Todo para su Gloria-El trabajo
Por: Diego Brizzio
Se publica en este medio con permiso.
Se publica en este medio con permiso.
1 Corintios 10.31
dice: “Ya sea que coman o beban o cualquier otra cosa, háganlo todo para la
gloria de Dios”. O sea que la voluntad de Dios es que lo honremos y hagamos
ver maravilloso incluso con nuestras cosas más personales y cotidianas. Por eso,
hemos titulado esta serie
Todo para su gloria
Domingos anteriores hemos visto que
debemos glorificar a Dios incluso con nuestro modo de hablar, y con el uso de
nuestro tiempo. Hoy vamos a ver que debemos glorificarlo también con nuestro trabajo. ¿Cómo lo hacemos?
I.
Entendiendo que al
trabajo lo traemos de fábrica. Dice
Génesis 1.26: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza, y que
tenga dominio sobre” la tierra. Si leemos Génesis 1desde el comienzo, vemos
a Dios creando, separando, poniendo orden, haciendo crecer, formando… O sea,
vemos a un Dios trabajador. Y en seguida dice que hizo al ser humano a su
imagen, parecido a él mismo, y lo puso a trabajar. Esto significa que el trabajo
es una capacidad y necesidad que traemos de fábrica, que está en nuestra
naturaleza, en nuestros genes, que fuimos hechos para trabajar (al menos una
buena parte del tiempo). Así como fuimos hechos para amar y ser amados,
también fuimos hechos para trabajar, para hacer cosas útiles, para producir o
servir.
¿Se han dado cuenta de que el trabajo
existe en todas las culturas del mundo? ¿Vieron que la mayoría de la gente tiene
como una vocación, le gustaría dedicarse a hacer algo en particular? ¿Han visto
que cuando la gente está enferma, o desocupada, o recién jubilada se siente un
poco mal o rara? ¿Por qué es todo eso? Porque de fábrica traemos la capacidad y
la necesidad de trabajar. Miren, hermanos y amigos, aunque hacemos bromas o
soñamos diciendo que nos gustaría poder vivir sin trabajar, la verdad es que,
si no trabajáramos, si no hiciésemos nada nunca, nos enfermaríamos, nos
deprimiríamos. ¿Por qué? Porque nuestra naturaleza clamar por poder producir o
ser útil.
“—Pero, Diego, ¿acaso el trabajo no llegó
después del pecado de Adán y Eva, no fue impuesto por Dios como consecuencia de
ese pecado, no es una maldición?” De ninguna
manera. El trabajo ya existía antes del pecado de Adán y Eva. Es una bendición.
La consecuencia de nuestro pecado fue que el trabajo ahora es relativamente doloroso, difícil e infructuoso. Antes seguramente no
lo era. Pero el trabajo en sí mismo forma parte de vos mismo, de mí mismo.
Tenemos que entender esto, aceptar esto; esto nos tiene que educar y animar.
Cada vez que estés lavando tu baño, cortando el césped, o en el taller, pensá: “—Yo
necesito esto, fui hecho para esto”.
II.
Atendiendo la “casa
chica” y la “casa grande”: El
pasaje siguiente de Génesis dice: “Dios creó al ser humano a su imagen; lo
creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó, y los bendijo
con estas palabras: «Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y
sométanla” (Gn 1.27-28). En Tito 2.5 se dice que las mujeres deben ser cuidadosas
de sus casas, y en 1 Timoteo 3.5 se dice que los hombres deben hacer un buen
trabajo en sus casas. Así que, Dios le encarga al ser humano que gobierne sobre
la tierra en general, pero también que gobierne sobre su hogar. En otras
palabras, le encarga dos esferas de trabajo: “la casa chica”, que viene a ser la
familia y la vivienda; y la casa grande, que viene a ser la sociedad y el mundo.
En la casa chica hay que trabajar:
A la vivienda hay que construirla, mantenerla, limpiarla, ordenarla, embellecerla…
¡Eso es trabajo! Y a las personas que allí viven también hay que atenderlas:
alimentarlas, higienizarlas, formarlas, contenerlas… ¡eso también es trabajo! Y
en la casa grande también hay que trabajar:
ya vamos a ver que en este mundo hay un montón de cosas para hacer. Pues bien,
glorificamos a Dios cuando no descuidamos ninguna de estas dos esferas de trabajo:
la casa chica y la casa grande, cuando atendemos a ambas.
