Por el camino de Emaús
Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
Difícil conocer a dos mil años de los acontecimientos, dónde
se encontraría el emplazamiento presente de la aldea de Emaús de Lucas Cap. 24,
cuyo nombre significaba algo así como “aguas calientes” o “fuentes tibias”. De
los que saben, muchos coinciden en situarla a unos 11 km al NO de Jerusalén,
aunque su ubicación sigue siendo incierta.
En aquella ocasión, Jesús el día de su Resurrección, se
manifestó a dos de los discípulos que caminaban hacia Emaús. Con algo de
dificultad puedo imaginar la situación en el marco del presente. Los hombres que caminaban por el polvoriento
camino no lo estarían haciendo con entusiasmo, felicidad o algarabía justamente.
Quien hasta hacía poco había afirmado categóricamente cosas como “la verdad os
hará libres”; “Yo Soy el camino, la verdad y la vida…”, “Yo Soy el agua de
vida…”; ahora ya no se encontraba entre ellos.
A quien le habían escuchado decir “yo he venido para que tengan vida y
en abundancia” fue el mismo de quien
presenciaron su triste y dolorosa muerte y a quien le oyeron clamar a gran voz
“Padre, ¿por qué me has abandonado?” poco antes de morir levantado en una
cruenta cruz como el más vil de los delincuentes entre otros dos malhechores. Un panorama bastante poco alentador por
cierto. Ninguno de los hombres que lo seguían podría haber imaginado semejante
desenlace.
Muchos esperaban de Jesús a otra clase de “libertador”. Un revolucionario,
a alguien con fuerza de liderazgo como para levantar a la nación judía contra
la opresión romana. “Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a
Israel; y ahora, además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido”
(Luc 24:21), comentaban con tristeza
ante Jesús mismo sin saber que era, nada más ni nada menos que El, el tercer
hombre que caminaba junto a ellos.
En lugar de esa clase de “libertador” se hallaron ante un
hombre que les presentó otra clase de reino, un reino cuyas fronteras
trascendían este mundo, más allá de todo entendimiento, de de toda razón, de
toda justicia humana. Cuando estos dos
hombres iban a Emaús, ya se habían comenzado a correr los rumores entre sus
seguidores de que el sepulcro había sido hallado vacío. No obstante ello, no podían dejar de sentirse
confundidos y alguno de ellos con una dosis para nada escasa de incredulidad.
Es más, cuando llegaron a la aldea, y
Jesús se presentó delante de muchos allí reunidos, unos cuantos de los que lo
reconocieron se asustaron hasta tal punto que “espantados y atemorizados pensaban que veían espíritu” (Lucas 24:
36 y 37).
A lo largo de mi vida, puedo ver que he transitado y aún
transito muchos de esos ardientes y polvorientos caminos hacia Emaús. Hace muy
poco, habiendo sido blanco de otro episodio de prepotencia y de maltrato, esa
noche sumido en angustia y confusión clamé al Señor con tristeza y vehemencia
“¡Señor, haz algo!!”.
Muchas veces los caminos de la vida se tornan desolados, el
suelo quema los pies y el polvo hace arder los ojos haciendo que las lágrimas
afloren sin contención. Como en los días
de Jesús sobre esta tierra, muchas veces he esperado de Dios otra cosa distinta
de la que El tenía pensado hacer y la percepción de nuestros sentidos humanos se
torna difusa y confusa. Tal y como los dos hombres que caminaban en dirección a
Emaús, que esperaban otra cosa de Jesús como “libertador” y no pudieron
reconocer su presencia sino hasta mucho después.
“En mi casa no es cosa
de vez en cuando. En mi casa hay lágrimas todos los días. Pero mi consuelo
sigue siendo el Señor” me comentaba hace unos días atrás, un amado amigo
que pasa por una situación muy difícil. Yo me hubiera venido abajo por mucho
menos de lo que le toca a él.
Un ángel que puso Dios en mi camino para hacerme notar que
aunque no lo pueda ver, que aunque mis sentidos y mi corazón me indiquen
ausencia y distancia, sin importar los acontecimientos ni el desenlace, más
allá de las personas y de las circunstancias; Su Dulce Presencia se encuentra
allí, muy junto a mí.
Jehová es mi
pastor; nada me faltará. En
lugares de delicados pastos me hará descansar;
Junto a aguas de reposo me pastoreará. Confortará
mi alma;
Me guiará por sendas de justicia por amor de
su nombre. Aunque ande en valle de sombra de muerte,
No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo;
Tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Aderezas
mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores;
Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando. Ciertamente
el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida,
Y en la casa de Jehová moraré por largos días.
(Salmos 23:1-6 RV60)
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