Si quieres tenerlo, primero debes serlo
Por: Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
“Estoy tan acostumbrada a caminar rodeada
entre tanta gente, pero sola. Se me está haciendo rutina la ausencia
de quienes he amado y se han marchado” escribió una de mis
autoras favoritas. (“No se te ocurra rendirte ahora”-Brendaliz
Avilés).
Y… sí. No puedo menos que sentirme
íntimamente identificado con una sensación para mí, tan común
también. A pesar de que hoy vivo junto a las dos personas que
después de Dios, me lo han dado todo en mi vida, mi esposa y mi
hija. Pero lo que más valoro de ellas, no es el vínculo, sino su
amistad.
Sobre la segunda mitad del año pasado también
pude darle inicio a una nueva etapa con antiguas amistades que en mi
torpeza dejé en cruel abandono y permití que el tiempo formara una
dura y gruesa costra sobre esas almas heridas que tanto construyeron
en mi vida y de tanta bendición fueron. ¡Gracias, Señor por esas
grandiosas oportunidades que tuviste a bien darme!
No obstante todo esto, si hay algo que jamás
pude desterrar de mi vida, es la herida de la soledad, esa sensación
de orfandad, cuando el fragor de la batalla se disipa al final de
cada día, o cuando muy temprano por la mañana camino solo, hacia el
trabajo. Ese kilómetro y medio que camino cada día, lo hago en
medio de un intenso diálogo con mi Señor… y esas conversaciones
han sido de prolífera inspiración para estos escritos. Pero aún
así, la sensación de soledad no cede, como que ya me acostumbré a
que fuera parte de mi ser.
Es por eso que vivo buscando siempre esa
contención que necesito a manos llenas. Y muchas veces ha venido en
la sabia palabra de mis amigos.
Creo que no exagero si me aventuro a decir que
deben existir tantas definiciones de “amistad” como seres humanos
hay en este planeta. Un antiguo proverbio árabe define la amistad
como “Alguien ante quien puedes derramar todo el contenido de tu
corazón; paja y grano, trigo y cizaña mezclados juntamente, en la
certeza de que esas manos los tomarán separarán y guardarán lo que
valga la pena guardar, y con bondad desecharán el resto.” Yo
prefiero llamarlos sin más definiciones, sencillamente “mis
hermanos adoptivos”.
“En todo tiempo ama el amigo, Y es como
un hermano en tiempo de angustia.” Escribió Salomón en
Proverbios 17:17. Y es que ese paño de lágrimas extendido en amor
por la mano de quien permanece incondicional a nuestro lado, ese
hombro generoso que se ofrece para que podamos apoyarnos cuando todo
nuestro ser se tambalea a punto de caer, esa palabra sincera que te
dice “No!” cuando todos te alaban; el aliento que renueva tus
fuerzas cuando sólo miras aterrado y extenuado hacia los rincones
esperando que alguien arroje la toalla y ya todo de una vez se acabe…
no tiene precio, tiene VALOR que no es lo mismo. Un antiguo proverbio
indú dice que “hasta una hoja pesa menos si la levantan entre
dos”.
Con tristeza y profundo arrepentimiento he
tenido que ir a esos amados “hermanos adoptivos” y uno por
uno reconocer lo mal que me porté con ellos y pedirles su perdón.
Parecía que tenían ese perdón apretado con dolor en un puño
esperando mi llegada para ser liberado.
Hoy doy las gracias a mi Dios, porque de no
haber pasado por ese oscuro túnel nunca hubiera tenido el valor de
aprender esta formidable lección: si quieres tener un amigo,
primero debes comenzar por serlo.
Estas
cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro
gozo sea cumplido. Este
es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado.
Nadie tiene
mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.
Vosotros
sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os
llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor;
pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi
Padre, os las he dado a conocer.
(Juan
15:11-15 RV60)
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