones
similares, nos sentimos incómodos, tenemos temor, angustia o
desconfianza ante ellas. Es que los recuerdos no han muerto, no se
han borrado. Nuestra mente consciente no los recuerda, pero sus
gritos desde lo profundo se hacen sentir.
A esto es lo que refería Tillich,
cuando hablaba del “acto de recordar para poder olvidar”.
De nada sirve “sepultar” en lo
profundo de nuestra mente un hecho infructuoso de nuestra vida y
cerrar esa puerta con vehemencia. Su recuerdo nos torturará y
perseguirá por el resto de nuestras vidas. El dolor por la misma
puerta por donde entró es por donde debe salir. No hay otra
solución. Los seres humanos funcionamos así.
En la medida en que un mal episodio de
nuestra vida se pueda convertir tan sólo en un mal recuerdo, hará
la diferencia con un mal recuerdo que hace daño. Habida cuenta de
que nuestro perdón no absuelve ni “renueva” el crédito al
ofensor, pero sí tiene el poder de liberarte a tí de las tenazas
que te sujetaban a él.
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