III.
Apreciando y
alentando la complementariedad varón-mujer. Fijémonos
en las palabras de Dios: ¿A quién le encarga multiplicarse o procrear? … Al hombre
y a la mujer. ¿Y a quién le encarga gobernar la tierra? … También al hombre y a
la mujer. Los verbos están en plural. ¿Quiénes deben trabajar en la casa? …
Tanto los hombres como las mujeres. Así es, eso de atender la casa chica y la
casa grande es para ambos sexos; lo de atender la vivienda y la familia, y la
sociedad y el mundo, es para ambos sexos. A ver, varones y mujeres, ¿estamos
menospreciando alguna de esas esferas, la casa, por ejemplo? ¿Estamos sacando
al otro sexo de alguna de esas esferas? Cuidado, porque Dios quiere a ambos
sexos en ambas esferas. ¿Por qué quiere esto Dios? Porque Dios los hizo
diferentes y complementarios, y ambos tienen que hacer sus aportes propios o
característicos en cada área. Es como una tijera: tiene dos partes. Aunque
cada parte podría cortar de algún modo por separado, el trabajo es mucho mejor
cuando trabajan complementariamente. En la casa y en la familia, el trabajo es
mucho mejor, más rico e integral cuando trabajan los dos; y en la sociedad
también. Así que, debemos apreciar, alentar y dar libertad para que ambos
sexos trabajen en ambas esferas. Así glorificamos a Dios.
IV.
Persiguiendo los
propósitos básicos. “El Señor tomó al hombre y lo puso en el
jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara” (Gn 2.15). “Les ordenamos y
exhortamos… que tranquilamente se pongan a trabajar para ganarse la vida (2 Ts
3.12; Hch 20.34). “Es preciso trabajar duro para ayudar a los necesitados,
recordando las palabras del Señor Jesús: “Hay más dicha en dar que en recibir”
(Hch 20.35; Ef 4.28). “A este Cristo proclamamos, aconsejando y enseñando… a todos
los seres humanos, para presentarlos a todos perfectos en él. Con este fin
trabajo y lucho” (Col 1.28-29). Aquí hay tres
propósitos elementales por los cuales debemos trabajar: (A)
Para ocuparnos del mundo. Dios creó el mundo muy hermoso, por
cierto, pero lo creó en bruto, digamos. Nos hizo y nos puso a nosotros para que
lo trabajemos, para que hagamos de este mundo un lugar mejor, y que la gente
viva bien. Así que, hay miles de cosas para hacer: limpiar, ordenar, investigar,
enseñar, inventar, trabajar la tierra, procesar los productos, cocinar, legislar,
aplicar la ley, llevar cuentas, registrar la historia, hacer arte, divertir, procurar
la salud y la seguridad, comunicar, dirigir espiritualmente… miles de cosas
buenas y útiles por el mundo. Cuando hacemos alguna de ellas, glorificamos a
Dios. (B) Otro propósito básico: satisfacer las necesidades
propias y familiares. Debemos trabajar para ganarnos todo lo material
que nosotros y nuestra familia necesitamos o deseamos: comida, ropa, casa,
muebles, salud, estudio, transporte, diversión, descanso, etc. ¿Tenés una necesidad,
o un deseo material? Trabajar para conseguirlo glorifica a Dios.
(C) Otro propósito: ayudar a terceros. También
tenemos que trabajar para ayudar a otros que no son parte de nuestra familia;
ayudarlos económicamente, o prácticamente, o espiritualmente. Trabajar para
ayudar a terceros glorifica a Dios, y también nos hace sentir muy bien. Trabajar
para estos tres propósitos glorifica a Dios.
V.
Siendo esforzados.
