Después de la tormenta



Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com


“Siempre que llovió, paró” decía un conocido humorista de mi país. Era el remate de esa escena de su sketch y era muy gracioso cómo y cuándo lo decía. Es más, cada vez que veíamos esa parte de su programa creo que todos estábamos esperando el momento en que pronunciaba esa frase. Hoy ya no está entre nosotros, pero dejó un legado muy grande. Muchos humoristas y conductores aún lo imitan y aprenden de lo que este hombre dejó.

En realidad, “siempre que llovió, paró” es un dicho popular que se refiere a que no importa cuán grande ni larga sea la tormenta; en algún momento termina. El mismo Gran Diluvio de los días de Noé (Génesis caps. 6; 7 y 8), no fue eterno. Estuvo acotado por un principio y un final. 

Más allá de toda interpretación o simbolismo teológico, veo en este terrible evento que afectó a la humanidad de esos días, un acto de profilaxis universal por parte de Dios. Las cosas estaban en un extremo tan degeneradas que fue necesaria una limpieza radical en gran escala.

El evento afectó igualmente tanto a personas que estaban comunicadas de lo que iba a suceder y por qué, más allá de que lo creyeran o no; como Noé, familia y sus vecinos a quienes se les anunció lo que iba a ocurrir; como a quienes vivían a cientos de kilómetros de la construcción del arca y nada supieron durante los más de cien años que tardó la obra.  En pocas palabras: el agua les llegó al cuello a todos, algunos estaban anoticiados de por qué, otros no.

Hoy la lluvia, puede ocasionar terribles trastornos cuando viene en forma de tormenta masiva. Sin embargo, en general es útil y necesaria. ¡Pero eso díganselo al pajarito obligado a permanecer en su nido sin poder salir a volar durante el diluvio! Nada sabe el ave de los procesos atmosféricos. Sin embargo, resulta ser afectado e impedido de avanzar. El pájaro que no puede volar por causa de la lluvia no está feliz por esto, pero difícilmente pueda entender que hay un “mega-plan” mucho más amplio del que él viene a ser tan sólo una minúscula parte, que necesita de la lluvia para conservar su equilibrio y salud.

En la zona donde vivo, no sólo llueve; también nieva en invierno.  ¡Qué lindo, parece que va a nevar! Decía un amigo mío. Sin embargo, aunque a mí también me gusta la nieve, no puedo dejar de pensar en esos otros seres a los que no les debe ni puede gustar tanto la nieve y las bajas temperaturas que vienen junto con ella, toda vez que no tienen el abrigo ni los recursos en sus humildes moradas para hacer frente a la contingencia climática.  Es decir, un mismo evento que para algunos es sinónimo de diversión y momentos felices, para otros resulta ser una verdadera desgracia. Sin embargo, la nieve también es útil y forma parte de ese gran “mega-plan” diseñado por el Gran Arquitecto.

En un mismo sentido, nuestras vidas, nuestros pequeños munditos que con tanto cuidado edificamos y nos ocupamos de conservar, embellecer y hacer cada día más confortables, también forman parte de ese gran “mega-plan” de Dios.

Quienes hemos vivido lo suficiente en el camino del Señor, sabemos que tarde o temprano nos vamos a encontrar en momentos cuando la lluvia viene sin anunciarse y nos impide el vuelo. Cuando la tormenta arrecia o cuando la nieve se deja caer desde los cielos y el aire helado parece taladrar los huesos.

Lázaro, de Betania, el amigo de Jesús milagrosamente resucitado luego de varios días de muerto (Juan cap. 11), nada dice la Escritura que viviera para siempre, sino que también llegó al término de sus días sobre esta tierra como cualquier mortal. Pablo esperaba morir en Asia (II Corintios 1:8-10) y creía que Dios los iba a resucitar. Mucho antes de estas cosas, el arroyo de Querit, junto al cual permaneció Elías oculto y alimentado por Dios, pasados unos días se secó (I Reyes cap. 17).

En estas y muchas más escenas de la Biblia, puedo ver al menos dos denominadores comunes: un plan mucho más amplio del que sólo podemos percibir en nuestra mente racional y finita, una pequeña parte, en las mismas condiciones en que el pajarito no entiende por qué no puede volar durante la lluvia; y por otro lado, más allá de eventos y circunstancias, una CONFIANZA y una CERTEZA de que sin saber cómo, Dios está en el más absoluto control de todas las cosas.

Me alienta saber que más allá de las circunstancias, vicisitudes y resultados, que sin importar lo que pase, Dios está en control de todo. Me emociona descubrir que mientras más amarga es la tristeza, más dulce es el consuelo. Me conmueve conocer que mientras más dura es la batalla, más grande es la victoria. Que después de la tormenta, definitivamente viene la calma.

Y que siempre que llovió, paró.

Dios es nuestro amparo y fortaleza,
 Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.
(Salmos 46:1 RV60)

La paz os dejo,  mi paz os doy;  yo no os la doy como el mundo la da.  No se turbe vuestro corazón,  ni tenga miedo.
(Juan 14:27 RV60)


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