Humildad, gratitud, compasión
Por Luis Caccia Guerra para
www.mensajesdeanimo.com
Meses atrás, tuve oportunidad de ser testigo
de un terrible incidente. Era tarde en la noche, cuando comenzamos
escuchar ruidos de fuertes golpes, gritos, en la calle. La paz de un
tranquilo barrio se había visto alterada por el incendio de la casa
justo enfrente de la nuestra.
La gente que se agolpaba, la desesperación de
los dueños de casa que en ese momento llegaban y se encontraban con
su casa en llamas, la desesperación por derribar puertas y ventanas
para ingresar en la vivienda y tratar de salvar lo que se pudiera, el
llanto y los gritos desgarradores de quienes veían en la más
absoluta impotencia, devorar por las llamas segundo a segundo todo lo
que tenían, en medio de la densa espera de la llegada de los
bomberos, el calor insoportable del fuego y el trepidar de las cosas
quemándose sumaba un macabro espectáculo que infundía temor y
dolor.
A Dios gracias no hubo heridos ni pérdidas de
vidas que lamentar. Pero tiempo después, cuando el fuego ya había
sido apagado, la casa estaba en reparación y nuestros vecinos
recuperándose de la terrible pérdida, me pregunté entonces: ¿qué
debería enseñarnos semejante desastre?
En primer lugar, entendí que debería ser una
formidable lección de humildad. Es tan endeble nuestra existencia,
tan frágil nuestra vida, tan fugaces, efímeras, volátiles nuestras
conquistas. Toda una vida para juntar dinero, acumular riquezas, o
simplemente para conseguir tu más bonito sueño de la casa propia,
que una vez alcanzado parece que tocamos el cielo con las manos, nos
enorgullecemos de la conquista… y ya no de un día para el otro, de
una hora para la otra, tal vez ya no tengas nada…
En segundo lugar, hallé que una contingencia
como esa, debería enseñarme gratitud. Esa gratitud que creo que
tengo pero descubro que no tanto como yo creía, cuando el infortunio
asoma en nuestra vida y ya no tenemos la salud que tuvimos, ya no
tenemos el buen pasar que un día tuvimos, ya no está a nuestro lado
ese ser que tanto nos amó y no supimos valorar debidamente. Gratitud
por la vida, las cosas que Dios puso en mis manos para administrar,
los amigos, los seres queridos y aún por esas cosas simples que aún
puedo seguir disfrutando.
También compasión. Esa misma que Jesús
prodigaba a manos llenas y con generosidad superlativa a quienes
lloraban y sufrían, sin importar si ellos mismos habían sido los
artífices de sus propios destinos, o si su infortunio era cosecha de
su propia mala siembra. Esa compasión que hoy prodiga a manos llenas
sentado a la diestra de Dios Padre.
Y finalmente, encuentro como bien lo expresa
uno de mis autores favoritos, Philip Yancey, que “la catástrofe
une a la víctima y al espectador en un llamado común al
arrepentimiento, recordándonos abruptamente acerca de la brevedad de
la vida.” (Sobreviviente. Philip Yancey. Unilit. Miami. 2003)
Esto me mueve a la compasión, a no mirar para
otro lado cuando alguien con mucho menos que esto te necesita, tal
vez un pequeño acto de servicio que no demanda mucho esfuerzo, pero
ayuda a construir una vida.
Y
perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en
las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón,
alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor
añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.
(Hechos
2:46-47 RV60)
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