“Hay algunos que andan de vagos, sin
trabajar en nada… A tales personas les ordenamos y exhortamos
en el Señor Jesucristo que tranquilamente se pongan a trabajar para ganarse la
vida (2 Ts 3.11-12). “Los perezosos pronto se empobrecen; los que se esfuerzan
en su trabajo se hacen ricos” (Pr 10.4; 6.6-11; 19-15). Hay dos tipos de flojos o vagos: (A) El que directamente se niega a trabajar. Está habilitado para trabajar, no tiene
ningún impedimento para hacerlo, pero no busca trabajo, o no toma el trabajo
que aparece. De este tipo de flojo, la Biblia dice: “El que no quiere trabajar,
que tampoco coma” (2 Ts 3.10). Lógico: el que no quiere ganarse el alimento,
que no se alimente. (B) El que
trabaja, pero menos de lo que puede,
el que teniendo bastante para hacer, no tiene ganas, o trabaja poco. A este flojo,
la Biblia le dice: “Así vendrá tu necesidad, y tu pobreza” (Pr 6.11; 24.34). “Tarde
o temprano vas a sufrir carencias y necesidad”. Hermanos, ningún flojo
glorifica a Dios. Hay que trabajar, y hay que hacerlo esforzadamente, incluso
hasta cansarnos (Hch 20.34-35; 2 Ts 3.8). No digo que debemos trabajar siempre
hasta reventarnos, digo que no seamos flojos. Así glorificamos a Dios.
VI.
Siendo respetuosos. “Ustedes, amos… dejen de amenazar” (Ef 6.9) “Esclavos,
obedezcan en todo a sus amos terrenales, no sólo cuando ellos los estén
mirando, como si ustedes quisieran ganarse el favor humano, sino con integridad
de corazón y por respeto al Señor. Hagan lo que hagan, trabajen de buena gana,
como para el Señor y no como para nadie en este mundo, conscientes de que el
Señor los recompensará con la herencia. Ustedes sirven a Cristo el Señor” (Col
3.22-25). “Enseña a los esclavos… a no ser respondones” (Tit 2.9). Originalmente,
estos textos hablan de amos y esclavos, pero nosotros en este tiempo podríamos
hablar de jefes y empleados. Tanto los jefes como los empleados deben ser
respetuosos en el contexto del trabajo. Los jefes deben respetar a los empleados tratándolos sin
soberbia, ni dureza, ni insultos, sino con humildad, con gentileza y con aliento.
Para esto, los jefes siempre deben acordarse de que ellos mismos tienen a Dios
como jefe, y Dios es bueno. (Esto no significa que los jefes no puedan
corregir, apresurar o despedir, pero siempre con respeto.) Por su parte,
los empleados deben respetar a sus jefes reconociendo humildemente
la facultad que éstos tienen para asignarles tareas en la forma y en el tiempo
que necesiten. Los empleados no deben quejarse mal, ni refunfuñar, ni
cuestionar, sino cumplir esas tareas en tiempo y forma. Para esto, los
empleados necesitan una actitud apropiada. Dice el texto que necesitan trabajar
como para el Señor, o sea, como si el Señor mismo hubiese hecho la asignación
de tareas, como si el Señor mismo estuviese presente supervisando, y como si el
Señor mismo pagase. Esta actitud ayuda a los empleados a respetar a sus superiores.
(Esto no significa que no se pueda hacer peticiones o solicitudes o reclamos,
pero siempre con respeto.) Jefes y empleados, ¿cómo van con esto?
VII.
Siendo honestos,
justos y confiables. “El
que robaba, que no robe más, sino que trabaje honradamente” (Ef 4.28). “Amos, proporcionen a sus esclavos lo
que es justo y equitativo” (Col 4.1). Esclavos, no deben robarles a sus amos sino
demostrar que son dignos de toda confianza (Tit 2.10). Todos debemos ser
honestos y justos en el contexto del trabajo. Los que trabajan de forma independiente deben tener todo en regla: la mercadería,
los impuestos, etc. Hay gente que vende cosas robadas o dañadas, o gente que
evade impuestos. Los que son jefes
también deben ser honrados y justos.
Pagar lo que corresponde, pagar todas las horas, no sobrecargar demasiado, etc.
Y, por supuesto, también los empleados deben ser
honestos con el jefe y la empresa.
En lugar de robarle cosas, y llevarse cosas, y malgastar sus horas, deben ser
fieles y confiables. Especial mención merecen los empleados del Estado.
Necesitan una cuota mayor de cuidado, porque las cantidades son muy tentadoras,
y el control es poco, y el ambiente es malísimo. Ojo, los empleados del Estado.
Así que, seamos quienes seamos, en el contexto de nuestro trabajo glorificamos
a Dios siendo honestos y justos.
Conclusión
Antes de terminar quiero llamar a los padres
a que les enseñemos a nuestro niños, adolescentes y jóvenes a trabajar. Y
quiero pedirles a estos menores a que aprendan a hacerlo. Esto es muy necesario.
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