Como una vela en el viento
Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
Hoy elevé una de esas oraciones que sólo pueden surgir
desde lo más profundo de un corazón angustiado y quebrantado. Y es que hace ya
tiempo que oramos por una casa, pero todas las puertas parecen cerrarse delante
de nosotros y las respuestas que necesitamos no aparecen. Hace ya tiempo que
oramos por los estudios de nuestra hija, no sólo para que le vaya bien en
ellos, sino para que ella tenga un futuro, para que le vaya bien en la vida.
Algún día nosotros, sus padres, ya no vamos a estar y ella va a necesitar sostenerse dignamente
por sus propios medios, haber aprendido a valerse por sí misma. Y por último el
tema laboral no ha dejado de ser un aguijón en la carne durante los últimos
diez años. Desde que un día planté la renuncia donde estaba relativamente bien
pago, donde lo que sabía y hacía, tenía valor, no he hecho otra cosa que dar
tumbo tras tumbo e ir de mal en peor.
Bien es cierto que por el tema de la casa, durante veinte
años estuvimos durmiendo, descansando apaciblemente confiados en una falsa promesa
-que obviamente no provenía de Dios- y que no hicimos absolutamente nada. Tal vez nos faltó fe, confianza, la adecuada
contención y orientación, o la visión. Tal vez alguna de ellas o un poco de
todas, no lo sé. Lo cierto es que la
promesa no sólo no se cumplió, sino que junto a mi familia un día me ví forzado
a abandonar esa casa que supuestamente iba a ser nuestra. Con nuestra hija, como
padres cometimos demasiados errores con ella, y hoy siento que no puedo darle
un futuro. Sólo puedo dar gracias a Dios por su fe, esperanza, esfuerzo y
determinación, que no es poco decir; que
a pesar de las dificultades no ha caído en drogas, en malas juntas o en
depresión. Y por último el tema laboral,
que agradezco a Dios el tener un trabajo, pero a veces, en lugar de ser una
maravillosa bendición, resulta ser una verdadera pesadilla.
A veces, me siento intensamente frustrado, abatido y
derrotado; que nada de lo que hice, lo hice bien y que lo más precioso que me
dio la vida, todo lo eché a perder. El futuro, aunque incierto para todos, muy
lejos de significar alguna esperanza para mí, en realidad a veces se me presenta
como una terrible y oscura incógnita, donde mi fe se desvanece y se apaga como
la débil llamita de una vela en el viento.
¿Por qué escribo todo esto? ¿Quién dijo que a los
cristianos no nos tienen que pasar estas cosas? ¿Quién creía que todos los
escritores cristianos somos gente con una vida próspera, un camino plagado de
las rosas del éxito, donde no hay lugar para el error ni para el fracaso, o
inclusive, para una crisis de fe? Tal vez no resulte agradable o tal vez no es
lo que esperabas recibir. Tal vez tienes un futuro promisorio y la lectura de
estas líneas resulte chocante. Lo cierto es que todos los que venimos
transitando suficiente tiempo en los caminos del Señor tarde o temprano nos
encontramos con el valle de las sombras, en algún punto de la vida hay un
pantano tenebroso de esos de los cuentos de miedo, esperándonos. Dios nos ha
prometido todo bajo su control, nos garantizó victoria, pero no hay victoria sin
luchas ni batallas. Nos ofreció el poder para levantarnos, pero no se levanta
quien no ha experimentado una caída. También tengo suficiente para hablarte de
milagros y victorias, pero hoy decido escribir estas cosas en la certeza de que
abrir y desnudar el corazón a muchos les ha sido de bendición. Toda vez que mis
mejores trabajos, los más logrados, los que más bendición han significado para muchas
vidas, han surgido de los valles más profundos.
Cuando los vientos de los problemas arrecian con furia,
vienen para quedarse y nos pasan por encima sin que seamos capaces de hacer
absolutamente nada; en medio de tanta desidia, inoperancia y desacierto; cuando
la cosecha de tanta mala siembra se hace presente, es cuando con un espíritu
contrito y quebrantado traemos nuestra vida rota delante del altar del
Señor a rogarle que obre ese milagro
donde nada hicimos bien y todo lo echamos a perder.
Todo lo que tenemos para relacionarnos con Dios es la fe.
No importa si mucha o poca, qué tan débil o tan fuerte, qué tanto más o menos
intensa. Todo lo que tengo para relacionarme con Dios es ESA FE. Y otra vez digo:
esa fe, MI FE, no la de otro.
Dios puede permitir que los vientos de la vida arrecien
con ímpetu y con furia sobre tu vida. Hasta el punto de hacer que la fe parece
que se apaga como la llamita de una vela en el viento. Pero cuando el viento
amaina vuelve a encenderse, resurge viva y chispeante.
Me alienta saber que a pesar de lo que haya pasado y de
lo que ha de venir, si hay algo que Dios no hará es permitir que esa llamita de
la fe se apague... como una vela en el viento.
Clamaron los justos, y el SEÑOR
oyó, y los libró de todas sus angustias. Cercano está el SEÑOR a los
quebrantados de corazón; y a los molidos de espíritu salvará. Muchos son los
males del justo; mas de todos ellos lo librará el SEÑOR;
(Salmos 34:17-19
RV2000)
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