Como el corchito

Como el corchito


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a gran mayoría de nosotros conocemos el corcho de champaña una vez extraído de la botella, con su característica forma de honguito. Sin embargo, lo difícil de imaginar es que su forma original antes de ser colocado en la botella, es un cilindro. Al ser insertado con gran fuerza por una máquina, se comprime y se adapta perfectamente a la forma de la cavidad interior del pico. Se debe ajustar firmemente en su sitio para poder soportar la presión generada en el interior de la botella por el desprendimiento de gases del producto en la última fase de su proceso de elaboración. Así es como toma la simpática forma de honguito que conocemos. Debe ser un proceso “doloroso” para el corchito, estar apretado, en una posición incómoda y soportando grandes presiones y deformaciones.

Es absolutamente necesario que así sea. La elaboración del champagne requiere de uvas de gran calidad especialmente cuidadas desde la plantación, cuidadosamente seleccionadas y cortadas, y de un refinado proceso en bodega. Finalmente, en la última fase de la elaboración, cada botella debe quedar perfectamente tapada y guardada. Esto asegura que más adelante podamos disfrutar del agradable sabor y aroma de la champaña. Un tapón defectuoso hará que se eche a perder el contenido de la botella.

En algún sentido, los creyentes tenemos unas cuantas cosas en común con el corchito. Cuando es colocado en la botella, forma parte de un plan trazado mucho antes de que él llegara. Está inmerso en su propio entorno. No ha visto ni conocido que es parte de un proceso considerablemente mas vasto y complejo. Pero que sin embargo es muy importante que él cumpla perfectamente con su función.

Pueden pasar meses, años, inclusive; desde que es colocado en la botella hasta que sea extraído, pero independientemente del tiempo que transcurra, lo que sí es seguro es que su función es realmente importante y que para poder cumplirla es necesario que algo deba cambiar en él. Cuando por fin salga de la botella, será el mismo corcho, pero algo tuvo que cambiar fundamentalmente en él para que pudiera prestar una utilidad que aunque obvia y evidente, generalmente pasa desapercibida.

Dios ha elaborado la más exquisita champaña de todos los tiempos: el perdón de todos nuestros pecados. Su precio: Nuestro Amado Jesús lo pagó con su sangre y sufrimiento en la cruz del Calvario.

Dios es el Gran Enólogo. Su Palabra, las botellas. El grato elixir: su Gracia, su amor incondicional, su Perdón. En este panorama nosotros, venimos a ser los corchos que resguardan firme y celosamente las propiedades del contenido inalterables hasta que las botellas son abiertas y alguien bebe de la Gracia de Nuestro Amado Señor para experimentar la transformación más rotunda, importante y definitiva de su vida.

Muchas veces se compara la obra personal de Dios en nuestras vidas con el trabajo del alfarero que moldea el barro. Y eso está muy bien. Las mismas Escrituras lo hacen. Sin embargo y en ese mismo sentido, nada es comparable con lo que le toca al corcho de champagne. Debe ser moldeado y perder su forma original para estar en condiciones de alcanzar la eficiencia y poder cumplir con el plan del cual viene a ser parte. Un plan cuidadosamente trazado y experimentado por cientos de años.

Algunas veces me detengo a reflexionar en lo mucho que nos cuesta pensar en los planes del Señor, apartar por un momento la vista del entorno inmediato, de lo "micro" y enfocarnos en lo "macro", en el Gran Plan de Dios. Inmersos en nuestro "pequeño mundito" tenemos dificultad para ver y comprender que llegamos cuando el plan ya estaba hecho y que para poder ser parte del mismo algo tiene que cambiar en nuestro ser. Que debemos permitirle y solicitarle voluntariamente al Gran Hacedor que nos moldee, porque esa es la única manera en que desde nuestro pequeño entorno vamos a poder ser útiles a los Grandes Planes de Nuestro Señor.

Porque somos hechura suya,  creados en Cristo Jesús para buenas obras,  las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.
(Efesios 2:10 RV60)

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