Hoy elevo mi rostro a tí, Señor
Por Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
A veces los fantasmas del remordimiento y la
culpa se hacen presentes sin ser llamados ni invitados. Otras, el
espíritu de orfandad entra en escena sin importar si estoy rodeado
de una multitud de personas.
Y es que muchas veces entro en convicción de
pecado y es cuando el Espíritu habla a mi alma adormecida, la saca
de su aparente zona de confort y la pone a caminar. Es cuando caigo
en la cuenta de lo mucho que estoy apartado de mi Señor y Dios,
cuando lo que yo creía tan sólo “una pequeña licencia”, un
sendero de rosas y placer, resulta ser en mi pobre humanidad, un
camino sin retorno.
Es entonces, cuando caigo rendido ante el
Altísimo sin más alternativa que enfrentar mi propio pecado con sus
devastadoras consecuencias y rogar con tristeza y dolor su perdón.
En este contexto, hoy elevo mi rostro ante ti,
Señor. Nada tengo para elevar delante de tu presencia, sino en
sacrificio santo, agradable a Dios, tan sólo lo que soy (Romanos
12:1). Y es que con frecuencia, transcurrimos la vida luchando con
Dios, pero en cambio nos hallamos desplomándonos una y otra vez en
los amorosos brazos de su Gracia y Misericordia en busca de alivio a
nuestro dolor.
¿Cómo no he de elevar hoy mi rostro ante ti,
Señor, con gratitud? ¡Sí! ¡Con gratitud! ¡Aún por esos
profundos valles de lágrimas que este año me tocó enfrentar!
Gratitud aún por aquella pesada cruz que tuve que arrastrar, porque
en medio de la confusión, de tanta apatía e indiferencia, no
permitiste que me faltara un Simón de Cirene (Mateo 27:32) para
ayudarme a cargar esa cruz. Y es que aún en medio de la crisis
tuviste a bien guiarme para alcanzar a otros con una palabra de
consuelo y esperanza. Y es que de los valles más profundos, es de
donde hiciste emerger lo mejor de tu siervo.
“Ya libre soy, Dios me salvó
Y mis cadenas, ya El rompió
Y como un río, fluye el perdón
Sublime Gracia, inmenso amor.”
Expresa una bellísima canción. Hoy puedo
sentirlo, hoy puedo percibirlo, hoy puedo disfrutarlo.
Hijitos
míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno
hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el
justo.
(1
Juan 2:1 RV60)
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