Alimentando fantasmas
Hace unos años atrás, me tocó organizar la
parte de presentación audiovisual y multimedia de una conferencia
anual que se celebraba en la congregación a la que asistía. Para
ello tuve que trabajar en estrecha colaboración con la gente de
sonido y con la de sistemas. A los efectos de no superponer tareas y
descomprimir los sistemas, utilicé dos equipos de computación en
aquella oportunidad.
-¿Y por qué no los conectamos en red? Sugirió
alguien con énfasis muy técnico.
No vale la pena aquí, obviamente, abundar en
los detalles técnicos, pero esto no era necesario, por lo que opté
por operar ambos equipos en forma independiente y autónoma,
desconectados uno del otro.
Todo, al menos en las pruebas y ensayos previos
anduvo bien; pero eso fue hasta que el mismo que quería poner las
conexiones en red, “que sabía”, puso sus manitos en los equipos.
Minutos antes del comienzo de la conferencia, en el chequeo previo,
comenzaron a aparecer los problemas. Inexplicablemente había hecho
cambios en sistemas y programas y ya las cosas no funcionaban bien.
Jamás recibí una explicación plausible de lo
ocurrido, sólo puedo decir con certeza, conociéndolo en el
transcurso del tiempo, que no tengo la menor duda de que nunca obró
malintencionadamente. Tal vez quiso demostrar lo mucho que sabía, o
tal vez inconscientemente tuvo temor y complicó las cosas para tener
el argumento de porqué fallaron. No lo sé.
Lo que sí sé, es que debo decir que me sentí
plenamente identificado con mi hermano. Quien esto escribe tenía
alguna experiencia en esta clase de eventos y a esa escala, pero debo
confesar que también estaba un poco nervioso y había bastante temor
durante los momentos previos al inicio del evento. Todo había sido
cuidadosamente ensayado y revisado, todo estaba debidamente ajustado
y en su lugar, nada podía salir mal, pero aún así tenía temor.
Y esto es a todo nivel en todos los órdenes de
la vida. Cuando rendí el último examen antes de recibirme, cuando
me casé, cuando organicé el Aniversario de Cincuenta años de mis
suegros, el Cumpleaños de Quince de mi sobrina. Cuando afronté una
entrevista laboral decisiva, o simplemente cuando me tocó dirigir la
palabra o la música desde el púlpito a la congregación, siempre
estuvo presente ese temor –infundado, por cierto–, el fantasma de
que algo estaba mal y no lo había visto.
Es entonces cuando iba anticipando en mi mente
las “soluciones alternativas”, el margen de error e improvisación
para afrontar la contingencia y que mi organización de relojería
suiza no se viniera abajo como castillo de naipes y terminara en el
más completo y horrible desastre. Y eso no hacía más que
incrementar el temor y la angustia. Alimentando fantasmas.
No digo que ya lo haya alcanzado plenamente,
pero muchos años me llevó aprender a depositar mi confianza,
aprender que Dios está en control absolutamente de todo y que si
algo no sale como estaba previsto en mis cuidados planes, es
simplemente PORQUE DIOS TIENE OTROS PLANES y eso es lo que cuenta.
A
fin de que pongan en Dios su confianza,
Y
no se olviden de las obras de Dios;
Que
guarden sus mandamientos,
(Salmos
78:7 RV60)
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