Dar hasta que duela
Días
atrás,
viendo
la
estadística
de
visitas
de
mi
sitio,
los
números
fueron
realmente
desalentadores.
Después
de
una
semana
de
trabajo
negra;
cansado
y
con
la
salud
quebrantada,
sólo
una
pequeña
gotita
bastaba
para
rebalsar
la
copa…
y
vino
por
el
lado
del
ministerio.
Mi
ministerio no percibe subvenciones, donaciones, publicidades ni
patrocinios de nadie. Como la Gracia de Dios. Es absolutamente
gratuito para quien lo recibe, pero con un elevado costo para quien
lo da. La única fuente de sustento económico que tiene es mi propio
salario proveniente de mi trabajo secular.
Pero
hete
aquí,
que
cada
mañana,
viajar
hacia
el
trabajo
es
una
penosa
odisea
para
quien
esto
escribe.
Sufro
de
vértigo
fóbico.
Cuando
cualquier
otro
hijo
de
vecino,
simplemente
sube
a
un
transporte
público
y
se
baja
donde
se
tiene
que
bajar,
habiendo
caminado
lo
menos
posible,
lo
mío
es
un
drama.
Debo
tomar
medicamentos
una
hora
antes
de
viajar
y
en
ayunas,
que
me
producen
malestares
secundarios
sumamente
desagradables.
Aún
con
ello,
caminar
grandes
distancias
para
evitar
ciertas
sinuosidades
y
vueltas
del
recorrido
que
me
provocan
elevadísimos
estados
de
stress,
a
veces
crisis
convulsivas.
Sólo
quince
o
tal
vez
veinte
minutos
de
viaje
en
el
transporte
público
me
separan
de
mi
lugar
de
trabajo,
si
fuera
un
ser
humano
normal.
Pero
inauditamente,
esos
escasos
quince
minutos
suelen
convertirse
entre
cincuenta
minutos
y
una
hora
y
media.
Habitualmente
salgo
de
casa
orando
y
encomendándome
a
Dios.
Pero
esa
mañana,
muy
temprano,
mientras
hacía
mi
caminata
previa
antes
de
poder
estar
en
condiciones
de
subir
a
un
transporte,
a
cinco
grados
bajo
cero
de
temperatura,
una
tormenta
de
pensamientos
negativos
invadía
mi
cabeza.
Pensé
seriamente
en
renunciar
a
todo.
Estaba
realmente
derrotado.
Fue
entonces,
cuando
recordé:
“dar
hasta
que
duela”.
Habitualmente,
cuando
uno
da
algo,
lo
hace
desde
lo
que
le
sobra
o
ya
no
utiliza.
Que
en
sí
mismo,
eso
no
tiene
nada
de
malo.
Si
tienes
algo
que
ya
no
usas
y
ves
que
le
puede
ser
de
utilidad
y
bendición
a
otro
que
no
lo
tiene,
dárselo
es
lo
mejor
que
puedes
hacer.
Pero
hay
situaciones
en
las
que
Dios
nos
pone,
para
que
demos
de
lo
que
tenemos,
no
de
lo
que
nos
sobra
o
ya
no
utilizamos.
Y
a
veces,
eso
duele.
Y
este
es
uno
de
esos
casos.
Cuando
la
derrota
está
a
las
puertas.
Cuando
tirar
todo
por
la
borda
parece
ser
la
opción…
es
cuando
“dar
hasta
que
duela”
es
la
espada
de
la
victoria.
Sigo
en
camino
por
la
gracia
de
Dios.
Cuando
el dolor y la derrota asoman… compártelos también. Si lo haces
tomado de la mano de Dios, sin lugar a dudas, a alguien le van a
servir.
¡ANIMO!
¡DIOS NO HA TERMINADO CON NOSOTROS TODAVÍA!
Comentarios
Publicar un comentario
Tu comentario nos interesa