Todos tenemos una Nínive
Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
En el vívido relato del cap. 1 del libro de Jonás,
hallamos a Jonás huyendo de la presencia de Dios. En este vibrante relato, dice
la Escritura que Dios llamó a Jonás para que fuera a predicar a Nínive y así
darles la oportunidad de arrepentimiento.
Muy por el contrario, Jonás se levantó para huir de la presencia del
Señor y finalmente halló en el puerto de Jope una nave que partía hacia Tarsis;
en dirección contraria de su destino y embarcó con el único propósito de
irse lejos de la presencia de su Dios.
Mientras navegaban hacia Tarsis, Dios hizo levantar un gran viento en el mar, y hubo en el mar una tempestad tan grande que
se pensó que se partiría la nave (Jonás 1:4), dice la Escritura. Los marineros atemorizados cada uno clamaba a
su propio dios, mientras echaban al mar enseres con el fin de aligerar el peso
de la nave. Sin importar el temor y el denodado trabajo de los marineros
luchando por sus vidas al filo de la muerte en medio de tan terrible tormenta,
Jonás había descendido hacia el interior de la nave y dormía. ¿Cómo hizo para dormir en medio del rugir del
viento y de las olas? ¿Cómo podía conciliar el sueño en medio de los terribles
sacudones que hacían crujir los maderos de la nave al punto que parecía que iba
a partirse? Difícil saberlo. Pero el capitán de la nave en su desesperación
viendo que el naufragio de su embarcación era inminente, bajó, lo levantó y lo
trajo a Jonás muy a su pesar para que clamara a su Dios. Tal vez el Dios de
Jonás tendría algo de compasión por ellos y no morirían.
Finalmente Jonás tuvo que confesar a los marineros el
motivo de su presencia en ese barco y la causa de la tormenta que cada vez
arreciaba con más ímpetu contra la embarcación. Jonás huía de Dios y ante el
temor de los marineros él mismo les tuvo que pedir que lo echaran al mar. No deseaban hacer eso, sabiendo que Jonás
moriría. Pero finalmente clamaron a Dios y tomaron
a Jonás, y lo echaron al mar; y el mar se aquietó de su furor.(Jonás
1:14) . El efecto inmediato fue que aquellos hombres temieron al Señor ofrecieron
sacrificio a Dios, e hicieron votos
(v.16).
Jonás, en realidad no tenía problemas de ir a donde sea a
predicar del Señor, si El así lo disponía… ¡menos a Nínive! Por aquellos días
Nínive se levantaba como una muy seria amenaza contra el pueblo de Israel, por
lo que muy lejos de procurar su bienestar y la bendición de Dios sobre esa
poderosa ciudad, lo que Jonás deseaba con todo su corazón es que todo el poder
de Dios se descargara sin piedad contra ella, que hiciera desaparecer la amenaza
de la faz de la tierra. No vaya a ser cosa que si iba y les predicaba se
arrepintieran y Dios en lugar de destruirlos, terminara bendiciéndolos. No
obstante los deseos de Jonás, Dios tenía otros propósitos no sólo para el mismo
Jonás, sino también para Nínive.
No puedo menos que sentirme profundamente identificado
con Jonás. Muchas veces la pequeña -y por cierto, frágil- nave de mi vida, se
ha visto sacudida con vehemencia por la tormenta. Los maderos crujen con
estridencia al punto de que parece que nuestro pequeño mundito se va a partir por
el medio de un momento para otro. Es el momento cuando bajamos bien a lo
profundo de esa sacudida y maltratada nave de nuestras vidas, y nos echamos a dormir
como Jonás. Las tempestades nos pasan por encima, los problemas ya no se suman,
se multiplican; mientras el letargo se hace cada vez más profundo, redundando en
la más absoluta inacción.
Tiene que venir entonces el patrón de la nave,
levantarnos de nuestro sueño forzado, ponernos a confesar el motivo de nuestro
estado actual de cosas y clamar a Dios a Dios con vehemencia. A quienes nos
rodean poco les importa el desenlace, ni saben del gran pez que nos espera.
Pero sí, como aquellos marineros, ven el desenlace y aprenden que Dios es para
tomárselo muy en serio.
Todos en algún momento de nuestras vidas, nos hallamos
frente a una Nínive; vale decir personas, instituciones, circunstancias que
lejos de procurar su arrepentimiento, lo que en realidad es el deseo de nuestro
corazón es que todo el poder de Dios se descargue contra ellas y las destruya.
Dios a veces lo ha hecho así con los enemigos de su pueblo, pero no siempre
obra de ese modo. Todos tenemos un mar embravecido al que sólo nuestro sacrificio
puede aquietar; una dirección opuesta a los propósitos de Dios a donde ir; las
fauces de un gran pez hecho a nuestra medida esperándonos para tragarnos en el
medio del mar y depositarnos en la dirección y sitio correctos.
Así que, hermanos,
os ruego por las misericordias de Dios,
que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo,
agradable a Dios, que es vuestro
culto racional. No os conforméis a este siglo,
sino transformaos por medio de la renovación de vuestro
entendimiento, para que comprobéis cuál
sea la buena voluntad de Dios, agradable
y perfecta.
(Romanos 12:1-2
RV60)
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